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La tensión geopolítica y la pandemia desgastan a marchas forzadas a la cúpula de la UE

En poco más de un año en sus cargos, Michel, Von der Leyen y Borrell acumulan errores y tropiezos en medio de un escenario político y económico marcado por grandes dificultades

La presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, de pie, mientras el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, se sientan en las dos únicas butacas disponibles durante su encuentro en Ankara el pasado 6 de abril. En vídeo, el momento incómodo entre Erdogan y Ursula von der Leyen. Vídeo: FOTO Y EUROPEAN UNION / REUTERS

Los llamados top jobs de la UE se ocuparon hace apenas 18 meses, pero algunos de sus titulares acusan ya un desgaste político más propio de un final de mandato que de la primera parte de una legislatura que terminará en 2024. La tensión geopolítica reinante y la crisis sanitaria y económica provocada por la pandemia de covid-19 han erosionado al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y al Alto Representante de Política Exterior, Josep Borrell. Los tres han cometido, además, importantes errores de cálculo político y han librado una sorda pero dura batalla por el protagonismo internacional que les ha reportado más daño que credibilidad.

Este mismo lunes Michel y Von der Leyen deberán dirimir ante el Parlamento Europeo las diferencias que quedaron de manifiesto durante su reciente visita a Ankara por un fallo de protocolo sospechosamente machista que relegó a la presidenta de la Comisión sin que el presidente del Consejo hiciera nada por impedirlo. Ese choque llegaba unas semanas después de que Borrell protagonizase en Moscú otro viaje desastroso para la imagen internacional de la UE. Hasta ahora, de los cuatro altos cargos elegidos en 2019 solo la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, ha salido casi indemne del primer año y medio de mandato, aunque también ha tenido algún resbalón.

Lagarde llevaba poco más de cuatro meses en Fráncfort cuando cometió el error de asegurar: “No estamos aquí para frenar las primas de riesgo, no es la función del BCE”. La frase alteró bruscamente los mercados en pleno estallido de la pandemia y se interpretó como el final de la era de Mario Draghi, marcada por el intervencionismo del BCE para contener los ataques especulativos contra la zona euro y contra sus miembros más vulnerables.

Lagarde rectificó inmediatamente y desde entonces se ha afianzado en un cargo donde Draghi había dejado el listón muy alto. A favor de la francesa ha jugado su menor exposición pública, con poco más de una rueda de prensa al mes y solo un puñado de medios establecidos de manera permanente en Fráncfort.

Peor suerte ha corrido el resto del cuarteto seleccionado en 2019. Michel se estrenó con una cumbre sobre presupuestos que fracasó estrepitosamente (en febrero de 2020) y su valoración se ha situado en mínimos tras el choque con Von der Leyen durante el encuentro con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.

Mientras, la presidenta de la Comisión sufrió a principios de este año su mayor patinazo, con la aprobación de un proyecto de Reglamento sobre control de exportaciones que puso en peligro el recién logrado acuerdo de post-Brexit con el Reino Unido. La alemana dio marcha atrás de inmediato. Pero el fallo, achacado a la falta de consulta con otros comisarios, reveló las carencias de un liderazgo encerrado en sí mismo y sin la complicidad de una buena parte de la Comisión Europea.

El mayor batacazo de Borrell llegó en Moscú, durante una rueda de prensa en la que el jefe de la diplomacia europea fue vapuleado por un ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, que aprovechó la falta de preparación del viaje por parte de la delegación europea. Fuentes comunitarias creen que el español aún no se ha recuperado de aquel choque y ha agravado los problemas de imagen de un vicepresidente que desde su llegada a Bruselas no ha logrado consolidarse como un peso pesado dentro del entramado comunitario.

Las fuentes consultadas en Bruselas reconocen que la actual cúpula de la UE se ha enfrentado a una coyuntura geopolítica y económica de una dificultad con pocos precedentes. Al tremendo impacto sanitario y social de la pandemia se ha sumado una creciente tensión con la Rusia de Vladímir Putin y continuos roces con la Turquía de Erdogan. Solo el fin de la era de Donald Trump y la rápida llegada de las vacunas contra la covid-19 ha ofrecido cierto alivio a los dirigentes comunitarios.

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Se apunta también en Bruselas que algunos de los tropiezos se han debido a la propia complejidad de la UE, con estructuras que se solapan y competencias no siempre bien delimitadas. Pero no falta quien achaque los problemas a un sistema de selección de los altos cargos que, en aras del consenso, a veces renuncia a los nombramientos más adecuados y se conforma con los perfiles menos incómodos.

La Unión no tiene un director de reparto, sino 27, tantos como jefes de Estado o de Gobierno se sientan en el Consejo Europeo. Ese fue el foro del que salió elegida la actual cúpula comunitaria tras una larguísima cumbre europea (en julio de 2019) que llegó a los cuatro nombres sobre la base de descartar las primeras opciones que había sobre la mesa. Los equilibrios de género, color político y nacionalidad completaron los criterios para encajar a golpe de regateo y concesiones las cuatro piezas del rompecabezas comunitario.

La eurodiputada Iratxe García, líder del grupo socialista en el Parlamento Europeo, cree que “no hubo un problema de casting, todas las personas elegidas tienen una gran capacidad de trabajo y de análisis”. Pero en el camino se quedaron apuestas iniciales para la presidencia de la Comisión como el eurodiputado y líder del grupo popular (PPE), Manfred Weber; o el socialista Frans Timmermans y la liberal Margrethe Vestager, ambos con un lustro de experiencia en la Comisión Europea. Los tres habían sido cabezas de lista de sus respectivas formaciones en las elecciones al Parlamento Europeo, ganadas por el PPE de Weber. Pero fueron rechazados por una buena parte del Consejo.

El regateo por los otros puestos también eliminó a Michel Barnier, exitoso negociador europeo del Brexit, a Kristalina Georgieva, recolocada finalmente al frente del Fondo Monetario Internacional, o al presidente del Bundesbank, Jens Wiedmann, que sigue al frente del banco central alemán.

“Al final se optó por tener una Comisión más débil poniendo al frente a Von der Leyen, cuyo peso político en aquellos momentos era limitado”, diagnostica Ernest Urtasun, eurodiputado del grupo de los Verdes. Urtasun cree que a ello se añade “un problema estructural, con dos presidencias, la del Consejo y la de Comisión, compitiendo a veces por ocupar el mismo espacio”.

El diplomático belga François Roux, que fue jefe de gabinete de Michel durante los primeros meses de su mandato, considera que el llamado sofagate ha sacado a la luz de forma brutal las divergencias internas en la UE respecto a las relaciones exteriores. “El incidente diplomático de Ankara [Von der Leyen fue relegada a un sofá, a otro nivel que Michel y Erdogan] ha dañado la credibilidad de ambos presidentes y también de la UE”, concluye Roux, ahora miembro del centro de estudios Egmon Institute, en un análisis publicado la semana pasada.

Pero la rivalidad entre el belga y la alemana parece ir más allá de un mero conflicto competencial y el incidente en torno a la silla de Ankara ha revelado una inquina que ha sorprendido en Bruselas. El tinte sexista del encontronazo entre Michel y Von der Leyen ha complicado aún más la búsqueda de una salida negociada.

Iratxe García ha defendido que en el debate parlamentario de este lunes se separase el análisis de la relación con Turquía del incidente entre Michel y Von der Leyen, para poner de relieve el carácter machista del sofagate. Pero populares, liberales y verdes han cerrado filas para fusionar ambos asuntos y evitar a Michel un incómodo rifirrafe sobre su actitud durante el encuentro con Erdogan. “El Tratado no se va a cambiar así que Michel y Von der Leyen tendrán que pasar página y aprender a convivir”, zanja una fuente diplomática de uno de los países más poblados de la Unión.

La acumulación de roces y tropiezos han provocado un acelerado deterioro de la cúpula de la UE. Michel es el que se encuentra en una posición más delicada porque su mandato inicial es de dos años y medio y necesita el visto bueno del Consejo Europeo, por mayoría cualificada, para completar los cinco años de la legislatura.

Von der Leyen en principio tiene garantizado el cargo hasta 2024, salvo que el Parlamento Europeo optase por una moción de censura, algo impensable en estos momentos. Borrell también tiene prácticamente blindado su mandato como vicepresidente de la Comisión, aunque su cargo como Alto Representante puede ser revocado por el Consejo por mayoría cualificada.

Pero los tres disponen todavía de amplio margen para reivindicar su labor en Bruselas. Michel cuenta en su haber con el histórico acuerdo del año pasado sobre el fondo de recuperación contra la pandemia. Von der Leyen se ha puesto al frente de unas campañas de vacunación que tras los traqueteos iniciales han logrado ya una importante velocidad de crucero. Borrell, por su parte, parece a punto de resucitar el acuerdo nuclear con Irán tras la salida de Trump de la Casa Blanca.

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