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Boris Johnson visita Escocia para intentar frenar un sentimiento independentista en ascenso

El Brexit y la crisis del coronavirus agravan la amenaza de ruptura del Reino Unido

Rafa de Miguel
El primer ministro británico, Boris Johnson, visita una instalación pesquera este jueves en las Islas Orcadas (Escocia).
El primer ministro británico, Boris Johnson, visita una instalación pesquera este jueves en las Islas Orcadas (Escocia).ANDREW PARSONS / DOWNING STREET (EFE)

El primer paso de Boris Johnson ante cualquier problema es dar con una metáfora más o menos afortunada. La unión de Escocia e Inglaterra, ha dicho el primer ministro británico, “no es un matrimonio de conveniencia, sino que estamos el uno para el otro en la salud y en la enfermedad”. Downing Street ha acelerado su estrategia de comunicación para intentar convencer a los escoceses de los beneficios de permanecer en el Reino Unido. Johnson ha celebrado su primer año en el Gobierno con una visita al territorio autónomo y ha ordenado a sus ministros que se prodiguen más en sus medios y viajen allí. Las últimas encuestas señalan un apoyo a la independencia del 54% de la población.

Si el Brexit aceleró el sentimiento separatista, la errática gestión de la crisis del coronavirus por parte de Johnson ha terminado de convencer a muchos escoceses de las bondades de tomar las riendas de su destino. La popularidad de la ministra principal y líder del Partido Nacional Escocés (SNP, en sus siglas en inglés), Nicola Sturgeon, se ha disparado durante los meses de la pandemia hasta casi triplicar la de Johnson. Aunque las cifras promedio no sugieran que a Escocia le haya ido mejor que al resto del Reino Unido, el Gobierno autónomo ha ofrecido una imagen de seriedad, precaución y estabilidad en su respuesta que ha reforzado la confianza de muchos votantes. El sondeo de Panelbase, publicado la semana pasada, sugiere que en las elecciones autonómicas que se celebrarán el año que viene, el SNP, que gobierna actualmente en minoría, podría hacerse con 74 de los 129 escaños de Holyrood (el palacio que da nombre al Parlamento escocés) y obtener una holgada mayoría. “Nunca hasta ahora se había mostrado tan débil el apoyo a la permanencia en el Reino Unido. No es ninguna sorpresa que, para muchos nacionalistas, los últimos tres meses han sido el ejemplo de que Escocia puede gobernarse a sí misma como un país pequeño e independiente. Y lo que es más importante, han podido servir para convencer también de esas ventajas a muchos unionistas”, explica John Curtice, uno de los sociólogos británicos con más conocimiento de las tendencias electorales del Reino Unido.

A pesar de la reiterada negativa de Johnson a permitir la celebración de un nuevo referéndum de independencia (el último se celebró en 2014 y los partidarios de la permanencia en el Reino Unido vencieron por un 55% frente a un 45%), incluso dentro del Partido Conservador surgen voces que señalan lo complicado que será negar la consulta si los nacionalistas arrasan en las elecciones. La independencia se ha convertido en su principal objetivo político. “Aquel referéndum fue decisivo, la elección de una generación. Y lo que hemos visto a lo largo de esta crisis es la importancia y la fortaleza de un país unido a la hora de enfrentarse a asuntos cruciales. Hemos apoyado a la gente a través de los ERTE, el ejército ha sido clave a la hora de realizar test masivos a la población o a la hora de trasladar a los enfermos desde áreas remotas”, explicaba Johnson durante su visita a las Islas Orcadas, en el norte de Escocia.

El primer ministro llevaba consigo un mensaje de puro pragmatismo para los escoceses, similar al que utilizó durante el referéndum el entonces primer ministro, David Cameron, para convencerles de las desventajas de la independencia. Cerca de un millón de escoceses se han beneficiado de las ayudas salariales del Gobierno central durante la crisis, y Londres prepara paquetes millonarios destinados a Escocia para la recesión económica en la que ingresando todo el Reino Unido. “Y todo esto va a ser cada vez más importante a medida que el mundo se adentra en aguas económicas agitadas de modo alarmante por esta pandemia sin precedentes”, ha escrito Johnson en el diario The Times horas antes de su visita.

La agenda del viaje no ha previsto ningún encuentro con Sturgeon, lo que da una idea de la distancia sideral que separa a los dos líderes políticos. La ministra principal escocesa ha arremetido además contra Johnson, apenas ha puesto un pie en el territorio autónomo, y le ha acusado de utilizar la crisis del coronavirus para hacer campaña política. “No creo que ninguno de nosotros debiera alardear o celebrar una pandemia que se ha llevado la vida de miles de personas y utilizarla como ejemplo para defender argumentos políticos previos a su aparición” ha dicho Sturgeon. “Mi prioridad no es en estos momentos hacer campaña. Boris Johnson tiene todo el derecho a hacer hoy una visita de campaña a Escocia, pero si yo estuviera en sus zapatos, no habría elegido dedicar a eso mi tiempo, dado a lo que nos enfrentamos en estos momentos”, ha señalado la dirigente nacionalista.

El Gobierno escocés ha restado importancia a los casi 5.000 millones de euros en ayudas de emergencia que el Tesoro británico ha destinado durante la crisis al territorio autónomo. Todo ese dinero, ha dicho Sturgeon, es deuda pública a cuya devolución, dentro de un tiempo, también deberán contribuir los escoceses.

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Escocia se ha convertido en la amenaza política más urgente para el Gobierno de Johnson, porque el independentismo ha cobrado una importante tracción emocional en los últimos años. Pero en el horizonte aparece también Irlanda del Norte, a la que el Brexit va a situar, política y económicamente, más cerca de Dublín que de Londres. La fuerza de los hechos, temen muchos conservadores, activará tarde o temprano el mecanismo constitucional que permite la reunificación de la isla de Irlanda. Johnson, dicen sus críticos, corre el riesgo de pasar a la historia, antes que por el triunfo del Brexit, por la desastrosa gestión de la pandemia y la ruptura de la unidad del país.

Alex Salmond, alivio y amenaza

El histórico líder del SNP, Alex Salmond, se ha convertido en un quebradero de cabeza para su sucesora, Nicola Sturgeon. Absuelto por un tribunal el pasado marzo de violación y abusos sexuales a nueve mujeres, el político puede solicitar su reingreso en la formación, como pretende hacer. Si la dirección del partido respiró aliviada por la sentencia, que despejaba nubarrones en su próxima cita electoral, el regreso de Salmond a la escena política plantea serios problemas. Un nuevo partido, Alianza por la Independencia, corteja al veterano líder, que mantiene gran parte de su popularidad, y amenaza con una escisión del voto separatista que podría aguar las expectativas del SNP. Salmond ha preferido callar ante las ofertas, conscientes de que su antiguo partido deberá tener con él la suficiente deferencia para evitar que se convierta en una amenaza activa durante los próximos meses.


Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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