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Médicos Sin Fronteras advierte de un aumento de la violencia hacia los migrantes en el sur de México

Pese a que el flujo migratorio disminuyó en 2020 debido a la pandemia, la organización ha identificado un alza de robos y secuestros a los centroamericanos en tránsito

Lorena Arroyo
Migrantes esperan afuera de las oficinas del Instituto Nacional de Migración en Tapachula.
Migrantes esperan afuera de las oficinas del Instituto Nacional de Migración en Tapachula.Fotógrafo Especial (CUARTOSCURO)

No habían pasado ni 20 días desde que Ervin, un migrante del departamento hondureño de Siguatepeque, hubiera dejado su tierra después del impacto del huracán Eta, y el joven de 17 años ya había sido víctima de un robo y un secuestro en territorio mexicano. Primero, unos criminales le quitaron lo poco que llevaba consigo: algo de dinero, una mochila con ropa, el celular con el que se comunicaba con su familia, el cinturón, sus zapatos y unas chancletas. Unos días después, ya “con el miedo a cuestas”, un grupo de delincuentes lo secuestró junto al grupo con el que viajaba. Les pedían 5.000 dólares por cabeza para liberarlos, pero él les dijo que no tenía nada porque ya le habían asaltado y que tampoco tenía a nadie en Estados Unidos que pudiera pagar el rescate. Después de tres días retenido, le dejaron libre.

“Veníamos caminando por la vía del tren y nos agarraron (...) me soltaron, pero sí tuve y tengo mucho miedo. Duermo poquito, estoy alerta, como con nervios. A veces los amigos que encontré aquí me hablan y no escucho. Me siento perdido, creo que me quedé asustado”, relató Ervin a principios de diciembre en un testimonio ofrecido en un puesto de atención a migrantes de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Coatzacoalcos (Veracruz) al que tuvo acceso EL PAÍS. Esa organización no gubernamental ha identificado en el último año un aumento en la violencia a la que se enfrentan los migrantes que cruzan México como él, especialmente en el sur del país.

Según explica Antonino Caradonna, coordinador de terreno del proyecto Migrantes de MSF, las restricciones impuestas a la movilidad por la pandemia han reducido el flujo migratorio, especialmente en la segunda parte del año, pero las personas que viajan “están aún bajo una situación de amenaza por episodios de violencia, abusos, robos, violencia sexual y secuestros”, unos delitos que han visto incrementar proporcionalmente en el sur de México, según las entrevistas hechas a los migrantes en los Estados de Tabasco y Veracruz. La organización advierte de que la crisis de la covid-19 está dificultado aún más el camino de los centroamericanos, en parte porque algunos albergues y centros que los atendían se han visto obligados a cerrar o reducir sus servicios, lo que los obliga a dormir en la calle y exponerse a la delincuencia y los grupos criminales o alquilar alojamientos donde pasan las noches hacinados y con riesgo de contagiarse del virus.

Eso lo ha vivido Ervin desde que dejó su casa a mediados de noviembre en su segundo intento de migrar. El primero fue a principios del año pasado cuando salió con su padre con la intención de llegar a Estados Unidos. Entonces, dice, encontraban más lugares donde dormir y había más opciones de transporte para avanzar rápido por México. Pero las autoridades mexicanas le detuvieron y le regresaron a Honduras. De vuelta a su país, trató de salir adelante trabajando en la milpa de su familia y sembrando frijoles y hortalizas, hasta que, después del golpe de Eta, decidió que no merecía la pena seguirlo intentando. “El huracán hizo muchos desastres allá y perdí mis cosechas, se arruinó mi tierra y pues allá no hay trabajo, no se puede ganar nada, nomás trabaja uno para ir pasando el día. No puedes hacerte de nada, reconstruir tu casa o tener un futuro”, dice el joven.

Por eso, se despidió de su madre y sus tres hermanas pequeñas y, de nuevo, puso rumbo al norte, esta vez para tratar reencontrarse con su padre, que consiguió asentarse en Monterrey. Pero esta vez se encontró con más violencia y dificultades en el camino que en su primer intento. “No hay muchos lugares donde quedarnos. Dormimos donde nos agarre la noche, en el monte, debajo de los puentes, de un árbol... La vez pasada que venía con mi papá, veníamos mejor porque podíamos agarrar el bus, pero ahorita ya no se puede y, como vengo solo, ya para mí es más difícil, tengo que caminar más que la vez pasada y pasar hambre”, cuenta.

Frente al auge de la migración de familias centroamericanas que pusieron rumbo a Estados Unidos de manera masiva en los últimos años, menores de edad como Ervin y jóvenes adultos son el nuevo perfil de migrantes que MSF está viendo más en medio de la pandemia. A eso, hay que sumarle en las últimas semanas un aumento en el flujo de personas que huyen de los destrozos provocados por los potentes huracanes Eta e Iota que dejaron a decenas de miles de personas en la región sin hogar ni forma de subsistencia. “Hace dos semanas en el sur en Veracruz hemos notado que se ha dado un aumento en el flujo de migrantes y una parte de ellos justifican que han dejado su país (Honduras o Nicaragua) por los huracanes y porque no le quedó más remedio que salir”, afirma Caradonna.

Una de esas migrantes es Ingrid Vanessa Murillo, una hondureña de 22 años del departamento de Cortés que dejó su casa y a su hija de solo dos años con la abuela paterna después del azote de las dos tormentas. “Nos quedamos sin trabajo, perdimos nuestras cosas y eso nos está obligando a salir, porque necesitamos darle de comer a nuestros hijos y no hay trabajo para poder sacar a nuestra familia adelante porque en Honduras nuestro país está botado”, le dijo la joven a MSF. Según cuenta, un día antes de emprender el camino se fue a despedir de la niña, le pidió que no la olvidara y le prometió que regresaría a por ella. También le dijo que no pensara que le iba a abandonar, pero que tenía que irse “para poder sacarla adelante”.

Su intención es llegar a Estados Unidos y conseguir “uno o dos” empleos para ofrecerle un futuro mejor a la niña. “Decidí no traerla porque es muy peligroso, pero me siento triste porque la extraño y sé que ella me extraña mucho”, confiesa. “A veces me pongo a llorar cuando veo sus fotos en mi teléfono, pero no tuve opción: lo hice para darle una mejor vida, una donde tengamos lo necesario para comer y tener un techo donde vivir”.

Tanto ella como Ervin pueden ser la punta de lanza de un fenómeno de migrantes climáticos impulsados por los desastres provocados por los huracanes, como han advertido organizaciones internacionales y los propios presidentes de países como Honduras y Guatemala. Ese flujo será uno de los retos de este 2021 para los Gobiernos del mexicano Andrés López Obrador y el estadounidense Joe Biden, que en su primera conversación desde la elección del segundo prometieron emprender una nueva estrategia migratoria.

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Sobre la firma

Lorena Arroyo
Editora y jefa de la edición América de EL PAÍS. Cubre Centroamérica, el Caribe e inmigración. Antes trabajó en Univision Noticias en Washington y Miami, en BBC Mundo y en la agencia EFE en Brasil, Bolivia y Madrid. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y Máster en Periodismo de Investigación, Datos y Visualización.

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