Como en Europa, el verano argentino relaja la lucha contra la pandemia
Libre circulación y comercios abiertos hasta la 1 de la madrugada mientras sube la curva de contagios
Algo parece haber quedado claro durante esta pandemia: ningún país es capaz de aprender de las malas experiencias ajenas. Argentina se adentra en el verano, la sociedad se relaja y, como en Europa hace seis meses, se acumulan las condiciones para sufrir en otoño una segunda gran oleada del coronavirus. En Argentina, además, la llegada del calor coincide con las fiestas navideñas y de fin de año. ¿Resultado? Se contabilizan más de 10.000 contagios diarios, casi 14.000 el 7 de enero, y la curva se aproxima al pico registrado en octubre.
El presidente Alberto Fernández dijo una semana atrás sentirse alarmado porque el aumento de casos en ciudades turísticas como Mar del Plata era “más que preocupante” y recomendó a sus conciudadanos “no jugar con fuego”. Poco después, sus voceros anunciaron que el Gobierno preparaba un decreto nacional de urgencia para establecer algo parecido a un toque de queda y para reducir el tráfico aéreo. Pero Fernández no se atrevió a asumir el coste político de un retorno parcial a la cuarentena, ni se arriesgó a pedir el aval del Congreso. El viernes, finalmente, se publicó un decreto ordinario en el que el Gobierno hacía “recomendaciones” y dejaba en manos de los gobernadores provinciales la adopción de medidas cautelares.
Buenos Aires, la provincia más poblada y con más turismo costero (Mar del Plata, Pinamar, Villa Gesell), y la propia ciudad de Buenos Aires, han restringido las actividades comerciales entre la 1 y las 6 de la mañana, pero sin limitar la circulación de personas. Por primera vez desde el inicio de la pandemia, hace casi un año, las necesidades de la economía prevalecen sobre las sanitarias. Aún así, los empresarios turísticos se quejan de que cerrar a la 1 de la madrugada les causa grandes perjuicios.
La evolución de la curva de contagios es clara. El día que hubo menos fue el 7 de diciembre, con menos de 4.000 en toda Argentina. Desde entonces, la curva no deja de subir. En torno al 10 de diciembre, cuando se celebraron las vigilias masivas a favor de la aprobación de la ley del aborto, los contagios contabilizados rondaban los 5.000 diarios. Dos semanas después (ciclo estimado de evolución de la enfermedad) eran más de 8.500. Y dos semanas después de las fiestas navideñas, el 7 de enero, superaban los 13.800.
El infectólogo Ricardo Teijeiro explicó al diario La Nación que el crecimiento de los casos se debía “a los movimientos de fin de año, sumados a las manifestaciones, la circulación turística y los grupos de jóvenes que, aunque sean de 20 o 30 personas, son los que más se contagian”. Teijeiro añadió: “Es lo que estamos viendo ahora en los hospitales, personas de entre 15 y 40 años. No utilizan las camas de internación porque cursan la enfermedad con cuadros leves o asintomáticos, pero generan un riesgo social porque pueden transmitir a familiares adultos mayores”.
Como los Gobiernos europeos durante el verano septentrional, el Gobierno argentino se ha resignado a abrir la mano. Por la fatiga de la población, por las urgencias económicas y porque la inicial unanimidad política en la lucha contra la pandemia se rompió hace tiempo. A la vez, el Ejecutivo de Alberto Fernández parece resignado a asumir también las consecuencias negativas de la relajación. El jefe de Gabinete (primer ministro), Santiago Cafiero, alertó de que peligraba el anunciado retorno de los estudiantes a las clases presenciales, previsto para el 1 de marzo, si no se “extremaban los cuidados”. Los jóvenes argentinos llevan prácticamente un año sin pisar las aulas. Pero los cuidados no están extremándose.
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