Trump cuestiona la legitimidad de las elecciones en un clima de alta tensión
El presidente evita comprometerse a una transición pacífica, mientras los republicanos del Senado se desmarcan del mandatario, pero ven posible un litigio en el Supremo
Las elecciones estadounidenses del 3 de noviembre se han convertido en un polvorín. El país debe elegir a su próximo gobernante en medio de la peor crisis sanitaria y económica en 100 años, con las protestas raciales en su punto más agudo desde 1968, y el comandante en jefe, Donald Trump, ha optado por echar gasolina al fuego. El presidente lleva semanas sembrando dudas sobre la fiabilidad del sistema y sobre el voto por correo, que se prevé masivo por la pandemia, pero el miércoles fue más allá y evitó comprometerse a una transición pacífica del poder si pierde.
En una rueda de prensa en la Casa Blanca, un periodista planteó directamente la pregunta a Trump hasta en dos ocasiones y en ambas respondió con evasivas. “Veremos qué pasa, sabe que me he quejado mucho de las papeletas por correo, es un completo desastre”, dijo, cuestionando así una de las señas de identidad de mayor orgullo de la historia estadounidense, la del pueblo que lleva más de 200 años cambiando de gobernante de forma pacífica.
“Héroes y filósofos, hombres valientes y viles, desde Roma y Atenas han intentando que este particular traspaso de poder funcione de forma efectiva; ningún pueblo lo ha hecho con más éxito, o durante más tiempo, que los estadounidenses”, escribió Theodore White en The making of a president, el gran clásico sobre las elecciones de 1960, que llevaron al poder a John F. Kennedy.
Trump ya sembró dudas sobre el sistema en la campaña de 2016, cuando los pronósticos señalaban a su rival demócrata, Hillary Clinton, como vencedora. Las diferencias con entonces, sin embargo, son alarmantes: quien así habla ya no es aquel candidato incendiario, un magnate inmobiliario estrella de la telerrealidad, sino el presidente del país. Y lo hace, además, en un momento turbulento para la sociedad civil, tras un verano de protestas raciales y disturbios que han causado fallecidos en ciudades como Portland (Oregón) o Kenosha (Wisconsin).
Horas después de su intervención, en Louisville (Kentucky), dos policías resultaron heridos de bala y hubo decenas de detenidos en las manifestaciones tras la decisión de un gran jurado de exonerar a los tres agentes que entraron una noche del pasado marzo en la casa de la afroamericana Breonna Taylor con una orden de registro y la abatieron. Las manifestaciones de protesta se extendieron a otras ciudades.
El periodista hizo referencia a esa tensión social. “Hay gente provocando disturbios, ¿se compromete a asegurarse de que habrá una transición pacífica del poder?”, insistió. Y Trump replicó: “Nos queremos librar de esas papeletas [del voto por correo, las que señala, sin base, que son fraudulentas] y tendremos una transición pacífica, bueno, no habrá transición, habrá una continuación”, dijo, considerándose vencedor de los comicios. “Las papeletas están fuera de control y los demócratas lo saben mejor que nadie”, añadió.
Con la pandemia, la mayoría de los Estados ha flexibilizado los requisitos para votar por correo y hasta el 78% del electorado estadounidense —un récord— puede hacerlo. Muchos expertos coinciden en que, por ese motivo, es probable que no se conozca el ganador esa noche, sino cuando se acaben de contar días después todas esas papeletas del correo. Esa incertidumbre es un campo de minas en el actual clima de polarización. El líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, evitó desautorizar a Trump, pero llamó a la calma y aseguró en su cuenta de Twitter: “El ganador de la elección del 3 de noviembre tomará posesión el 20 de enero y habrá una transición ordenada del poder como la ha habido cada cuatro años desde 1792”. El senador de Utah y excandidato presidencial Mitt Romney, también republicano pero habitual crítico de Trump, tachó de “impensable e inaceptable” cualquier insinuación de un presidente de no respetar “esta garantía constitucional”.
El espectro de Bush y Gore en 2000
Lo que ni republicanos ni demócratas descartan es que el resultado acabe dirimido en el Tribunal Supremo, como ocurrió en 2000, cuando el demócrata Al Gore cuestionó la victoria de George W. Bush por el conflicto en el recuento de Florida. El senador Lindsey Graham, fiel a Trump, señaló en la cadena Fox que era posible “un litigio sobre quién ha ganado las elecciones”. “Pero el tribunal lo decidirá, y si perdemos los republicanos, aceptaremos ese resultado”, recalcó.
Por eso, el relevo de la juez progresista Ruth Bader Ginsburg, fallecida el pasado viernes, resulta capital para el presidente y su partido. La máxima autoridad judicial se compone de nueve miembros y, si queda en ocho durante meses, podría dar lugar a una situación de empate y bloqueo. Además, elegir sustituta —el mandatario ya ha avanzado que será una mujer— le permitirá reforzar la mayoría conservadora de la máxima autoridad judicial, que ya era de cinco a cuatro.
“Creo que esto acabará en el Tribunal Supremo y es muy importante que tengamos nueve jueces”, dijo. “Es mejor [confirmar a una nueva magistrada] antes de las elecciones, porque creo que este fraude que están preparando los demócratas acabará frente al Tribunal Supremo de EE UU”, añadió. Este sábado anunciará su nominada para ocupar la vacante de Bader Ginsburg, una decisión muy polémica porque rompe la tradición de que un presidente a punto de enfrentarse a la reelección —y que, por tanto, puede no repetir mandato— no debe nombrar un cargo vitalicio tan relevante. Es la premisa que los propios republicanos defendieron en su momento ante la Administración de Barack Obama.
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