La derecha francesa agrieta el duopolio Macron-Le Pen
Distintos líderes conservadores aspiran a consolidarse en las regionales con vistas a la carrera por la presidencia en 2022
Emmanuel Macron tiene un nuevo rival en su lucha por ser reelegido en 2022 como presidente de Francia. Se llama Xavier Bertrand, tiene 56 años, es agente de seguros de profesión, fue ministro con los presidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy y preside desde 2016 la región norteña de Altos de Francia. Si en la segunda vuelta de las elecciones regionales, este domingo, este conservador que se presenta como independiente confirma el buen resultado de la primera, hace una semana, saldrá proyectado como aspirante de la derecha al palacio del Elíseo.
La estrategia del presidente ante la extrema derecha de Marine Le Pen —o yo o el caos— puede flaquear si aparece una alternativa a ese caos que no sea él. Jérôme Fourquet, del instituto Ifop, lo explicaba en vísperas de la primera vuelta: “Hoy una parte de la derecha apoya a Macron, pero si la gente viese que hay alguien del sistema que puede frenar a Le Pen, entonces ya no hay razón para votar a Macron. Este es su temor”.
Hasta ahora, todos los sondeos apuntan a que las elecciones presidenciales de la próxima primavera serán cosa de dos: Macron, el joven político centrista que en 2017 ascendió por sorpresa al poder rompiendo la hegemonía de los viejos partidos socialista y conservador, y Le Pen.
Las elecciones regionales, marcadas en la primera vuelta por una abstención récord, han modificado el escenario. Primero, con el mal resultado de los dos partidos que dominan la política nacional, La República en Marcha (LREM) de Macron y el Reagrupamiento Nacional (RN) de Le Pen.
LREM apenas superó el 10% de votos en todo el país en la primera vuelta y no tiene opciones para gobernar en ninguna región. El RN sacó cerca del 20%, pero quedó lejos del casi 28% de las elecciones de 2015, en las que fue el partido más votado. Y, en contra de los pronósticos, en la segunda vuelta ha quedado fuera de juego en casi todas las regiones, excepto en Provenza-Alpes-Costa Azul, donde todavía puede ganar.
La segunda lección de la primera vuelta es la resistencia de los viejos partidos: el Partido Socialista (PS) de los presidentes François Mitterrand y François Hollande, y Los Republicanos (LR), la derecha clásica que en el pasado lideraron presidentes como Chirac o Sarkozy. El PS y LR se mantuvieron como los más votados en las regiones donde ya gobernaban, y el segundo fue el partido más votado en el conjunto de Francia.
Tres figuras de la derecha sobresalieron en la noche electoral del pasado domingo. Una es Bertrand, quien ya anunció hace meses su intención de competir en las presidenciales en 2022 si tenía éxito en las regionales. Ganó en la primera vuelta con un 41,42%.
Otro político de la derecha, el expresidente de LR Laurent Wauquiez, puede presentar un resultado aún mejor en la región que preside, Auvernia-Ródano-Alpes, como credencial para aspirar al Elíseo: venció con un 43,85%. La tercera figura emergente ya ocupaba el cargo, como Bertrand y Wauquiez. Es Valérie Pécresse, exministra de Sarkozy y vencedora en la primera vuelta en Île-de-France, la región de París, con un 35,94%. En la segunda vuelta de este domingo, es favorita ante una amplia coalición de izquierdas.
“No hay que extraer consecuencias nacionales de un escrutinio local, excepto en la participación”, dijo Macron en el Consejo de Ministros del pasado miércoles. Y, sin embargo, hay señales de nerviosismo en las filas gubernamentales. Varios medios han revelado un tenso diálogo, mientras los ministros esperaban la llegada de Macron, entre dos de ellos: el titular de Interior, Gérald Darmanin, antiguo miembro de LR, y Éric Dupond-Moretti, abogado estrella que fue nombrado ministro de Justicia hace un año sin experiencia política. Ambos eran candidatos en Altos-de-Francia.
La lista de La República en Marcha, pese a la presencia de varios ministros, ni siquiera superó el 10% necesario para pasar a la segunda vuelta. Darmanin tuvo el consuelo de ganar con claridad en la circunscripción donde era candidato a las elecciones departamentales, que se celebran el mismo día. Tras conocerse los resultados, el ministro se felicitó a sí mismo por su éxito en las departamentales y felicitó a Bertrand, antiguo correligionario en LR y amigo suyo. “¡Es indigno! ¡Es una traición!”, clamó el temperamental Dupond-Moretti ante sus colegas en el Consejo de Ministros.
La bronca revela la inquietud que ha causado en el macronismo la victoria de un rival en el norte posindustrial. “Que cada uno asuma sus responsabilidades”, dijo Bertrand en la noche electoral. “Yo he asumido la mía al hacer del Frente Nacional mi solo y único enemigo”. El argumento de Bertrand es que él ha demostrado ser capaz de derrotar en uno de sus feudos al partido de Le Pen, al que aplica su antigua denominación, Frente Nacional. Un sondeo reciente en Le Figaro indicaba que, si en la segunda vuelta de las presidenciales Bertrand se enfrentase a Le Pen, se impondría con una diferencia de 20 puntos; Macron solo sacaría ocho a la líder del RN.
El presidente tiene motivos para preocuparse, aunque la abundancia de barones regionales con ambiciones, y la rivalidad entre ellos, le beneficia. Bertrand y Pécresse ya ni siquiera militan en LR, pues prefieren presentarse sin esta etiqueta, y la derecha no ha decidido cómo elegirá a su candidato en 2022.
No será fácil que de las regionales salga un nombre de consenso. “Para que esto ocurriese”, dice Fourquet, “debería haber alguien con un gran resultado, que todo el ejército cerrase filas tras un general y que fuesen todos a una: los Wauquiez, los Bertrand, los Pécresse... ¡Pero ya les conocemos!”. Las batallas fratricidas llevan fracturando a la derecha desde hace una década y no es seguro que ahora vayan a firmar la paz.
LOS PARTIDOS TRADICIONALES RESISTEN
Los partidos tradicionales se resisten a desaparecer en Francia, pese a los esfuerzos del presidente Emmanuel Macron para fagocitarlos.
Cuando hace cinco años, siendo aún ministro de Economía del presidente socialista François Hollande, Macron lanzó su carrera al palacio del Elíseo, partía del diagnóstico siguiente. El Partido Socialista (PS) y Los Republicanos (LR) eran formaciones anquilosadas y abocadas a la irrelevancia, como demostraría el hecho de que sus candidatos ni siquiera pasasen a la segunda vuelta de las presidenciales de 2017. Izquierda y derecha eran conceptos del pasado. Y solo un amplio movimiento centrista capaz de aglutinar a los moderados de ambos bandos podía modernizar Francia y, al mismo tiempo, frenar a Le Pen. La jefa del Reagrupamiento Nacional (RN) era la versión autóctona del nacionalismo populista que acababa de triunfar con el Brexit y en Estados Unidos con Donald Trump.
Macron se instaló en el poder con el apoyo de antiguos votantes del PS y LR y se rodeó de ministros procedentes de este partido. En algunos puestos clave, como el de primer ministro o el del titular de Economía y Finanzas, nombró a tránsfugas de la derecha como Édouard Philippe o Bruno Le Maire, respectivamente, y puso en marcha con éxito reformas que los conservadores no se habían atrevido a hacer y que aplaudían con entusiasmo, como la del mercado laboral.
Las europeas de 2019 confirmaron el diagnóstico. El candidato de LR ni llegó al 10% de votos y, aunque el RN fue el partido más votado, lo fue por una ventaja escasa ante LREM, el partido del mandatario, y en todo caso las elecciones confirmaron el duopolio de Macron y Le Pen en Francia y el ocaso de los viejos partidos.
Un año después, en junio de 2020, las municipales aportaron la primera corrección a este diagnóstico. Tanto LR como el PS resistieron en sus feudos y, en algunas de las principales ciudades francesas, irrumpió con fuerza el ecologismo. LREM y RN, los partidos que debían encarnar la nueva política pero que carecen de arraigo territorial, salieron derrotados y no ganaron más que unos pocos municipios.
El guion se repite en las elecciones regionales de este 20 y el 27 de junio, como si en Francia la política se desarrollase en dos planos paralelos e independientes: el local, donde los viejos partidos, bien implantados en el territorio, siguen siendo hegemónicos, y el nacional, donde el centrismo europeísta y la extrema derecha se disputan el poder.
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