La socialdemocracia europea y Scholz sacan pecho en Bruselas
La familia política progresista reúne en la capital comunitaria a los líderes del partido para celebrar “un gran año” y arropar al nuevo canciller alemán
El nuevo canciller alemán, Olaf Scholz, el político que ha devuelto el brillo en los ojos a la socialdemocracia europea, se encuentra sentado en primera fila del patio de butacas. Solo, con las piernas cruzadas, ajeno al barullo y los corrillos y las cámaras y los selfis. Una voz pide a los asistentes que tomen sus asientos. Dos presentadores suben al escenario y presumen: “A pesar de la pandemia, políticamente, para una familia, este ha sido un gran año”. Y así arranca la convención del grupo socialdemócrata europeo, henchida e impulsada por la reciente toma de poder en Berlín, y acompañada de un viento a favor que parece soplar en muchas partes del continente.
Son las 8.30 de este jueves en el interior de un cubo de cristal en el corazón de Bruselas, donde se han dado cita los primeros espadas de esta familia política en la UE: están el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, la recién estrenada como primera ministra de Suecia, Magdalena Andersson, y el de Portugal, António Costa, que pronto se enfrentará a nuevas elecciones; ha venido también Sanna Marin, que gobierna en Finlandia; y un buen plantel de comisarios europeos, europarlamentarios y próximos contendientes en elecciones generales, como la alcaldesa de París, Anne Hidalgo.
Pero la mayor parte de las miradas las centra este hombre que sigue solo, en primera fila, tranquilo y con la mirada confiada: Olaf Scholz, que le ha dado una segunda vida al gran partido socialdemócrata del continente, algo así como un hermano mayor y líder espiritual que andaba de capa caída hasta hace no tanto.
La convención arranca y el ambiente es burbujeante y festivo, tiene algo de cumbre de una gran compañía que acaba de publicar los estratosféricos resultados del año, quizá los mejores de la última década, y confía en que las acciones de la corporación sigan subiendo. Suena música épica con aire a Juego de tronos, se proyectan vídeos promocionales muy epidérmicos, subrayando conceptos clave como “salario igualitario”, “empleos de calidad”, “promoción de la innovación”, “educación”, “dando refugio” y “Europa justa”. Y se habla con grandes palabras de victorias, triunfos y oportunidades.
Tras los primeros compases, Scholz se encuentra ya en el escenario, junto a otros cinco jefes de Gobierno, y los presentadores inquieren en primer lugar: “¿Cuál es su visión sobre la socialdemocracia?”. El alemán arranca en inglés una detallada explicación sobre algunas claves de su victoria electoral, centrada en los retos que plantea la globalización y los cambios en la industria. “La gente se pregunta si tendrá una vida decente”. Y esto, añade, “es algo que tenemos que preguntarnos”. Cómo modernizar la industria y cómo afectarán esas transformaciones al empleo en 30 años, dice, y a la vez tratando de hacer frente al cambio climático.
“La segunda cuestión es el respeto”, prosigue. “Vivimos en sociedades en las que la gente ya no está segura de que exista cohesión social”, y en las que “demasiada gente” mira hacia sí misma. Pero, en su opinión, la maquinaria social solo funcionará si existe ese mismo respeto y los mismos derechos entre los de arriba y los de abajo, entre un tendero y un arquitecto, por ejemplo. “Y eso implica tener fuertes políticas de apoyo”, como el salario mínimo. La clave, dice, es lograr una industrialización “que funcione para la gente”, y políticas que hagan que un país “permanezca unido”. Destaca el papel de los fondos europeos contra la pandemia, tan distinta a la reacción de 2008 y 2009 para hacer frente a la crisis financiera. “La solidaridad funciona”, dice, y concluye hablando de la digitalización y la industrialización que tendrá que ser respetuosa con el medio ambiente mientras trata de generar empleo.
Hay aplausos: juega en casa, no hay duda. Y le toca ahora hablar a la sueca Andersson, que lleva apenas dos semanas en el cargo, y recoge los conceptos que ya ha sembrado el alemán, sobre la transición verde y el reto de lograr que quienes hoy tienen un trabajo en la industria sientan que son parte del cambio y que tendrán una perspectiva vital: “Esta es la batalla de nuestra generación”. Cuando habla Sánchez se funden los micrófonos, y le toca hablar a capela. Se entienden palabras sueltas: “Vacunas [...] solidaridad [...] energías renovables”. Y cuando regresa el sonido se adentra en la “cohesión social y territorial”. Y así van pasando el micrófono unos líderes a otros, todos muy brevemente porque está a punto de arrancar el Consejo Europeo en otro rincón de la ciudad, y tendrán que marcharse en unos minutos.
Al acabar, todos le desean suerte a Costa, “qua trajo de vuelta la esperanza” con su victoria en Portugal, pero pronto deberá batirse de nuevo en las urnas. Le dedican unas palabras finales: “Estoy seguro de que tendrá éxito de nuevo”, le dice Scholz a su colega luso. “Ha regresado el tiempo de las políticas socialdemócratas en Europa y en el mundo”. Y entonces llega el momento de la foto o del “¡Family photo!”, como grita Paolo Gentiloni, comisario europeo de Economía, que parece muy animado mientras sube a la tarima. Un buen puñado de socialistas llenan el escenario, pero ya no hay tiempo para mucho más: los primeros espadas, quienes se baten al frente de Gobiernos europeos, salen a la carrera para llegar a la cumbre, mientras en la sala en el interior del cubo regresa el frenesí espumoso de los corrillos y los selfis. Anne Hidalgo, por ejemplo, le pide a António Costa hacerse una foto juntos, mientras el vicepresidente Ejecutivo de la Comisión, Frans Timmermans, habla desde el estrado de un movimiento surgido hace 150 años, pero que debe seguir pensando en el futuro.
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