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Carlos Chamorro, desde su exilio en Costa Rica: “Ortega quiere rehenes para negociar”

El periodista relata la estrategia represiva que esconde la oleada de detenciones emprendida por el presidente de Nicaragua de cara a las elecciones de noviembre

Jacobo García
El periodista Carlos Fernando Chamorro es rodeado por agentes de policía en Managua
El periodista Carlos Fernando Chamorro, rodeado por agentes de policía en Managua el 15 de diciembre de 2018.Carlos Herrera

El periodista Carlos Fernando Chamorro (Managua, 1956), director de Confidencial y último premio Ortega y Gasset de periodismo, regresó a Nicaragua para hacer el oficio que lleva desempeñando toda su vida, pero la cacería contra opositores políticos, sociales o periodísticos —y sus familias— que está llevando a cabo el Gobierno de Daniel Ortega lo han obligado a un nuevo exilio. Su hermana, la candidata presidencial que encabezaba las encuestas, Cristiana Chamorro, está detenida y aislada en su casa y solo unas horas después de esta entrevista se anunció la detención de otro hermano, Pedro Joaquín, también hijo del histórico periodista que provocó el alzamiento contra Somoza. Desde su exilio en Costa Rica, Carlos Fernando atiende vía telefónica a El PAÍS para decir que tuvo que salir de Nicaragua para poder seguir haciendo periodismo.

Pregunta. ¿Hacia dónde va esta estrategia? ¿Qué tiene en la cabeza Daniel Ortega con esta oleada de detenciones masivas?

Respuesta. El objetivo es hacer un despliegue de fuerza para no dejar ninguna duda de su propósito: cerrar el espacio político, cerrar la competencia política y cerrar la posibilidad de que le rebase la protesta cívica, porque no solo han eliminado candidatos que serían competidores en una elección, están eliminando a líderes relacionados con el movimiento de protestas de 2018.

P. Entre los detenidos este mes hay militares, miembros de la sociedad civil, periodistas, precandidatos… ¿Cuál es el mensaje?

R. Es un mensaje de terror a la sociedad, a los liderazgos políticos, al sector empresarial, al liderazgo de la Iglesia católica y al pueblo en general. Al mismo tiempo, es un mensaje a la comunidad internacional. A Estados Unidos, a la Organización de Estados Americanos y a la Unión Europea. Básicamente Ortega está diciendo: “Ya estamos en 2022”. Es decir, las elecciones de noviembre no serán justas, ni transparentes, ni habrá competencia política, pero, en todo caso, hablaremos después del 7 de noviembre [fecha de los comicios], sobre estos 21 rehenes [en referencia a los líderes políticos, sociales o periodistas detenidos] y los otros 120 presos políticos que tenemos. Es decir, Ortega asumió los costos de la dictadura y el costo de las masacres de abril de 2018 que siguen en la impunidad y que forman parte del hoyo en el que entraron él, su esposa, Rosario Murillo, y la cúpula gobernante. Ortega ratifica que su régimen se atornilla por la fuerza al poder y se prepara para las reacciones de la comunidad nacional e internacional, para lo cual tiene capturados a esos rehenes.

P. Ortega ha despreciado los intentos de mediación de España, México y Argentina. ¿Querrá hacerlo con Estados Unidos?

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R. Sí, pero la negociación será después de su reelección, ahora quiere mandar este mensaje de poder y para ello necesita a los detenidos. Ortega no está pensando en estatizar la economía o en imponer un modelo tipo Cuba o Venezuela, su modelo sigue siendo una dictadura política con mercado, una dictadura política con un sector empresarial no solo nicaragüense, sino también regional que se adapta a ese régimen de dictadura política, y ese es el mensaje que quiere enviar, hacia eso vamos y más adelante negociaremos sobre el resto. Los intentos de mediación de España, Argentina y México fueron despreciados por el régimen, pero supe también que hubo un amago de la diplomacia norteamericana por abrir un canal de diálogo con Ortega y este contestó: “No, aquí no hay nada de que hablar hasta después de las elecciones”. Entonces, el concepto de rehenes, de la radicalización y del cierre del espacio político no es para negociar nada antes del 7 de noviembre. En todo caso, después de su reelección.

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P. En 2018 las protestas tomaron las calles, pero ahora da la impresión de que triunfó el miedo

R. Hay un estado de indefensión total. Hay un despliegue masivo de patrullas policiales fuertemente armadas, y no se trata solo de lo ocurrido en este último mes de detenciones, es decir, de manera preventiva se ha detenido a gente que sale a la calle con una bandera nacional, por ejemplo. Hay muchos ejemplos al respecto contra cualquiera que exprese un gesto patriótico. Está documentado el caso de Jorge Luis Rugama, que lo mataron en la Trinidad el 19 de julio del 2020 porque gritó: “Viva Nicaragua libre”, y en una caravana de sandinistas se bajó un tipo del carro y le pegó un balazo en la cabeza y lo mató. Es decir, hay un régimen de terror que no se hizo en este mes, sino que actúa desde hace tiempo a manos de fuerzas paramilitares que persiguen y secuestran. Ha impuesto un estado de miedo generalizado que ahora se nota en el hecho de que la gente tiene miedo a opinar y a los periodistas independientes nos están encerrando las fuentes o estas huyen al exilio para protegerse.

P. Con esta estrategia, ¿qué tiene Ortega en la cabeza, impedir una derrota electoral como la de 1990 o las revueltas de 2018?

R. Claramente 2018. Lo que está presente es la rebelión del pueblo cuando tomó las calles y lo colocó al borde de una crisis total. En aquel entonces la gente gritaba “Ortega y Somoza son la misma cosa”. O sea, la maquinaria del fraude electoral no se inventó ahora, Ortega se preparó para no perder nunca una elección, pero lo que Ortega dijo el otro día fue: “Lo que yo estoy reprimiendo, lo que nunca voy a permitir es que el pueblo recupere las calles”, ese es el mensaje que está lanzando.

P. La comunidad internacional ha sido despreciada en sus intentos de mediación, ¿quién puede influir en Ortega?

R. Nadie de la izquierda democrática latinoamericana, incluyendo a Lula [da Silva, expresidente de Brasil, del Partido de los Trabajadores], tiene interés en levantar un puente de influencia o de comunicación sobre Ortega. Hay coincidencia ideológica con Cuba y Venezuela, pero lo que Ortega considera el poder real es Estados Unidos, y esa es la relación primordial para él.

P. ¿La de Ortega parece una estrategia suicida o hay algo que no vemos?

R. Ortega está jugando recio y su estrategia es de día a día, de corto plazo, y ganar en noviembre. ¿Qué viene después? Lo único que puede recomponer su manera de gobernar es reconstruir la alianza con el capital y con el sector privado, y eso me parece uno de los mayores errores que está cometiendo con represión generalizada. Ortega está quemando cualquier posibilidad de tender puentes con el sector privado porque es una confrontación y una amenaza la que está planteando al capital por razones políticas. Es cierto que no está amenazando con que va a confiscar a los bancos o que va a cerrar o que se va a tomar las empresas, pero lo que les está diciendo es: “Este es un país sin viabilidad política, sin viabilidad democrática”, y yo no creo que el sector privado, por muy pragmático que sea en materia de negocios y con su visión regional, esté dispuesto a colaborar. O sea, una cosa es convivir con una realidad con la que no quieren vivir y otra darle legitimidad a ese régimen como de hecho se hizo entre 2009 y 2018.

P. ¿El Ejército podría desequilibrar la situación?

R. Mientras el liderazgo del Ejército esté bajo el control del general [Julio Cesar] Avilés y la actual cúpula militar, el Ejército no moverá un dedo. Es decir, el Ejército está políticamente alineado y cooptado por esta dictadura familiar. Yo no veo al Ejército asumiendo ningún riesgo, aunque institucionalmente tendría espacio para hacer cosas como desarmar a los paramilitares. Eso sería chocar frontalmente con Ortega, que es el jefe de los paramilitares, y eso no lo va a hacer el Ejército. El Ejército, me atrevería a decir, tiene una actitud muy parecida a la del gran capital y es que no van a tomar la iniciativa en una crisis. Por lo tanto, del Ejército no se puede esperar nada, por lo menos a corto plazo en esta crisis no.

P. ¿Se puede esperar una candidatura de unidad en la oposición?

R. Con el arresto de estos cinco precandidatos es muy difícil pensar en un liderazgo electoral esperanzador que unifique a la nación y la oposición. El primer problema está en el partido Ciudadanos por la Libertad, que es el único partido que tiene personalidad jurídica y que podría liderar una candidatura única.

P. ¿Habla de la derecha de Kitty Monterrey?

R. Sí, porque los mensajes que este partido está dando en esta crisis no se corresponden con la naturaleza de la misma. Es una crisis de unidad nacional y de lucha entre democracia y dictadura, y la lideresa de este partido está hablando de conflictos entre izquierda y derecha en un contexto que divide.

P. ¿Qué le parece la teoría del aterrizaje suave, que especula con un relevo tranquilo en el poder?

R. Me parece que se convirtió como en un mito, en una leyenda, nunca hubo realmente un proceso de negociación con la dictadura. Se fabricaron muchas suposiciones falsas, como que alguien le daría a Ortega impunidad o que Estados Unidos va a negociar. La verdad es que nunca ha habido una negociación de nada. Con Ortega nunca se negoció siquiera la reforma electoral. Nunca ha habido un intercambio. Nunca se ha mencionado la palabra justicia en una discusión. Yo creo que son coyunturas y especulaciones de analistas y politólogos, pero sinceramente nunca he visto un proyecto así, porque eso supondría creer que hay fuerzas que están en diálogo o en contacto con la dictadura con un diálogo del tipo “ofrezco esto a cambio de lo otro o esta es la ruta para llegar a eso”. Y eso nunca ha existido. Sinceramente, nunca ha existido.

P. A nivel personal, ¿cómo está viviendo este segundo exilio? Insiste mucho en seguir haciendo periodismo

R. Bueno, esa es la motivación que me mueve al final a preservar mi libertad y exiliarme. Yo regresé y sinceramente la primera vez [en enero de 2019, después de que el régimen asaltara su redacción] nunca me imaginé que iba a tener que salir exiliado, pero regresé con la determinación, con la convicción de que ese era mi último exilio, nunca más tendría que volver a confrontarme con esta situación. En todo caso, mi motivación es, en efecto, seguir haciendo periodismo y no aceptar nunca que nos puedan silenciar.

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Sobre la firma

Jacobo García
Antes de llegar a la redacción de EL PAÍS en Madrid fue corresponsal en México, Centroamérica y Caribe durante más de 20 años. Ha trabajado en El Mundo y la agencia Associated Press en Colombia. Editor Premio Gabo’17 en Innovación y Premio Gabo’21 a la mejor cobertura. Ganador True Story Award 20/21.

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