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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Charles Michel, el líder marcado por no ceder su silla a Ursula von der Leyen

Con tres hijos, el presidente del Consejo Europeo llegó a la política siguiendo los pasos de su padre, el también liberal Louis Michel

Charles Michel, por Luis Grañena.
Charles Michel, por Luis Grañena.
Lluís Pellicer

El primer encontronazo de Charles Michel con el movimiento feminista ocurrió apenas dos meses después de acceder al cargo de primer ministro belga. El jefe de gobierno más joven que jamás había tenido el país se disponía en diciembre de 2014 a desgranar en Namur a los líderes valones su programa de gobierno cuando dos activistas irrumpieron en la sala y le arrojaron patatas fritas y le rociaron de mayonesa. Entonces la protesta no obedecía a ningún comportamiento sexista, sino a los recortes sociales puestos en marcha en Bélgica. Siete años después, a la mesa del hasta ahora presidente más joven que ha tenido el Consejo Europeo ha llegado una carta, también de su Namur natal, impulsada por una entidad feminista que exige su dimisión. En esta ocasión, el detonante ha sido una secuencia de apenas medio minuto que simboliza el machismo que sigue imperando en las altas esferas.

A sus 45 años, este político liberal, padre de tres hijos, puede presumir de un amplísimo recorrido político que arrancó a los 18, cuando fue elegido consejero provincial del Brabante Valón. Empezaba una carrera en la que no hacía sino quemar etapas, hasta que en 2019 fue elegido presidente del Consejo Europeo tras una maratoniana cumbre de jefes de Estado y de Gobierno. Su entrada en la Wikipedia, el lugar que consagra la trayectoria de toda persona pública, tiene poco que envidiar a la de otros políticos de su generación. Sin embargo, el único episodio que, por ahora, recoge la versión francesa de esa gran enciclopedia virtual de su paso por el Consejo Europeo es el llamado sofagate, ese momento que dice haber rebobinado en su cabeza hasta 150 veces. En esas imágenes que le vienen a la memoria una y otra vez, él guarda silencio mientras observa a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quedarse atónita al constatar que el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, y Michel se hacen con los dos sillones que presidían una reunión institucional en Ankara y la relegan al sofá.

Líderes políticos de todos los colores han coincidido en tildar esa imagen de “desastre”. La escena no solo expresa la discriminación y la soledad que sufre hoy la mujer en las alturas. También supone una nueva humillación de la Unión Europea en el exterior, de la que Michel deberá dar explicaciones ante los eurodiputados justo cuando arranca el año en el que se dirimirá su renovación. El presidente no dimitirá. En Bruselas ese extremo se antoja imposible dada su pertenencia a una saga de políticos belgas. Su padre, Louis Michel, lideró a los liberales francófonos en los años ochenta y noventa, y fue ministro de Exteriores y comisario europeo.

Su renuncia también es improbable por la enorme ambición que se le atribuye. Quienes tratan con Michel destacan su buen humor y su cercanía, pero también su apetito por los focos. Él mismo ha admitido que una de sus máximas es “no hay viento de cara para quien sabe dónde va”. A los 38 años iba hacia la jefatura de Gobierno de su país, aunque eso supusiera pactar con los ultraconservadores nacionalistas flamencos de la N-VA, con quienes dijo que nunca lo haría antes de las elecciones. “Eso está claro”, prometió entonces. Pero al formar la conocida como “coalición kamikaze” se corrigió: “Me equivoqué”. A los 43 años da un paso más y logra la presidencia del Consejo. Según dice, fue Merkel quien le sugirió que su carrera tal vez debería pasar por la senda europea.

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Fuentes europeas lamentan que Michel no haya entendido cuál es el rol de un presidente del Consejo, que debe ocuparse fundamentalmente de buscar el entendimiento entre los jefes de Estado y de Gobierno. En lugar de eso, dicen, ha tratado de procurarse una mayor proyección, comiéndole primero el terreno al alto representante, Josep Borrell, y más tarde a la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen. Y ahí está, según dicen, el origen del nuevo tropiezo diplomático de la UE.

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Lecciones del #sofagate

Su compañera de filas en el partido y ex primera ministra belga, Sophie Wilmès, salió a defenderlo ante el alud de acusaciones de misoginia que recibió incluso desde su grupo parlamentario. Michel afirmó arrepentirse de la situación y dijo que no era consciente de la humillación que sufrió Von der Leyen, con quien ahora mantiene una tensísima relación. En Bruselas hay quien cree que el episodio pone en riesgo su continuidad al frente de la institución cuando llegue el momento de la reelección. Hay quien opina, en cambio, que Macron no lo dejará caer. Fuentes comunitarias sostienen que su ambición ha acabado jugándole una mala pasada. “Ese cargo al principio era para Kristalina Georgieva. El riesgo de que se opte por el plan B es ese, la falta de liderazgo”, sostienen estas fuentes.

En su haber, Michel tiene el hito de haber estado al frente del Consejo Europeo en el que los líderes europeos acordaron, contra todo pronóstico, un fondo de reconstrucción de 800.000 millones de euros. Michel no tiene problemas en anotarse ese tanto y recordar que bromeaba con todos los jefes de Estado y de Gobierno sobre su potestad como ex primer ministro belga de hacer cerrar aeropuertos hasta que alcanzaran un pacto. Algunos diplomáticos critican esas cumbres maratonianas, pero las 90 horas empleadas en julio de 2020 resultaron ser eficaces. Aun así, la gran enciclopedia virtual no recoge ni una palabra de ese episodio de su carrera.

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Sobre la firma

Lluís Pellicer
Es jefe de sección de Nacional de EL PAÍS. Antes fue jefe de Economía, corresponsal en Bruselas y redactor en Barcelona. Ha cubierto la crisis inmobiliaria de 2008, las reuniones del BCE y las cumbres del FMI. Licenciado en Periodismo por la Universitat Autònoma de Barcelona, ha cursado el programa de desarrollo directivo de IESE.

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