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El diablo vuelve al Parlamento italiano

La política del país se sume en un caos sistémico y recupera viejas costumbres en busca de una quincena de tránsfugas para salvar al Ejecutivo tras la ruptura de Matteo Renzi

Matteo Renzi, líder de Italia Viva, en la Cámara de Diputados italiana el pasado miércoles en Roma.
Matteo Renzi, líder de Italia Viva, en la Cámara de Diputados italiana el pasado miércoles en Roma.Alberto Pizzoli (AP)
Daniel Verdú

Clemente Mastella es un personaje casi mitológico de la política italiana. Hoy puede parecer solo el alcalde de Benevento, una pequeña localidad de la región de Campania. Pero también fue ministro en los Gobiernos de Romano Prodi y de Silvio Berlusconi, urdidor de las tramas que tumbaron el del primero y, sobre todo, nítido destello de la los últimos estertores de la Democracia Cristiana (DC). De su parte más decadente. Clemente Mastella, que se define como un “transeúnte de la política”, ha vuelto. O nunca se fue, dirá él. Ahora, junto a su esposa y en medio del caos, se ha erigido en encargado de reunir al grupo de senadores que debería sustituir a los 18 parlamentarios de Matteo Renzi en el Senado para que el Ejecutivo de Giuseppe Conte pueda seguir adelante. La nueva mayonesa parlamentaria que evitaría la dimisión del primer ministro tendrá nombres de Forza Italia, del grupo mixto e, incluso, del partido de Renzi. En Italia los llaman “responsables”. El Palacio del Quirinal sugiere “constructores”. En el resto del mundo son tránsfugas: la clave de la política italiana de las últimas décadas.

El renacido Mastella, que también estuvo a punto de participar en la Isla de los Famosos, da entrevistas a todas horas. Se sabe importante. Pero lo es todavía más porque explica el modo de hacer de la política italiana en las últimas décadas. Da igual si el relato de la historia se empeña en clasificar los periodos con solemnes términos como Primera, Segunda o Tercera república. El modus operandi hoy es el mismo que sirvió a Giulio Andreotti para perpetuarse siete veces como primer ministro o a Silvio Berlusconi para cabalgar cuatro presidencias del Consejo, pese a todos sus escándalos. Renzi se llevará 18 senadores y hay que encontrar, como mínimo, a una quincena para superar levemente los 161 mínimos. Hasta el último minuto, si uno tiene algo que ofrecer antes del lunes, cuando Conte se someterá a la moción de confianza (el martes en el Senado), puede suceder todo y lo contrario en el Palacio Madama, sede del Senado. Es la hora de los profesionales de los pasillos, de personajes olvidados. Y el Parlamento italiano se dispone a sacar la vajilla buena para la ocasión. “Es posible formar el nuevo grupo”, susurra al teléfono uno de los elegidos.

Italia ha tenido 67 Gobiernos y una treintena de primeros ministros distintos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Esta legislatura va camino de poner en órbita el tercero y, si nadie lo remedia, su primer ministro volverá a ser elegido por séptima vez consecutiva sin haber pasado por las urnas (el último que obtuvo esa legitimidad fue Berlusconi en 2008). Hay muchos motivos. Puede que el origen fuese el temor a la vuelta de un monstruo como el que encarnó Mussolini. La protección fue un sistema político bicameral perfecto que, en realidad, genera bloqueos e inestabilidad (Renzi quiso liquidarlo con su fallida reforma). La promiscuidad entre partidos y la propensión a llegar a acuerdos de los italianos, en las antípodas del carácter español, lo empeoran.

La volatilidad, sin embargo, ha crecido en los últimos años. La inestabilidad de la llamada Primera República (del 1948 a 1994) fue una ilusión óptica. Gobernaba la DC y los pactos y las rupturas estaban pilotados, recuerda el politólogo y ensayista Giovanni Orsina. La crisis de los partidos políticos en los primeros años noventa llegó con los escándalos del caso de corrupción Tangentopoli, que tumbó a primeros ministros como Bettino Craxi. La estructura que mantenía en pie el país saltó por los aires y fue sustituida por Berlusconi. “Y Berlusconi es quien estructuró el sistema político, porque construyó la derecha a su alrededor y a la izquierda contra él. Tras ese esquema, quedaron solo pedazos de partidos, ninguno central. La crisis del berlusconismo dejó a Italia sin partidos, sin el propio Berlusconi y con una criatura bizarra e inestable como el Movimiento 5 Estrellas. Un partido que rechaza la organización de partido, la jerarquía y tiene a un cómico en el vértice. Si sumas todo eso obtienes el actual sistema político italiano que, básicamente, no existe ya. Y por eso puedes hacer una cosa y la contraria. Si no hay una lógica posible, solo quedan los objetivos personales”, apunta.

Riccardo Nencini es otro personaje que a casi nadie sonará, pero al que conviene prestar atención estos días. En las últimas elecciones se presentó con la marca del extinto Partido Socialista Italiano. No llegó al mínimo para que su formación entrase en el Senado, aunque logró un asiento aparentemente estéril. Pero todo en la política italiana se puede aprovechar. Renzi buscaba un símbolo cuando se escindió del Partido Democrático hace dos años para agrupar a los parlamentarios huidos bajo su nueva marca de Italia Viva. La cámara obliga a hacerlo bajo un marco legal presentado a las elecciones. En caso contrario, toca ir al grupo mixto. Y ahora Nencini, de quien nadie se acordaba, medita formar parte de los responsables y quizá se lleve su marca y deje al partido de Renzi sin paraguas en el Senado. Es su momento de gloria: “Excepto Obama y Tony Blair, creo en estas horas me han llamado todos. Me siento como Ulises en su barco, entre tormentas, pero con coherencia socialista nos dirigimos a Ítaca”. La isla griega sería hoy el pasado.

El último heredero

Giuseppe Conte es el último heredero de la Democracia Cristiana. El primer ministro, un profesor de derecho que tanto puede gobernar con la extrema derecha, como con los socialdemócratas, sabe que resistir y esperar pacientemente es ganar. Cuenta ahora con el apoyo de los dos partidos principales de la coalición de gobierno —Movimiento 5 Estrellas y el Partido Democrático— y con la complicidad total de otro de los grandes residuos democristianos: el presidente de la República, Sergio Mattarella. Él mismo está haciendo llamadas. Y en los pasillos del Senado comienzan las reuniones, las promesas e, incluso, la grabación de conversaciones de quienes tienen algo que ofrecer para no ser traicionados en el último momento.

Las próximas horas, hasta que Conte someta su cargo a la votación de las Cámaras y compruebe si su estrategia ha funcionado, Italia desempolvará sus viejas costumbres. Veremos el retorno también de personajes como Silvio Berlusconi, que no desperdiciará la ocasión para sacar tajada de un posible apoyo (entre 2006 y 2008 fue condenado en primer grado por pagar tres millones de euros para corromper a un senador y tumbar el Gobierno Prodi). También de actores políticos de reparto, que a cambio de la chaqueta nueva, disfrutarán en las próximas semanas —si el plan llega a buen puerto— de cargos o privilegios ministeriales. Y todo ello, patrocinado por el Movimiento 5 Estrellas, el partido que ganó las elecciones con un 33% bramando contra la casta, invocando un cambio de época y prometiendo que jamás habría pactado con los viejos partidos (lo ha hecho ya con casi todos). El Gatopardo de siempre, que todo cambiase para que todo siguiese igual.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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