El estallido de violencia en Irlanda del Norte sorprende al Gobierno de Johnson
En los últimos días, 55 policías han resultado heridos en los disturbios, provocados por la frustración de los unionistas ante las consecuencias del Brexit
Las llamas de autobuses, vehículos de policía y contenedores en las calles de Irlanda del Norte han obligado finalmente a abrir los ojos al Gobierno de Boris Johnson. Una semana seguida de disturbios violentos dejan ya un saldo de al menos 55 agentes heridos. El primer ministro británico ha enviado este jueves a Belfast a su ministro para Irlanda del Norte, Brandon Lewis. El Ejecutivo autónomo, compartido por unionistas y republicanos, ha calificado de “deplorable” la violencia y ha exigido su cese al final de una reunión de urgencia. La comunidad protestante se muestra frustrada por las consecuencias del Brexit y cree que Londres la ha traicionado.
La Asamblea de Irlanda del Norte ha comenzado a debatir este jueves el modo de aplacar la violencia en las calles —desatada por las consecuencias del Brexit y el hartazgo de la pandemia—, que se ha extendido ya durante más de una semana dejando más de medio centenar de policías heridos y numerosos daños materiales. Por primera vez desde que comenzaron los disturbios, Londres ha comenzado a prestar atención. Johnson se ha mostrado “profundamente preocupado” y ha pedido a las distintas facciones norirlandesas que busquen una solución. “El modo de resolver las diferencias es a través del diálogo, no mediante la delincuencia o las acciones criminales”, ha dicho.
Esta vez el origen de la tensión ha estado en la comunidad unionista, la población protestante partidaria de que Irlanda del Norte permanezca dentro del Reino Unido. El Acuerdo de Viernes Santo de 1998 devolvió la paz a la isla, pero la violencia sectaria nunca ha desaparecido del todo. Tiende a resurgir ante cualquier mínima chispa. En esta ocasión, sin embargo, han sido varias chispas a la vez, y los políticos norirlandeses han comenzado a temer que resulte más difícil de controlar.
El Protocolo de Irlanda del Norte, el documento anexo al acuerdo de retirada del Reino Unido de la UE, dejó este territorio británico dentro del espacio aduanero del mercado interior comunitario. Era el modo de evitar la imposición de una nueva frontera que partiera Irlanda y resucitara las rencillas. La República de Irlanda es hoy el único territorio de la UE con el que el Reino Unido comparte una delimitación física, pero cualquier habitante de la isla se mueve sin problemas a través de una frontera que permanece invisible. Los políticos unionistas, que se sienten traicionados por la decisión de Londres, han agitado con su discurso un sentimiento de frustración y abandono entre la comunidad protestante. Pero esta realidad política no sirve por sí misma para explicar la nueva erupción de violencia. De hecho, basta un paseo por el puerto de Foyle, en Derry, para comprobar que, más allá de nuevas trabas burocráticas, el flujo diario de mercancías sigue sin sugerir que la isla esté más cerca de Bruselas o más lejos de Londres. Hay que sumarle un largo confinamiento por la pandemia que ha crispado a la población, una sensación de abandono de la población protestante que viene de lejos, y un episodio concreto que ha resucitado los resentimientos.
El 30 de junio de 2020, 24 miembros de la dirección del partido republicano Sinn Féin, incluida su presidenta Mary Lou McDonald, asistieron, junto a miles de personas, al funeral del histórico miembro del IRA Bobby Storey. Incumplieron de modo evidente las normas de distanciamiento social entonces en vigor. La fiscalía norirlandesa, sin embargo, optó finalmente por no procesar a ninguno de los presentes. Se limitó a interrogar “voluntariamente” a algunos de los dirigentes, en una investigación que tuvo algo de farsa y algo de prudencia y sentido común, para evitar males mayores.
Juego a dos bandas
Aunque ninguna autoridad ha presentado hasta la fecha pruebas concluyentes, la convicción generalizada entre la sociedad norirlandesa y entre sus políticos apunta a grupos paramilitares unionistas, como el de South East Antrim UDA —que siguen latentes a pesar del acuerdo de paz de 1998—, como los responsables de haber agitado las aguas. Los centenares de manifestantes que han salido cada noche a las calles de Belfast o de Derry son jóvenes y niños (algunos de apenas 12 años), pero nadie acepta que haya sido su propio espíritu rebelde, de modo espontáneo, el que les haya llevado a incendiar coches, contenedores o cabinas telefónicas, o a lanzar piedras y cócteles molotov contra autobuses, vehículos privados o coches policiales.
“La destrucción, la violencia o la amenaza de violencia son completamente inaceptables e injustificables, sean cuales sean las preocupaciones que existan en las diferentes comunidades”, ha expresado este jueves en un comunicado el Gobierno autónomo de Irlanda del Norte, en el que comparten poder republicanos y unionistas. “Aquellos que pretenden usar y abusar de nuestros niños y jóvenes para que cometan estos atentados no tienen cabida en nuestra sociedad”.
Sin embargo, la actual ministra principal, Arlene Foster, del partido unionista DUP, ha pretendido durante toda la crisis jugar a dos bandas. Mientras condena sin paliativos la violencia, se suma a las voces de los que piden la dimisión del comisario jefe de la Policía de Irlanda del Norte (PSNI, en sus siglas en inglés), Simon Byrne. También ella cree que ha perdido, con su modo de gestionar el funeral del exmiembro de la organización terrorista republicana, la confianza de la comunidad unionista. Las paredes y vallas de los barrios protestantes de Belfast Oeste, Newtownabbey, Carrickfergus o Derry están cubiertas con pintadas contra las fuerzas de seguridad. “PSNI out” (Fuera la PSNI) o “PSNI pigs” (PSNI cerdos), que se mezclan con los eslóganes en contra de la nueva frontera que el Brexit ha impuesto en el mar de Irlanda, la franja de agua que separa las dos islas.
El Gobierno de la República de Irlanda, mucho más consciente que Londres del polvorín que existe en el territorio autónomo británico (Ulster), ha reclamado a los políticos norirlandeses que trabajen en una respuesta a la actual tensión “antes de que alguien muera”. El ministro de Exteriores irlandés, Simon Coveney, ha señalado una clara responsabilidad en todo lo ocurrido: “Declaraciones del Gobierno irlandés no van a servir para calmar la tensión dentro de las comunidades unionistas. La respuesta debe surgir de ellas mismas”.
Un acuerdo de paz delicado de preservar
El próximo sábado, 10 de abril, significa mucho para muchos norirlandeses. Se cumplirán 23 años de la firma del Acuerdo de Viernes Santo, que trajo la paz a una comunidad destrozada por el terrorismo y la violencia sectaria. Esa es la razón por la que los políticos de Belfast se han apresurado a ofrecer una respuesta conjunta que apacigüe el clima de tensión. La policía ha detectado que algunos grupos paramilitares han recorrido los pequeños comercios —cafeterías o colmados— que el confinamiento aún permite que sigan abiertos para advertir a sus dueños de que cierren el sábado si quieren evitar destrozos. Las fuerzas de seguridad se preparan para un fin de semana duro en el que se agravarán los disturbios. El acuerdo de paz fue la causa de que Bruselas se obstinara en imponer una salvaguarda en Irlanda del Norte (el llamado backstop) para preservar su mercado interno sin poner en peligro la paz.
La oposición laborista culpa ahora a Johnson de no haber cumplido con su tarea de custodio de tan delicado acuerdo, y de haber provocado la frustración de la comunidad unionista norirlandesa "con sus continuas mentiras sobre las consecuencias verdaderas del Brexit". La portavoz laborista para Irlanda del Norte, Louise Haigh, ha señalado a los paramilitares unionistas como los principales responsables de la actual violencia, pero ha exigido también a Johnson que ejerza en la región un liderazgo político cuya ausencia hasta ahora ha provocado "un vacío que la violencia ha ocupado".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.