Un ‘impeachment’ entre vallas, alambradas y militares
El Capitolio de EE UU se convierte en tribunal de Donald Trump y escena del crimen que se juzga
Desde el día del ataque al Capitolio, el pasado 6 de enero, cualquier persona autorizada, incluida la prensa, debe dar un rodeo interminable para llegar al Congreso de EE UU. El vasto perímetro de seguridad levantado por vallas, alambradas y soldados de la Guardia Nacional recuerda que la llamada casa del pueblo, donde se hacen las leyes, se dan paseos y se toman retratos junto al lago, está estos días muy lejos del pueblo. Nadie sabe cuánto durarán estas medidas de seguridad excepcionales, pero es seguro que seguirán mientras se celebre el juicio político contra el expresidente Donald Trump. No hay recordatorio más hostil y preciso que ese de los acontecimientos que han llevado a Estados Unidos a iniciar este martes el cuarto impeachment de su historia, un asalto violento e insólito a ese templo que tanto reverencian.
Porque el Capitolio es hoy un tribunal, pero también una escena del crimen, de la misma forma que los 100 senadores de la Cámara ejercen de miembros del jurado, aunque también han sido testigos y, en buena medida, víctimas de aquel asedio. Así de extraordinario es un juicio como este, en el que ni siquiera el presidente se encuentra ya en el cargo, sino que vive refugiado en su mansión de Florida.
El centro de Washington vive un día para los libros de historia –otro más–, pero parece un decorado abandonado. Entre la pandemia, los disturbios del pasado verano durante las protestas contra el racismo y el ataque extremista al Capitolio, la capital se ha transformado en un fuerte, con las tiendas tapiadas y los vehículos militares ya completamente integrados en el paisaje. Trump, mientras tanto, ha pasado de la omnipresencia en los medios hacia la desaparición total, contribuyendo a esa sensación de plató vacío.
Dentro, al otro lado de la valla, donde se celebra el juicio, los demócratas han comenzado la sesión exhibiendo un vídeo demoledor, 13 minutos de imágenes que combinaban el acalorado mensaje de Trump con las escenas más violentas del Capitolio. “Nunca recuperaréis nuestro país si sois débiles. Debéis mostrar fuerza”, exclamó en un momento del discurso el presidente. “Luchemos por Trump”, “Sin Trump no hay paz”, vociferaban los asaltantes. De repente, los gritos de alguien atrapado. El republicano se enfrenta al cargo de “incitación a la insurrección” por las arengas que lanzó aquella misma mañana, antes de que la turba fanática se lanzase contra el Congreso, pero el veredicto de culpabilidad resulta improbable.
Un impeachment tampoco va de eso, en realidad. Nunca en la historia de Estados Unidos ha servido este procedimiento para aquello para lo que fue diseñado por los padres de la Constitución, para condenar o expulsar a un presidente.
El que pareció abocado a ello, Richard Nixon, dimitió cuando el proceso por el caso Watergate se encontraba en la fase previa, la de la Cámara de Representantes, a punto de votar formalmente la acusación y enviar el asunto al Senado. Andrew Johnson, el demócrata probó por primera vez el mecanismo, en 1868, libró por un voto. Lo juzgaron porque, en un momento de alta tensión, nada más terminar la Guerra Civil, destituyó a un miembro de su gabinete sin la entonces necesaria autorización de la Cámara alta. Bill Clinton, en 1998, también quedó absuelto tras salir a la luz sus mentiras sobre el ‘caso Lewinsky’. Y el propio Trump superó también el proceso de hace un año por sus presiones a Ucrania para lograr trapos sucios sobre Joe Biden.
Todos aquellos procesos sirvieron de repudio y de purificación, de terapia grupal a veces, de purga la mayor parte del tiempo. Johnson expuso un conflicto entre el poder ejecutivo y el legislativo y Clinton sirvió el debate sobre la frontera entre la esfera pública y privada de un presidente, el papel de su moralidad. De ocurrir hoy, probablemente se hubiese puesto más el foco en el abuso de poder del político más poderoso del mundo sobre una becaria de 21 años. Con el juicio a Trump hace un año, los estadounidenses se asomaron con todo lujo de detalle a los tejemanejes que el presidente y su camarilla (con el abogado Rudy Giuliani al frente) tenían con Gobierno extranjero, aunque el cierre de filas de los republicanos en torno a su líder no puso en duda su absolución ni por un momento.
Con este impeachment, los demócratas buscan que no se olvide el papel de Trump en los hechos del 6 de enero, que queden escritos para siempre como motivo de juicio, y que los republicanos tengan, una vez más, que retratarse ante unos hechos que han llenado Washington de militares, vallas y alambradas.
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