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La doble vida de Franco A. y la infiltración de la ultraderecha en el Ejército alemán

La radicalización de soldados y policías preocupa al Gobierno alemán, que en solo tres años ha detectado 1.400 casos entre sus fuerzas de seguridad

Franco A. y su abogado defensor, el 8 de junio de 2021 en Fráncfort.
Franco A. y su abogado defensor, el 8 de junio de 2021 en Fráncfort.THOMAS LOHNES (AFP)
Elena G. Sevillano

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Un tribunal de Fráncfort juzga estos días a Franco A., un oficial de la Bundeswehr, el Ejército alemán, de 32 años acusado de planear ataques terroristas contra destacadas personalidades públicas defensoras de la integración de los inmigrantes. Su detención, en 2017, destapó una trama ultraderechista que desconcertó a la sociedad alemana y puso en guardia a las autoridades, que hasta entonces no acababan de tomarse en serio el goteo de sospechas de extremismo de derechas que se iba detectando tanto en el Ejército como en los cuerpos de seguridad. Según los fiscales del caso, Franco A. consiguió armas y munición para atentar contra políticos y activistas con el objetivo de culpar de los asesinatos a un refugiado sirio. Ese refugiado era él mismo. Durante 15 meses, el teniente de la Bundeswehr mantuvo una doble vida: en el cuartel donde estaba destinado, y en un albergue para solicitantes de asilo de Baviera. Cuando estalló el escándalo, el Gobierno de Angela Merkel afirmó que purgaría el Ejército de ultraderechistas. Solo en 2020 se detectaron 477 casos sospechosos de extremismo, según la última cifra de los servicios secretos militares.

Horst Seehofer, el ministro del Interior, presentó en octubre pasado un estudio que trataba de documentar por primera vez el grado de infiltración de la extrema derecha en los cuerpos de seguridad. Reportó 1.400 casos sospechosos entre soldados, policías y agentes de inteligencia en tres años. El último escándalo estaba muy reciente: la Bundeswehr acababa de disolver una compañía entera de la unidad de élite conocida como KSK (Comando de Fuerzas Especiales) por los vínculos de sus miembros con la extrema derecha. Se descubrió que uno de sus oficiales ocultaba en el jardín de su casa explosivos, armas y 6.000 cartuchos robados al Ejército, además de todo tipo de parafernalia nazi. Ya había sospechas sobre ellos: tres años antes, esa compañía había protagonizado una fiesta con música de grupos neonazis y saludos a Adolf Hitler. No hubo consecuencias.

Franco A. (izquierda), junto a su abogado en el juicio que se celebra en Fráncfort.
Franco A. (izquierda), junto a su abogado en el juicio que se celebra en Fráncfort.THOMAS LOHNES (AFP)

Un comportamiento similar de varios soldados destinados en Lituania en una misión de la OTAN sí tuvo consecuencias drásticas esta semana. Defensa decidió enviar de vuelta a Alemania a un pelotón completo por entonar cánticos antisemitas y dedicar el cumpleaños feliz a Hitler durante una borrachera en una fiesta celebrada en un hotel. Todos se enfrentan a sanciones y algunos, entre ellos los responsables de una presunta agresión sexual, a la expulsión.

El Gobierno alemán admite que tiene un problema con el extremismo de derechas, que se considera la mayor amenaza para la seguridad del país, por encima del terrorismo islamista. Los casos han aumentado en general, pero preocupan especialmente los de los cuerpos de seguridad. “Este personal tiene acceso a armas y municiones, conocimientos tácticos y operativos, y acceso a información sensible y bases de datos”, apunta el informe de los servicios secretos internos alemanes presentado en octubre pasado. Estos casos suponen “un peligro considerable para el Estado y la sociedad”.

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Alexander Müller, diputado del partido liberal (FDP) y miembro del comité de Defensa del Bundestag (Cámara baja), dice que hay que “desarrollar medidas preventivas para aumentar la resiliencia a las ideas extremistas” en el Ejército. Müller critica que el Gobierno de Angela Merkel se niega a facilitar cifras actualizadas y pide más transparencia. En los datos de 2019 y 2020 se aprecia un incremento de casos sospechosos. “No me atrevo a decir si se debe a que crecen las actitudes extremistas o a que las autoridades investigan con mayor dedicación”, desliza. El organismo encargado de detectar a los ultraderechistas en las filas de la Bundeswehr, el MAD (Servicio de Contrainteligencia Militar), recibió durante años muchas críticas por tolerar o no buscar activamente estos casos. Hasta hace relativamente poco, las autoridades solían restar importancia a lo que consideraban casos aislados.

Pero el de Franco A. demostró que este sector estaba organizado. Había redes que agrupaban a soldados, policías y otros perfiles para planear lo que se conoce como Día X, un ataque que colapsaría el orden democrático alemán, tal como cuenta una detallada investigación de The New York Times publicada con ocasión del juicio. Tras la detención del teniente, que escondía armas y munición robada, un ejemplar de Mein Kampf de Hitler y varios documentos que demostrarían que hizo vigilancias a posibles objetivos, el Ejército ordenó registros aleatorios en cuarteles por toda Alemania. Encontró 41 objetos de parafernalia nazi.

“No debemos generalizar y empezar a decir que todo el Ejército es de ultraderecha. La gran mayoría respeta la Constitución que juraron”, asegura Cornelia Lotthammer, portavoz de la Red de Prevención de la Violencia, una ONG que se dedica a formar a profesores, policías y funcionarios de prisiones para enseñar a detectar actitudes extremistas. “No es tan fácil distinguir si alguien dice determinadas cosas para presumir o si realmente es una persona peligrosa”, explica. “La formación permite prevenir que por ejemplo unas pocas personalidades carismáticas sean capaces de arrastrar a otros compañeros y radicalizarlos. Se puede inhibir ese arrastre, inmunizar contra la radicalización”, señala. El año pasado se descubrió que cerca de 200 policías de Renania del Norte-Westfalia compartían en un chat contenido de extrema derecha: fotos de adornos de navidad con la forma de la runa de las SS y con la inscripción Sieg Heil (el grito de victoria de las tropas nazis), comentarios racistas, etcétera.

La organización de Lotthammer cree que el asesoramiento externo ayudaría al Ejército alemán y a los cuerpos policiales a detectar antes estos casos: “Equipos de fuera, más independientes, como nuestra ONG, tendrían más éxito en formar a las personas. Querríamos ofrecer nuestra ayuda como ya hacemos en las cárceles”, dice Lotthammer. No hay estudios sobre cuántos soldados o policías se alistaron ya con ideología extremista y cuántos fueron radicalizados una vez entraron en el cuerpo. Siemtje Möller, portavoz de seguridad y defensa en el grupo parlamentario del SPD, asegura que sería bueno saberlo porque en ese caso los servicios secretos no habrían hecho bien su trabajo al no detectar esas actitudes. Una enmienda a la ley que regula el estatuto de los soldados introdujo en 2017 el control de seguridad rutinario previo al reclutamiento, una norma “que tiene mucho sentido”, dice Müller.

El falso refugiado sirio

La defensa de Franco A. mantiene en el juicio que el militar se hizo pasar por refugiado para destapar el fraude del sistema de asilo alemán y que no tenía intención ni de atentar contra nadie ni mucho menos de tratar de hacer pasar los asesinatos por terrorismo islamista cometido por un refugiado. La Fiscalía replica que para eso no necesitaba permanecer 15 meses en el sistema, durante los que llegó a cobrar 3.000 euros del Estado.

Los investigadores aún se preguntan cómo pudo pasar como sirio un hombre que no hablaba árabe y solo chapurreaba francés. Franco A. fue descubierto porque un empleado del aeropuerto de Viena encontró por casualidad una pistola en un baño en enero de 2017. La policía le tendió una trampa. Esperó a ver quién iba a recogerla y se encontró con que las huellas dactilares identificaban a dos personas: un teniente del Ejército y un refugiado sirio. En los registros encontraron listados de posibles víctimas —él asegura que solo quería investigarles— y croquis de los edificios donde estas trabajaban.

El extremismo de Franco A. debería haber llamado la atención de sus superiores mucho antes. En una tesis académica que escribió en 2014, advertía contra el mestizaje y empleaba vocabulario claramente nacionalista y racista. Pero entonces no saltaron las alarmas.

Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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