“Si encuentro a alguien, voy a matarlo”: un ejecutivo de Nike describe su crimen 56 años después
Larry Miller, responsable del éxito de las zapatillas Jordan, ajusta cuentas con su pasado como pandillero en Filadelfia en sus memorias publicadas este martes
Muchos años antes de convertirse en un exitoso ejecutivo de Nike, Larry Miller sintió la carga de su pasado interponerse entre él y sus sueños. En una ocasión, solo minutos antes de que concluyera una entrevista de trabajo en una de las más importantes firmas de contabilidad de Filadelfia, el candidato se vio obligado a compartir con el reclutador algo que no estaba en su currículum. Él, un prometedor joven afroamericano, había estado en prisión varias veces por asaltos. Eso fue suficiente para que la empresa retirara la oferta que le tenía preparada. Miller ni siquiera había revelado el hecho que más le generaba pesadez: había matado a un joven en 1965.
La historia de Miller (72 años) cautivó a Estados Unidos en octubre pasado. Entonces Sports Illustrated desveló la noticia en una entrevista a manera de adelanto de unas memorias explosivas del encargado de convertir la marca de zapatillas Jordan en un fenómeno mundial para la empresa de ropa deportiva. El libro ha sido finalmente publicado este martes. Jump: My Secret Journey from the Streets to the Boardroom (Salta: mi viaje secreto de las calles a las salas de juntas), escrito junto con su hija, Laila Lacy, ha debutado en Amazon ocupando el primer lugar de las biografías, confirmando que este país siempre tiene apetito para las historias de éxito y segundas oportunidades.
La confesión llega pronto en el libro, en el que Miller describe brevemente su infancia en la década de los 50 al oeste de Filadelfia. La zona, 60 cuadras de familias pobres o de clase trabajadora, principalmente afroamericanas, se había convertido para los años 60 en un campo de batalla de decenas de pandillas, que controlaban quién caminaba por las calles, quiénes podían ser tus amigos y en qué tiendas podías comprar.
“Tenía problemas de manejo de ira incluso antes de llegar a una edad de dos dígitos”, asegura Miller al describir su carácter violento mientras crecía en la mitad superior de una familia de ocho hermanos. Su madre limpiaba baños en el aeropuerto de la ciudad y su padre era empleado de una fábrica. Ambos habían llegado de Carolina del Norte durante la gran migración de la década de los 40. La numerosa familia compartía techo con su tío, un veterano que había luchado en la guerra de Corea y sufría el síndrome de estrés postraumático. El día que destruyó la mesa del comedor en uno de sus episodios, la familia supo que debía cambiarse de casa. Llegaron a un barrio en pleno proceso de transformación. Las familias blancas comenzaban a mudarse a otras zonas. Y con ellas se fueron los servicios municipales y la atención de las autoridades.
Miller, un niño de dieces al que le encantaba leer, no sabe explicar en qué momento se dejó seducir por el llamado de las calles. Para la secundaria, la violencia que lo rodeaba ya era parte de su vida. “El poder estaba en las calles, no en las aulas. Si querías ser respetado y temido, tenías que unirte a una pandilla”. La suya fue la de la Avenida Cedars, una entre decenas de bandas que tenían como soldados a adolescentes de entre 13 y 16 años.
La noche de la tragedia, el último día de septiembre de 1965, Miller había estado bebiendo vino barato con algunos de sus amigos, también pandilleros. “Si encuentro a alguien, lo voy a matar”, dijo Miller, quien llevaba días acumulando ira por la muerte de un compañero. Ese alguien era Edward David White, un joven de 18 años quien estuvo en el momento erróneo en el sitio equivocado, los cruces de las calles 53 y Locust, territorio de los Cedars.
-”De dónde eres?”, inquirió Miller cuando lo encontró, escoltado por Monny y Chey y Shotgun (escopeta), dos aliados de la banda de la calle 60.
-”No soy de por aquí”, respondió White, asustado. “Alzó las manos frente al pecho, como si quisiera detenernos”, escribe Miller.
-”Sí lo eres. Tú estás con la pandilla Cincuenta y tres y Pine. Si no, ¿por qué estarías en esta esquina?”.
-”No, ¡no estoy con ninguna pandilla!”, respondió el muchacho, quien efectivamente no tenía antecedentes penales.
Aquellas fueron sus últimas palabras. Después de estas, Miller sacó un revolver de la parte trasera del pantalón y lo descargó contra el pecho de White, quien cayó al piso. El asesino tenía aún más sed de sangre. “Estaba a la caza del siguiente. Era lo que pensaba: ¿quién iba a ser el próximo?”. La policía evitó que hubiera más víctimas aquella noche. Los jóvenes fueron detenidos minutos después e interrogados. Monny lo confesó todo. Dio la información necesaria para que las autoridades hallaran la pistola del crimen entre unos arbustos. Larry ya no fue a casa. Fue a una prisión juvenil por cuatro años y medio. Fue un secreto que guardó durante años a amigos, compañeros de trabajo y jefes. Hasta ahora.
Gracias a un abogado, Miller se declaró culpable de homicidio en segundo grado y negoció una pena con la que evitó ser procesado como adulto. Escapó así al depredador sistema carcelario que tritura miles de vidas de menores afroamericanos. En la cárcel, el homicida leyó clásicos como La odisea, De ratones y hombres, Los Miserables y literatura sobre racismo, especialmente de Malcolm X. Tuvo su primer encuentro con el Islam, al cual se convirtió en 1973.
La expiación estuvo incompleta. Miller, quien también trabajó para las sopas Campbell y quien fue presidente del equipo de basquetbol de Portland Trailblazers, no mencionó en el libro a su víctima. Esto desconcertó a la familia de Edward David White, quienes se toparon su nombre en la entrevista en la publicación deportiva. El fin del secreto obligó a revivir el duelo a sus familiares y la noticia hizo que ambas partes se encontraran. El 17 de diciembre, Miller se reunió para pedir perdón en un despacho de abogados de Filadelfia con la hermana de White, Barbara Mack (84 años), y sus dos hijos, Hasan Adams (56), quien tenía ocho meses cuando su padre fue asesinado, y Azizah Arline (55), quien no había nacido y nunca conoció a su papá. “Si tuviera 30 años menos estaría al otro lado de esta mesa sobre ti”, le dijo Mack, quien, sin embargo, aceptó las disculpas. “Si yo no lo hubiera perdonado, Dios no me lo perdonaría”, añadió de acuerdo a The New York Times.
Los hijos de White volvieron a reunirse con Miller. Hablaron de la posibilidad de que el ejecutivo ofrezca una beca para estudiar a perpetuidad para familiares de White y otros jóvenes de barrios pobres como el que selló el destino de Larry y Edward. En los encuentros, Miller supo más de su víctima. Aprendió que aquella noche White iba de vuelta a casa después de trabajar el turno de noche en un restaurante. Le gustaba vestir a la moda. Usar sombrero. Oír a los Temptations. “Creo que habría sido alguien que me hubiera caído bien si lo hubiera conocido”, declaró Miller al rotativo neoyorquino. 56 años después, el secreto ha llegado a su fin. Un secreto que, según el redimido, pesaba una tonelada.
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