La difícil sepultura de un tirano en África
El entierro de Robert Mugabe, mandatario de Zimbabue durante 37 años, queda aplazado y enfrenta al Gobierno y la familia
“De momento, seguimos el luto en la Casa azul”. Rosemary, nuera de Robert Mugabe y miembro de la comitiva familiar, ha salido un rato de la lujosa mansión que pertenecía al hombre que gobernó Zimbabue durante 37 años para pasar rápidamente por su residencia en Harare —que es la casa, aún marcada por las balas, donde Mugabe vivió en su época revolucionaria—. Es domingo y, tras el funeral de Estado del sábado, Rosemary tendría que haber seguido el féretro hasta Zvimba, el pueblo natal de Mugabe, con el resto de la familia. Pero los planes han sido cancelados a último momento. Los jefes tradicionales y los centenares de personas que le esperan en la aldea lo hacen en vano y Rosemary aprovecha para visitar su herencia. Bajo un retrato de dos metros de un Mugabe joven, llora.
El funeral de Robert Gabriel Mugabe, compuesto de varios actos y aún sin final, está sucediendo entre pugnas, confusión y cambios. El sábado, apenas una docena de jefes de Estado y de gobierno, todos africanos, viajaron hasta Zimbabue para el homenaje oficial, en un estadio que lució vacío. Entre los presidentes estaban el ecuatoguineano Teodoro Obiang, gran amigo de Mugabe y el único mandatario que le superaba en años de gobierno cuando Mugabe fue derrocado, en noviembre de 2017; el sudafricano Cyril Ramaphosa, que fue abucheado al tomar la palabra como reprimenda por la actual ola de xenofobia en Sudáfrica. Y por supuesto el actual líder de Zimbabue, Emmerson Mnangagwa, que se deshizo en elogios a su camarada, aunque nadie olvida, y menos la familia, que él fue el hombre que le derrocó. La pasión de los asistentes, como Fatima, remite siempre al Mugabe de los primeros años, antes de convertirse en un sátrapa: “gracias a él pude estudiar y hoy puedo ser emprendedora”, dice mostrando una tela con la cara del “padre de la nación”. Pero los presentes son pocos; el Estadio Nacional de Deportes donde se oficia la ceremonia, no llega a llenar ni un tercio de las localidades. En medio, en el césped, el ataúd envuelto con la bandera espera sepultura.
Pero el dónde y el cuándo sigue siendo incierto, porque las tensiones entre la familia y el Gobierno siguen vigentes y haciendo tambalear constantemente los planes. Grace Mugabe, la esposa, salió de la ceremonia con paso rápido y enganchada al féretro, como si tuviera prisa para llevarse a su difunto marido lejos del control de Mnangagwa, que observaba de pie, quieto, cómo Grace, cubierta bajo la mantilla negra, se alejaba junto a la vitrina que transporta al ataúd.
El cuerpo del expresidente, que falleció el 6 de septiembre en Singapur, volvió a la Casa Azul. La escalinata central está decorada con flores estos días, y, por una vez, este sábado, la residencia ha estado abierta a los ciudadanos comunes. La cultura local invita a las familias de los difuntos a abrir las puertas para recibir las condolencias, así que, como excepción, no hay restricciones a los jardines de la mansión que caen al río y tienen vistas al bosque. Tras la misa y el concierto nocturnos, el funeral debía proceder el domingo con la ceremonia de Zvimba y otra en el Cementerio de los Héroes, el lugar de la discordia. Pero esta segunda también se ha cancelado.
Arriba en el monte, en el camposanto dedicado a los héroes nacionales, los técnicos desconectan cables al atardecer. Las sillas y todos los equipos estaban listos para la ceremonia simbólica, sin el cuerpo, que se logró acordar con la familia después de las tensiones. Pero finalmente acaba también anulada. El Gobierno anunció en un primer momento que Robert Mugabe sería enterrado aquí este domingo, tras el funeral de Estado, pero la familia se negó por no haber sido consultada sobre la fecha.
Este cementerio se empezó a construir un año después de que Robert Mugabe tomara el poder, en 1980, y durante todas estas décadas no hubo dudas que éste sería su lugar de sepultura. Desde el aire, reproduce la silueta de dos kaláshnikovs que se dan la espalda, y en la tierra, las tumbas de los héroes —casi todos pertenecientes al partido gobernante— se han colocado reproduciendo la forma de un cargador. Entre ellas, con las mejores vistas, está la de Sally Mugabe, la activista ghanesa y primera esposa del expresidente. A su lado, una fila de tumbas aún por escribir.
Arriba de todo, en la cima, en la torre de la independencia, el acceso está cerrado. Parece que ya hayan empezado las obras para el mausoleo de Mugabe, porque esta es la última versión de la familia. Mugabe será enterrado en el cementerio de los Héroes, sí, pero después que se haya construido un mausoleo para él. Y para ello calculan al menos 30 días.
Precisamente este mismo domingo que ha quedado desierto de funeral, Mnangawa abre la portada del suplemento de The Sunday Mail. Bajo el título “El Robert Mugabe que yo conocí”, se abre una narración en primera persona realizada con extractos de una entrevista de 2015. En ella, el actual presidente recuerda la casa de Highfield —la misma donde Rosemary ha pasado la mañana— como uno de los primeros lugares donde se vio cara a cara con Mugabe: era 1964, cuando trabajó para su seguridad. Cuenta cómo Mugabe le salvó después de la pena de muerte, cómo el líder revolucionario (entonces) fue confiando más y más en él y cómo acabó siendo su mano derecha a las riendas de los servicios de seguridad, ya cuando era presidente. Con una foto de Mugabe puño alzado, parece que el Zimbabwe Independent le responda: “El traicionado Mugabe lucha contra Mnangagwa desde el ataúd”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.