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Nowy Targ, donde el aire más tóxico de Polonia lo producen sus vecinos

La ciudad busca reducir la polución incentivando el cambio de calderas de carbón

Vista de Nowy Targ desde el hospital y el cementerio municipal, con los montes Tatras al fondo, el pasado 14 de diciembre. Foto: Olivia López Bueno

A los pies de los Tatras, las montañas de paisaje alpino de los Cárpatos que separan Polonia y Eslovaquia, se asienta Nowy Targ, en una depresión donde confluyen dos ríos. A pocos kilómetros al noroeste, otros montes, los del Parque Nacional de Gorce, abrazan el municipio de 34.000 habitantes. Suena a aire limpio y naturaleza, a deportes de invierno y de montaña. Si no fuera por el humo tóxico que sale de los hogares, el que produce el carbón que los calienta en un invierno interminable, que asfixia a Nowy Targ y la convierte en la ciudad más contaminada de Polonia.

En los días malos la polución es tan intensa que se ve, se huele y casi se puede tocar. Desde la colina donde se ubican el hospital y el cementerio municipal la ciudad parece devorada por una espesa nube con un tono ocre de smog —por smoke (humo) y fog (niebla), en inglés—. Solo por detrás de Bulgaria, Polonia es el país más contaminado de la Unión Europea, como recoge Eurostat. De las 50 ciudades europeas con peor calidad del aire, 36 son polacas, según la Organización Mundial de la Salud. Nowy Targ se ha convertido en la peor de entre las peores.

Según el ranking anual del movimiento activista Polish Smog Alert publicado el 9 de diciembre, la ciudad lideró la clasificación en las tres categorías que analizaron con datos de 2020. De entre los cientos de estaciones de medición polacas estudiadas, la suya registró la mayor concentración anual media de material particulado PM10 (42 mg/m³), el número de días con aire irrespirable más elevado (90) y la concentración anual del carcinógeno benzopireno más alta (18 ng/m³, un 1.800% por encima del límite permitido en Polonia).

Cuatro días después de que el ranking se hiciese público, el alcalde, Grzegorz Watycha, lo considera “irritante” e injusto. Según explica, están en la lista porque el problema les preocupa y han colocado una estación de medición de las que otros lugares carecen. “Estamos un poco castigados porque queremos solucionar el problema y estamos concienciados”, insiste. Junto a la clasificación, Smog Polish Alert denunció que tres días antes el Ayuntamiento había cambiado la ubicación de la estación a un sitio que, consideran, recogerá niveles de contaminación menor y dificultará evaluar la evolución anual.

Watycha explica que el 60% de las emisiones contaminantes de la ciudad proviene de las calderas domésticas obsoletas que todavía hoy se alimentan de carbón [en Polonia suponen más del 50% de la polución], en muchas ocasiones de muy baja calidad, y hasta de basura. En una de las ciudades más frías de Polonia, el alcalde subraya que sus vecinos se gastan el doble que la media de los polacos en calefacción, que puede llegar a necesitarse ocho meses al año, lo que complica el cambio a otros combustibles que son más caros, como el gas. El 40% restante del aire contaminado lo atribuye a los coches y a las localidades del alrededor, “donde no se hace nada”. La orografía del lugar, sumado a la inversión térmica cuando hace más frío en el valle que en las montañas, hace que la contaminación se quede atrapada a ras del suelo.

Al alcalde le preocupa la imagen que la ciudad proyecta al exterior con este ranking que lleva a sentarse en su despacho a periodistas españolas, que han viajado hasta allí como parte de la serie Europa Ciudadana financiada por el Parlamento Europeo. A la doctora Lidia Kolodziej, le angustia la salud de sus pacientes, “sobre todo los niños, cuyo sistema respiratorio se desarrolla hasta los siete años”. No tiene datos locales, pero los de la región de Malopolska, donde se encuentra Nowy Targ, y la región minera de Silesia, también muy contaminada, recogen cuatro veces más casos de asma infantil temprano. “Yo observo muy claramente que en los periodos de más contaminación estos niños tienen más problemas respiratorios, bronquitis e infecciones”, explica. “Mi drama es que en lugar de poder recetarles dieta sana y ejercicio al aire libre, tengo que pedirles que se queden en casa”, cuenta en el luminoso salón de la suya, donde tiene un purificador de aire.

En los adultos, prosigue, se observa mayor incidencia de enfermedades pulmonares, de circulación y cardíacos. También hay más prevalencia de cáncer de pulmón entre no fumadores por el benzopireno que se respira en Nowy Targ, que es una sustancia que también se encuentra en los cigarrillos, señala. Las personas mayores, que tienen también riesgo de desarrollar demencia temprana, no le prestan mucha atención. “Dicen que es el olor del invierno y que siempre se ha hecho así (lo de quemar basura, incluyendo el plástico)”.

En las calles de Nowy Targ se percibe negación, indignación y resignación. Maria Sieka, de 73 años, que tiene un quiosco en la plaza principal donde vende souvenirs y prendas de bovino, no cree que la contaminación venga de las calefacciones, sino de los coches, pero en realidad no le importa mucho: “Tengo 73 años y no me preocupa; tengo asma y vivo muy bien”. A Julia Janczy, estudiante de 18, le parece “horrible” la situación de su ciudad: “Estamos en la montaña y en teoría deberíamos tener aire puro”.

Marcin Kowalczyk, abogado de 41 años, es consciente de que vivir en Nowy Targ es “como fumar un paquete de cigarrillos al día”. “Trato de no preocuparme, porque tengo que vivir aquí”. “Sí se nota cómo algunos días te sientes peor, con menos energía, con dolores de cabeza, y no quieres salir de casa”, cuenta Danuta Duda, de 27 años y gestora de alojamientos rurales. Sus huéspedes le preguntan “a qué huele, qué están quemando los vecinos”.

En Polonia se atribuye a la contaminación unas 45.000 muertes prematuras al año. “Es una pandemia a cámara lenta, tiene un impacto gigantesco en la salud”, señala Javi López, eurodiputado socialista, que considera el caso polaco “un escándalo”. Como miembro de la Comisión de Salud y Medio Ambiente del Parlamento Europeo, aboga por el endurecimiento de los límites a la contaminación de la UE en línea con la OMS. Anna Zalewska, eurodiputada de Ley y Justicia (PiS), el partido ultraconservador que gobierna Polonia, advierte sin embargo de que “cualquier cambio debe tener en cuenta las posibilidades socioeconómicas y el coste” para los Estados miembros.

Para el Gobierno polaco, asegura Zalewska, la contaminación es un asunto prioritario. A través del programa nacional Aire Limpio, impulsa el cambio de más de tres millones de calderas antiguas por otras más eficientes con un presupuesto para 10 años de 103.000 millones de eslotis (unos 22.000 millones de euros) y la mejora del aislamiento en las viviendas. El programa recibe entre 4.500 y 5.000 peticiones a la semana y desde su puesta en marcha en 2019 hasta el 10 de diciembre, ha recogido 368.000 solicitudes, según el Fondo Nacional para la Protección del Medio Ambiente y la Gestión del Agua. Nowy Targ calcula que tienen que cambiar hasta 1.500 calderas y complementa las subvenciones nacionales con ayudas municipales de 5.000 eslotis. Hasta ahora han financiado unas 150 actuaciones.

Magdalena Cygan, activista de Smog Alert en Nowy Targ, que hasta la publicación del ranking y la denuncia que ha molestado al Ayuntamiento colaboraba estrechamente con él, cree que tanto los habitantes como las autoridades locales pueden y deben hacer más. “La gente prefiere comprarse un coche mejor, una televisión, que pensar que otra fuente de calor será más beneficiosa”, se queja. Aunque ha escuchado a ciudadanos que se plantean mudarse, sus planes son seguir trabajando hasta conseguir eliminar la nube que atufa Nowy Targ. En el futuro, sabe que no inmediato, pero espera que no muy lejano, confía en que los vecinos puedan respirar aire limpio y disfrutar realmente de la naturaleza.

El ejemplo de Cracovia

En 2012 nació Polish Smog Alert como un pequeño grupo de activistas que, preocupado por el aire que se respiraba en Cracovia, empezó a hacer ruido a través de redes sociales. Se les unieron científicos, médicos, activistas y empresas y sus acciones lograron presionar al Ayuntamiento, como cuenta su fundadora, Anna Dworakowska.

En 2019, la ciudad prohibió quemar carbón y madera en calderas o estufas (Nowy Targ, a 90 kilómetros, espera a la legislación regional, que fija la fecha en 2030). La prohibición se complementó con un programa que en los dos primeros años financiaba hasta el 100% de los costes de sustitución de calderas, y que para los vecinos más vulnerables cubre también el coste extra que supone el cambio de fuente de calefacción, normalmente el gas. "Durante tres o cuatro años, día tras día, edificio por edificio, funcionarios y trabajadores externos fueron informando a los habitantes de que tenían que cambiar las calderas y les ofrecieron soluciones”, explica el Plenipotenciario del alcalde de la ciudad de Cracovia para la calidad del aire. Han sustituido más de 20.000 y quedan unas 500.

Según Piotr Kleczkowski, profesor en la Universidad de Ciencia y Tecnología AGH, que ha analizado el resultado de la prohibición de quemar combustibles fósiles, la ciudad ha reducido entre el 43 y el 45% sus niveles de contaminación en todas las sustancias analizadas. “Ha sido un gran éxito y lo sería aún más si no fuese por el resto de municipios del área metropolitana”, apunta. 
 

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