El ocaso de las cometas en Egipto
Las autoridades consideran que estos juguetes pueden constituir una “amenaza contra la seguridad nacional” y persiguen su uso en El Cairo y Alejandría
A medida que el toque de queda nocturno impuesto en Egipto en marzo para frenar la propagación del coronavirus vaciaba las otrora bulliciosas calles de El Cairo y de la ciudad mediterránea de Alejandría, los cielos del país árabe se empezaron a llenar de miles de cometas. Sobre todo en los atardeceres, estos papalotes formaban un pintoresco mosaico ajeno a las restricciones en tierra.
Aunque se trata de un entretenimiento con una larga tradición en Egipto, la estación de cometas de este año, que arranca de la mano de la primavera, recabó una popularidad especial. Con las escuelas cerradas y los clubes deportivos y otros espacios públicos igualmente sin funcionar durante meses, muchos encontraron en las cometas una simbólica vía de escape a la soledad, el aburrimiento y los dolores de cabeza que el virus ha traído a la mayoría de hogares del país.
“La época dorada [de las cometas] fueron los años noventa y la primera mitad de los 2000, antes de popularizarse Internet, sobre todo entre las clases medias y bajas que no tenían los medios para otros entretenimientos”, evoca Atef Badr, un ingeniero de El Cairo de 38 años con una larga experiencia en el mundo de las cometas. El pasatiempo entró luego en una fase de decadencia, cuenta Badr, “hasta la llegada de la pandemia”, que ayudó de nuevo a popularizarlo “como una forma agradable [de divertirse] tras privarse otras formas de entretenimiento”.
Esta sensación de armonía, inusual en una ciudad como El Cairo, se vio sin embargo ensombrecida a mediados de junio, cuando las siempre recelosas autoridades egipcias lanzaron una surrealista campaña contra las cometas por razones de “seguridad” y por constituir una “amenaza contra la seguridad nacional”. En junio, un diputado y miembro del comité de defensa y seguridad nacional del Parlamento llegó incluso a asegurar —ante la burla de las redes sociales— que las cometas podían ser equipadas con cámaras para fotografiar y grabar instalaciones sensibles del país.
La ofensiva de las autoridades llegó después de que, en las semanas previas, hubieran ocurrido algunos trágicos incidentes con cometas de por medio, como caídas de edificios, electrocuciones, ahogos y trifulcas letales que resonaron en la prensa local. Pese a tratarse de accidentes aislados, algunos diputados exigieron medidas ante el peligro que a sus ojos representa este pasatiempo.
En cuestión de días, la policía llegó a requisar y destruir más de 1.500 cometas solo en el Cairo, y unas 300 en Alejandría, según informó entonces la BBC árabe. Ahora, quienes osen jugar donde no deben se arriesgan además a multas de entre 300 y 1.000 libras (16 y 55 euros), una cifra para nada insignificante en un país donde los ingresos familiares anuales medios rondan los 3.200 euros.
Aunque las restricciones afectan a las dos principales ciudades de Egipto, su alcance no es claro y está por ver hasta qué punto se esmerará la policía en hacerlas cumplir más allá de para llenar algunos titulares. En este sentido, las advertencias no han evitado que algunos sigan acudiendo cuando cae el sol a puentes señalados de El Cairo para hacer volar sus cometas con la ayuda de la brisa que corre por el Nilo. “Es un hobby, igual que ir en moto”, desliza Mohamed, un joven egipcio que se acerca con su cometa blanca al céntrico puente de la Universidad de El Cairo cada vez que el trabajo se lo permite. “Ya jugaba de pequeño, y con el corona empecé de nuevo”, explica.
A pesar de que las cometas que alzan su vuelo tienen formas, colores y estampados diferentes, la mayoría respeta el diseño hexagonal tradicional en Egipto, y usa materiales naturales de base, observa Badr, el ingeniero mecánico. “Los precios [para producirlos] son muy bajos, así que es accesible a todo el mundo, especialmente en las zonas más humildes”, agrega.
En el mismo puente de la Universidad, otro Mohamed, de 22 años, cuenta que lleva jugando con cometas desde hace una década, pero admite que con el coronavirus lo hace más a menudo. En su caso, él mismo se ha fabricado el papalote –que ha bautizado como Mercedes– con unos palos que compró por 10 libras (unos 50 céntimos) y bolsas de basura que imitan el logo de la marca de coches. “Con la crisis del corona vengo aquí porque si no estoy en casa sin hacer nada”, admite.
Sea por las restricciones impuestas por las autoridades locales o por el levantamiento del toque de queda y la progresiva reapertura del país, el volumen de cometas en el cielo parece haber disminuido en las últimas semanas. Badr, sin embargo, confía en que aún no ha llegado el momento de detener su vuelo. “Creo que continuarán durante un tiempo,” augura, “porque la mayoría de quienes usan las cometas son clases populares sin [muchas] formas de entretenerse”.
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