El Brexit, la única batalla que une a los conservadores
Hay una “probabilidad muy alta de que no haya acuerdo”, advierte Johnson. Los miembros más euroescépticos del Partido Conservador acusan a la UE de “chantajista” y “poco democrática”
La pandemia logró enterrar durante unos meses la polémica más destructiva de la historia política británica reciente, pero el Brexit seguía ahí. A medida que se acerca el final del periodo de transición acordado con la UE y la perspectiva de un acuerdo comercial se desvanece, el ala euroescéptica del Partido Conservador ha resucitado para impedir que Boris Johnson pueda dar un paso atrás. Sus principales voces han subido el tono descalificador ―hasta acusar a Bruselas de no tener el “respeto básico a los principios democráticos”― y nacionalista. El líder de la oposición laborista, Keir Starmer, quien sugirió que estaría dispuesto a respaldar a Johnson si lograba cerrar un pacto, se enfrenta de nuevo a una rebelión interna en su partido.
El primer ministro ha confirmado este jueves que existe “una alta probabilidad” de que no se logre cerrar un acuerdo con Bruselas, y ha pedido a ciudadanos y empresas que se vayan preparando ante esa coyuntura. Johnson reunió a todos sus ministros para explicarles que “la oferta sobre la mesa no es el acuerdo que necesita el Reino Unido en estos momentos”, y logró el apoyo unánime de todo el Gabinete.
Fuentes de Downing Street aseguraron, cuando el asesor estrella e ideólogo del Brexit, Dominic Cummings cayó en desgracia a mediados de noviembre, que nada iba a cambiar en la firmeza frente a la UE. El primer convencido de que el Reino Unido prosperaría en el futuro “con o sin acuerdo”, decían, era Johnson. La descomunal crisis económica provocada por el coronavirus, sin embargo, hizo concluir a los conservadores más moderados que el primer ministro no podía permitirse el lujo de agravar la situación con una ruptura brusca e incierta el 31 de diciembre, para la que las empresas británicas no estaban preparadas. “No tengo la menor duda de que, a partir del 1 de enero, este país va a prosperar poderosamente”, zanjó el debate Johnson el miércoles en la Cámara de los Comunes.
Los tories más euroescépticos, que habían permanecido callados desde principios de año y daban la impresión de considerar el Brexit una cima conquistada, han retomado un discurso nacionalista agresivo para convencer a los ciudadanos de que todo se reduce a una lucha en defensa de la soberanía del Reino Unido. “Por supuesto que habrá algunos baches en el camino, pero en eso consiste cualquier cambio”, aseguraba este jueves el ministro de Exteriores, Dominic Raab. “No vamos a permitir que nos traten de un modo que ningún otro país aceptaría, que la propia UE no aceptaría. Todo se reduce al respeto de los principios democráticos básicos”, ha dicho.
El Parlamento británico sigue sometido a estrictas reglas de distanciamiento social que mantienen semivacías sus bancadas. El Gobierno de Johnson logró además una mayoría arrolladora en los comicios generales del pasado 12 de diciembre, y expulsó en aquellas elecciones a un gran número de partidarios en sus propias filas de la permanencia del Reino Unido en la UE. Por eso la Cámara de los Comunes ya no es el escenario de escaramuzas en torno al Brexit como las vividas a finales de 2019. Solo los nacionalistas escoceses del SNP, conscientes de que un abandono desordenado de los vínculos con el continente europeo dará alas a su retomado impulso independentista, y algún laborista aislado, como Hillary Benn, han alzado su voz frente a la perspectiva de que el próximo domingo Londres y Bruselas den por finiquitadas las negociaciones. El presidente de la Comisión parlamentaria sobre las Relaciones Futuras con la UE exigía este jueves al Gobierno que mostrara un análisis económico comparativo de las ventajas de un Brexit sin acuerdo a otro pactado. La respuesta a Benn, de la mano de una euroescéptica acérrima como Penny Mordaunt, tesorera general del Gobierno (con rango de secretaría de Estado), era un llamamiento general a la oposición a que mostrara lealtad al Ejecutivo en un momento crucial, y a la recuperación de los eslóganes proBrexit del referéndum de 2016. “Solo es posible un acuerdo que sea compatible con nuestra soberanía, y que sirva para recuperar el control de nuestras leyes, nuestro comercio y nuestras aguas”, decía Mordaunt.
Como el capitán Renault en Casablanca, cuando se escandaliza de que en el local de Rick haya juego ilegal mientras reclama sus ganancias, los euroescépticos más combativos han calificado de “chantaje escandaloso” el hecho de que Bruselas publicara finalmente este jueves su plan de emergencia para amortiguar un Brexit duro. “No hacen más que confirmar que todavía no han entendido que ya no somos un Estado miembro”, ha asegurado el diputado David Jones al Daily Mail, sin acordarse de que el propio Gobierno británico ha publicado ya varios de esos planes de contingencia en lo que va de año.
Paradójicamente, el sustituto de Jeremy Corbyn al frente del Partido Laborista, Keir Starmer, quien durante tres años fue la voz de los que reclamaban en su formación un Brexit ordenado y hasta un segundo referéndum, se enfrenta ahora un dilema endiablado. Convencido de que los votantes de izquierda querían pasar ya la página del Brexit y olvidar la ambigüedad que desplegó el partido en ese debate, Starmer apostó su estrategia a que Johnson se cociera en su propio jugo y demostrara al final de este año si era capaz de alcanzar el acuerdo prometido con la UE. “Si se cierra un pacto, el laborismo votará en defensa del interés nacional, y no de un modo partidista”, aseguraba el líder de la oposición el pasado miércoles en su enfrentamiento con Johnson.
Pero son ya al menos un tercio los diputados de su grupo parlamentario que amenazan con abstenerse si el Gobierno lleva a la Cámara un acuerdo de mínimos con la UE. Y muchos de ellos se resisten a callar su voz si Johnson acaba conduciendo al país hacia un Brexit duro. Starmer se ha visto conducido hacia la misma ambigüedad que reprochaba a su antecesor, Corbyn. El líder laborista, repreguntado el mismo miércoles por los periodistas, fue incapaz de aclarar si respaldaría o no un acuerdo, y se limitó a decir que debería estudiar antes su contenido. “Lo necesitamos para salvar los empleos y las empresas, porque las consecuencias de que no haya acuerdo serán graves”, repetía uno de sus portavoces. La indecisión de Starmer fue un regalo para un primer ministro en horas bajas de popularidad, que se ha aferrado a su bandera preferida. Johnson reprochó a Starmer permanecer sordo y mudo respecto al Brexit durante todos estos meses, y se lanzó a prometer ―sin aclarar de qué modo― que volverá crearse empleo por todo el Reino Unido a partir del año que viene.
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