Los talibanes quieren que las afganas se tapen y respalden su dictadura
Cubiertas de la cabeza a los pies, tres centenares de mujeres defienden en Kabul el Emirato Islámico y despotrican contra la influencia occidental
Los talibanes empiezan a concretar su visión sobre el lugar de las mujeres en Afganistán. Bajo la dirección de varios enturbantados, tres centenares de “devotas hermanas” han expresado este sábado su apoyo al Emirato Islámico y su rechazo a la democracia. Cubiertas de la cabeza a los pies y de riguroso negro, han alabado el hiyab (el imperativo de ocultar su cuerpo) y denostado la coeducación y otras influencias occidentales. Pero la función preparada para la prensa extranjera también ha revelado que los fundamentalistas carecen de una sección femenina: han echado mano de alumnas y profesoras de varias madrasas para llenar el salón de actos.
Nada más llegar a la Facultad de Educación de la Universidad de Kabul, las periodistas han pasado a llamarse “hermanas”, el púdico término con el que los islamistas se dirigen a las mujeres cuando no les queda más remedio que tratar con ellas. En la entrada, los guardias armados que cacheaban a los colegas masculinos no sabían muy bien que hacer con las mujeres. Ni siquiera han mirado los bolsos. Luego, en el interior se han enfrentado a sus propias contradicciones.
Quien dirigía el cotarro, un talibán con un exquisito inglés que se ha identificado como Mohammad Wakkas, insistía en que solo las mujeres podían acceder al anfiteatro donde iba a llevarse a cabo la declaración de apoyo al sistema islámico. Eso dejaba fuera a la mayoría de los reporteros, a los camarógrafos y a los traductores. Tras comprender que así su mensaje no iba a llegar muy lejos, han aceptado que los hombres se situaran en una esquina, aunque enseguida se han desperdigado.
Tras el preceptivo canto de unos versículos del Corán, la primera sombra negra sube al estrado y con voz enfadada arremete contra Occidente. “Por la fuerza o a través de los medios de comunicación, quieren que nos vistamos como ellos y están contra el hiyab”, afirma antes de defender el velo como algo intrínseco al islam y la cultura afgana. De momento, los talibanes no han promulgado normas sobre cómo deben vestirse las mujeres, aunque han dejado claro que deben respetar el hiyab.
Apenas tres de las asistentes se cubrían con el burka, el sayón habitual entre las mujeres de etnia pastún, que se encaja como un gorro en la cabeza y tapa todo el cuerpo con una pequeña rejilla a la altura de los ojos. Es la prenda que se ha asociado con la anulación de la mujer por los talibanes desde su anterior dictadura (1996-2001). Pero quienes acuden a este acto de apoyo al Emirato Islámico, visten como las integristas salafistas, de negro y sin mostrar el rostro, un estilo que en Afganistán se identifica con el fundamentalismo de las monarquías árabes del Golfo, o con Al Qaeda.
Dewa Ahmadzai, una joven de 20 años que habla inglés, explica en un aparte que han venido de “varios centros académicos de Kabul para apoyar el sistema islámico”. De hecho, las intervinientes son profesoras de distintas madrasas, o escuelas coránicas. Significativamente, solo una interviene en pastún, el idioma de los talibanes, lo que da a entender que no tienen mujeres preparadas para estas tareas de propaganda.
Todas las oradoras lanzan diatribas contra la coeducación, otra de las obsesiones de los islamistas. “No es buena para nuestra sociedad. Plantea problemas para nuestros jóvenes que, en lugar de concentrarse en los estudios, pierden su energía en otros asuntos”, repiten en persa y en árabe. “La cultura occidental no tiene cabida en Afganistán y la coeducación es el primer paso hacia ella”, alerta la tercera mujer que toma el micrófono y que se identifica como directora de una madrasa.
También se arrogan hablar por todas las afganas. “Las mujeres que protestan contra el Emirato Islámico no representan a Afganistán; son una minoría. Nosotras somos la mayoría. A las afganas no les gusta la democracia de la cultura occidental”, asegura otra.
A esas alturas del acto, la joven periodista afgana, L. H., deja escapar: “No hay futuro para las mujeres en este país”. Es una de las escasas reporteras de televisión que han seguido saliendo a la calle tras la llegada de los talibanes. Viste pantalón vaquero, camisola de flores amarilla y un pañuelo a la cabeza.
Antes de salir en una organizada marcha para beneficio de las cámaras de la televisión, otra oradora ha resumido el mensaje en inglés. “Estamos aquí para apoyar el gobierno islámico y el Emirato Islámico de Afganistán. (…) No es lógico que Occidente no reconozca al Emirato Islámico cuando todo el mundo lo respalda”, ha dicho tras una confusa acusación de “guerra ideológica colonial”. “Nos alegra que el Emirato no haya permitido ninguna mujer en los altos puestos del Gobierno y que implemente la ley islámica. ¡Larga vida a Afganistán!”, ha concluido.
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