Fin del experimento populista en Italia
La coalición entre dos partidos en apariencia incompatibles, la formación antisistema Movimiento 5 Estrellas y la ultraderechista Liga, ha colapsado en poco más de 14 meses
La extraña coalición en Italia entre la formación antisistema Movimiento 5 Estrellas (M5S) y la ultraderechista Liga situó la deriva populista en el centro de Europa. Metió de lleno al país transalpino en un experimento político inédito en su historia reciente, y sin parangón en la UE, con un Ejecutivo surgido de la alianza de dos socios en apariencia completamente incompatibles: uno xenófobo, soberanista, próximo a la ultraderecha y que ha dejado en la cuneta su pasado regionalista de la mano de Matteo Salvini, y otro populista, con una base antisistema o antiestablishment, ambientalista y con acento en las medidas sociales y al mismo tiempo crítico con la migración.
En su discurso común tras pactar la coalición a principios de junio de 2018, al resultado de la unión lo llamaron “la Tercera República” y el “Gobierno del cambio”. El órdago del líder de la Liga, titular de Interior y vice primer ministro Salvini, que presentó este viernes una moción de censura contra el primer ministro, Giuseppe Conte, ha hecho saltar por los aires el ensayo, que ha durado poco más de un año y dos meses.
El colapso de la coalición ha vuelto a poner en marcha el laboratorio político italiano para contener una crisis que se había convertido hace tiempo en la crónica de una ruptura anunciada. La solución, a priori, pasa por la búsqueda de una nueva mayoría que permita a Conte continuar la legislatura o por adelantar elecciones.
No es la primera vez que en una legislatura hay dos y hasta seis Gobiernos diferentes; al contrario, es absolutamente común en un país que desde 1943 ha visto 19 legislaturas y 71 Ejecutivos.
La Liga ya había tenido experiencia de gobierno. Bajo la batuta de su anterior líder, Umberto Bossi, participó en casi todos los Ejecutivos de Silvio Berlusconi, con quien la antigua Liga Norte mantuvo una histórica relación de amor-odio. Salvini mudó la piel del viejo partido regionalista y lo despojó de su icónico apellido y las ambiciones regionalistas para conquistar el sur. En cambio, para el M5S esta ha sido la primera experiencia en lo más alto del poder. Surgió de la antipolítica con el cómico Beppe Grillo y no se define ni de izquierdas ni de derechas, aunque en su última etapa ha virado considerablemente hacia esta última, con corrientes internas casi contrapuestas. La formación se engendró al calor del descontento popular durante la última etapa de gobierno de Berlusconi y ha sabido canalizar el enfado de muchos italianos con la política.
Pero su popularidad, con Luigi Di Maio como máximo líder y vice primer ministro, ha caído en picado desde que accedió al Gobierno. Casi de forma proporcional al ascenso de Salvini que, pese a ser el socio minoritario, desde el primer momento se erigió en el hombre fuerte del Ejecutivo y ha conseguido doblegar a sus aliados e imponer la mayoría de sus exigencias. Lo ha logrado fundamentalmente en materia migratoria, con la aprobación de dos leyes que endurecen el trato a los peticionarios de asilo y castigan a las ONG de rescate en el Mediterráneo. Salvini también se ha impuesto en infraestructuras, al lograr el visto bueno al proyecto de la alta velocidad entre Turín y Lyon pese a la oposición del M5S. Las posturas irreconciliables en torno a este proyecto dieron la puntilla a la coalición.
El experimento italiano de juntar al populismo de derechas y al de izquierdas empezó con un acuerdo in extremis después de un primer intento fallido de formar Gobierno con un ministro euroescéptico en Economía, un paso que vetó el presidente de la República, Sergio Mattarella. La gestión conjunta ha estado marcada por la pérdida total del pudor político para airear las posturas más radicales.
Posturas radicales
También se ha caracterizado por una política internacional de cercanía a la Administración de Donald Trump, de una apertura y apoyo sin precedentes a la Rusia de Vladímir Putin y de tensión con Bruselas, que expedientó a Italia por el exceso de deuda y ha visto con malos ojos su entrada en la Nueva Ruta de la Seda que impulsa y financia Pekín. A ello se han sumado conflictos con socios como Francia y España.
En mayo, la victoria rotunda de la Liga y el hundimiento del M5S en las elecciones europeas marcaron el giro hacia el fin de la coalición. Los últimos tiempos del viaje común han sido turbulentos, con enfrentamientos, insultos y rectificaciones constantes. Entre los socios reinaba la crispación y la búsqueda de un enemigo se había llevado al extremo. Primero fueron las ONG que rescataban migrantes en el Mediterráneo y a las que Salvini cerró los puertos para desafiar a la UE; después fue Bruselas, que colocó al país al borde de las sanciones por sus presupuestos expansivos; y en algunas ocasiones ha sido la prensa, a la que ambos han acusado de pretender provocar la caída del Gobierno. Finalmente, los enemigos han resultado ser ellos mismos.
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