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BERNARD TAPIE

Muere a los 78 años el exministro y empresario francés Bernard Tapie

El también exdirigente del club de fútbol Olympique de Marseille se vio envuelto en varios escándalos legales, uno de los cuales le llevó brevemente a prisión

Marc Bassets
Bernard Tapie, a su llegada al tribunal en uno de sus juicios, en París en 1996.
Bernard Tapie, a su llegada al tribunal en uno de sus juicios, en París en 1996.Pascal Rossignol (Reuters)

Lo fue casi todo en Francia, y se le amó tanto como se le temió y detestó. Bernard Tapie, que este domingo ha muerto en París a los 78 años por cáncer, fue cantante en su juventud y empresario de éxito en los años ochenta. Llevó a un modesto club como el Olympique de Marsella a la cumbre del fútbol europeo y fue ministro con el presidente socialista François Mitterrand. Después se arruinó y pasó por la cárcel por corrupción. También probó suerte como actor, y arrastró sus casos judiciales hasta el fin de sus días. La clase política, a izquierda, centro y derecha, lo recordó como un icono popular, un símbolo de Francia “cuya ambición, energía y entusiasmo fueron una fuente de inspiración para generaciones de franceses”, según un comunicado la presidencia de la República.

Tenía algo de un Berlusconi de izquierdas, de un Jesús Gil carismático y seductor, un Mario Conde del extrarradio o un Donald Trump con conciencia social. Pertenecía a la misma época, la de aquellos años ochenta propicios al enriquecimiento rápido y en los que personajes del mundo empresarial saltaban fácilmente al mundo del espectáculo y de allí a la política, tipos siempre al límite de la legalidad –o más allá de la legalidad– con personalidades arrolladoras. Bernard Tapie era su versión francesa.

Desde el presidente Emmanuel Macron al diario Le Monde se describe a Tapie como “el hombre de las mil vidas”. Quizá mil sea excesivo, pero todo era excesivo en él, y es cierto que tuvo muchas vidas. Primera vida: el chaval listo y ambicioso que creció en un barrio obrero al norte de París, estudió electrónica, hizo sus pinitos en la canción ligera con el nombre de Bernard Tapy e inauguró su carrera empresarial vendiendo televisores. Eran los Treinta Gloriosos, como se llaman en Francia las décadas de prosperidad y pleno empleo de la posguerra en la que todo parecía posible.

Segunda vida: los primeros pasos en el mundo de los negocios de un hombre que siempre fue visto como un intruso, y sus primeros problemas con la Justicia por la comercialización de un aparato médico cuestionado por los profesionales de la salud, o la compra a precio de saldo de los palacios en Francia del dictador centroafricano Jean-Bedel Bokassa.

Tercera vida: los dorados ochenta. El dinero fácil. Su talento para comprar por un franco simbólico de empresas al borde de la quiebra y reflotarlas. El salto al estrellato televisivo. La irrupción en el mundo del deporte: el ciclismo, primero, con el equipo La Vie Claire de Bernard Hinault y Greg Lemond y la compra del Olympique de Marsella (OM), su ciudad de adopción, al que llevó a proclamarse campeón de Europa en 1993.

Cuarta vida: la política. Tapie sedujo a Mitterrand y viceversa. Era una figura inusual: un empresario procedente de la clase obrera que podía hablar a los franceses de a pie. Sabía plantar clara, con un lenguaje llano y sin remilgos, a la ultraderecha: su debate con Jean-Marie Le Pen ha pasado a los anales de la televisión francesa. Fue diputado y, entre 1992 y 1993, ministro de las Ciudades. Su apogeo. Había ascendido aceleradamente; su caída fue estrepitosa.

Y quinta vida: la caída. Caída política: muchos socialistas le miraban con desconfianza. La mezcla de negocio, deporte y poder resultaba sospechosa y peligrosa. Su descaro casaba mal con las maneras versallescas de la política francesa. Caída deportiva: fue el amaño de un partido del OM lo que valió una condena por complicidad de corrupción y soborno de testimonios por los que en 1997 pasó 165 días en prisión, como recuerda la agencia France Presse. Y caída empresarial: la venta del gigante de equipamiento deportivo Adidas, que había comprado en 1990 y cuya batalla judicial con el banco Crédit Lyonnais le perseguiría durante 30 años, llegó a salpicar al Gobierno de Nicolas Sarkozy y a su entonces ministra y hoy presidenta del Banco Central Europeo Christine Lagarde. E incluyó sucesivas rehabilitaciones y triunfos, y caídas en desgracia que le arruinaron, y nuevas rehabilitaciones en una historia de nunca acabar.

El epílogo de esta vida que contuvo multitudes se abrió en 2017, cuando se le diagnosticó un cáncer. Como siempre con él, los franceses pudieron conocer y seguir la evolución de la enfermedad en los medios de comunicación. Tapie ya era por entonces un icono nacional, una presencia permanente en las pantallas y en la actualidad desde hacía 40 años. Era alguien de la familia casi. Con sus defectos y errores. Y sus virtudes, esa capacidad para soñar a lo grande y lanzarse a las empresas más descabelladas, ese desparpajo, ese aire de canalla simpático que también reflejaban algunos personajes del actor Jean-Paul Belmondo, fallecido a principios de septiembre.

“Toda una época nos golpea en la cara, de repente”, resumen en Le Monde los periodistas Fabrice Lhomme y Gérard Davet, que lo entrevistaron varias veces, se pelearon con él y lo conocieron bien. “Un mundo de ayer que se derrumba”. Los obituarios y las reacciones son benévolos, piadosos, como si finalmente a este desbordante empresario y político que se acostumbró a cruzar la raya se le hubiese perdonado todo, porque era parte del patrimonio nacional, un espejo de Francia. En un comunicado, su esposa, Dominique, y sus cuatro hijos anunciaron que, según los deseos de Bernard Tapie, sería enterrado en Marsella, “la ciudad de su corazón”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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