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Excarcelado en Israel un inmigrante tras 15 años entre rejas sin pruebas sólidas

Un trabajador de Ucrania que fue condenado a perpetuidad por el asesinato de una adolescente pasa a arresto domiciliario a la espera de la repetición del juicio

Roman Zadorov, en el centro, durante una audiencia de su juicio en el Tribunal Supremo, en Jerusalén
Roman Zadorov, en el centro, durante una audiencia de su juicio en el Tribunal Supremo, en Jerusalén, en diciembre de 2015.
Juan Carlos Sanz

El cuchillo del crimen tenía filo aserrado, pero el reo solo usaba una navaja lisa. Las dudas razonables sobre la culpabilidad de Roman Zadorov no han dejado de crecer desde que fue detenido, en diciembre de 2006. Fue poco después del asesinato de Tair Rada, una alumna de 13 años de un colegio de Katsrin, un asentamiento de 8.500 habitantes en los Altos del Golán, territorio sirio ocupado por Israel desde 1967.

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La adolescente murió apuñalada en un charco de sangre en los baños del recinto escolar, donde Zadorov, un inmigrante de Ucrania en la treintena que se ganaba la vida con trabajos ocasionales de mantenimiento, efectuaba reparaciones. La opinión pública israelí clamaba venganza y la policía se apresuró a resolver el caso en pocas semanas.

De la relación sentimental de Zadorov con Olga, una mujer judía que hoy lleva su apellido, había nacido un niño, al que llamaron León, un mes antes del crimen. Ambos recibieron alborozados al antiguo recluso el jueves en Katsrin, poco después de que el Tribunal Supremo de Israel avalara su inmediata excarcelación, tras 15 años entre rejas, a la espera de la repetición de su juicio con nuevas pruebas de la defensa. Permanecerá mientras tanto en arresto domiciliario, controlado por una pulsera electrónica, pero conviviendo con su familia, que hasta ahora solo había conocido en los locutorios del penal. “Solo existe una verdad”, se limitó a declarar a su llegada al hogar.

La policía investigó a Zadorov por primera vez cuatro días después del asesinato de la menor, tras haber peinado sin éxito la desolada meseta ocupada, habitada también por drusos de origen sirio, en torno a Katsrin. No muy lejos se extiende el páramo donde el entonces primer ministro, Benjamín Netanyahu, quiso edificar en 2019 la colonia de los Altos de Trump en homenaje al en esa fecha presidente de EE UU, que reconoció la soberanía israelí sobre el Golán. El operario ucranio era el único forastero.

Su abogado, Yarom Halevy, siempre ha sostenido que le tendieron una trampa. Un supuesto detenido con el que compartía celda resultó ser un agente encubierto que le indujo a reconocer su culpabilidad. Le aseguró que la policía científica había hallado restos de su ADN en el cuerpo de la chica —pese a que aún no había resultados concluyentes de las pruebas— y que si admitía ser el asesino podría librarse de una condena a perpetuidad. No tardó en confesarlo todo.

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La puerta del retrete escolar donde fue hallado el cuerpo de la alumna estaba cerrada por dentro. Tres huellas de calzado teñidas de rojo mostraban que el asesino huyó saltando por la cabina adyacente. Eran similares a las de las suelas de las botas de Zadorov. Y a las de otros muchos en la zona. Restos de pelo localizados junto al cadáver fueron enviados a un laboratorio de EE UU, sin resultados concluyentes. En aquella época no había centros cualificados en el Estado judío. Pero nuevos análisis efectuados en 2019 descartaron toda coincidencia con el perfil genético del ucranio.

Este fue el argumento esgrimido por la defensa del inmigrante para solicitar la revisión del juicio, acordada inicialmente en mayo por el Supremo y ratificada ahora con su excarcelación. La fiscalía ha intentado mantener a Zadorov ente rejas, alegando riesgo de fuga y presunta peligrosidad. “El ministerio público no ha justificado su petición y el solicitante [el preso] no necesita probar que merece salir en libertad [por buena conducta]”, rezaba la resolución del Alto Tribunal que rechazó el recurso del fiscal. Las pruebas aportadas por la defensa, alegaron los magistrados, tienen “un gran potencial de cambiar el curso del juicio”.

Considerado durante años un monstruo sanguinario, la sociedad israelí empezó a cambiar de opinión sobre Zadorov tras la emisión en televisión de la serie sobre su caso La sombra de la verdad, disponible en Netflix. El documental reabrió en 2016 brechas y lagunas en las pesquisas policiales y la instrucción judicial, y sembró de incógnitas razonables la condena, al tiempo que acrecentó la desconfianza de los ciudadanos hacia el sistema legal en Israel.

Al final, el beneficio de la duda ha acabado amparando al convicto Roman Zadorov, que se retractó de inmediato de la confesión forzada que sirvió de base a su condena. Ahora vive fuera de una penitenciaría israelí por primera vez en tres lustros.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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