Necrosis político institucional
Un análisis de la actualidad internacional a través de artículos publicados en medios globales seleccionados y comentados por la revista CTXT
La revolución “debe dejar que los muertos entierren a los muertos”, escribió Karl Marx en uno de los pasos más conocidos del 18 Brumario de Luis Bonaparte. No vivimos –no hará falta insistir mucho en ello– tiempos revolucionarios, al menos en Europa, más recientemente Fredric Jameson analizó la crisis incluso del pensamiento histórico; en pocas palabras, no queda nadie para enterrar a los muertos, los enterradores están en otro sitio –¿viendo series de Netflix? ¿En Twitter? ¿En Tinder, en YouPorn?–, los cadáveres se levantan y deambulan y el pasado no muere, el presente huele mal y el futuro no pinta mucho mejor.
“Este mes se celebran los 75 años de la conferencia de Bretton Woods, que diseñó el sistema financiero de posguerra”, escribe en la revista Tribune el canciller de Hacienda en la sombra de Reino Unido, John McDonell. Hoy, recuerda el político laborista, “las instituciones diseñadas en Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, se enfrentan a una crisis de legitimidad” debido a que se “ha concentrado el poder en las manos de una élite internacional” mientras “individuos, comunidades e incluso Estados nacionales han ido perdiendo su influencia.” Una situación, continúa, que “no está funcionando en Occidente, donde el estancamiento de los salarios ha ayudado a alimentar la subida de la derecha racista”, pero tampoco en los países en desarrollo, donde “la riqueza es saqueada por las empresas multinacionales o escondida en bancos occidentales”.
McDonell critica que “quienes luchan contra la globalización neoliberal son presentados con frecuencia como nacionalistas reaccionarios”, sugiriendo así que “únicamente puede haber dos bandos: los defensores de la globalización de derechas existente y los nacionalistas xenófobos”, un falso dilema del que asegura que se puede salir con un nuevo internacionalismo socialista.
Alemania, ¿camino de la recesión?
No va el mundo escaso de instituciones en crisis. En su edición dominical Telepolis dedicó un largo artículo a la crisis del Deutsche Bank, al que describe, siguiendo al francés Libération, como un “banco zombi”. La entidad anunció días atrás el recorte de 18.000 puestos de trabajo, “sobre todo, supuestamente, en el sector de la banca de inversión”. Este, señala Ralf Streck, su autor, “ha ocasionado en los últimos años pérdidas importantes y sanciones multimillonarias”. Streck cita un artículo de abril del Tageszeitung en el que se advertía que “la cuestión no es si el Deutsche Bank se declarará en quiebra, sino cuándo”. Su autora, Ulrike Hermann, pronosticaba que, de caer Alemania en una recesión, “el banco tiene garantizada la quiebra”.
Arturo Bris, profesor de finanzas de la prestigiosa escuela de negocios IMD de Lausana (Suiza), cree que es hora de poner sobre la mesa la necesidad de reducir el tamaño (downsizing) de los grandes bancos para evitar que sean demasiado grandes como para no poder entrar en quiebra (too big to fail).
Los vates, llamados por el faraón, contemplan las vísceras de la bestia sacrificada y coinciden, al menos, que las cosas no van bien y la época de vacas gordas podía haberse quedado definitivamente atrás. El Deutsche Bank no es la única empresa que despedirá a trabajadores: BASF, Siemens, Thyssen o Ford han anunciado también recortes de plantilla. En el caso de BASF podrían ser hasta 6.000 puestos de trabajo, y en el de Ford, cerca de 3.400 corren peligro solo en la factoría de Colonia. Además de despidos se habla de nuevos paros técnicos (Kurzarbeit) y el Ministerio de Economía, informaba Euronews, adelantó el lunes que el crecimiento de la economía alemana se mantendrá débil.
El Neue Osnabrücker Zeitung habla de “señales de alarma”. De momento los economistas llaman a la calma y apuntan a que la caída de la producción industrial no ha arrastrado al resto de la economía, aunque según otros especialistas consultados por el canal de noticias n-tv, sí que podría acabar extendiéndose a la construcción y al sector servicios.
Al otro lado del charco, la política monetaria de Trump tampoco estaría dando los resultados deseados y, a juicio del economista Michael Hudson en el programa de radio Guns and Butter, de nada sirve si no va acompañada de otras medidas. “Si no tienes una fábrica, no vas a ser capaz de competir con los fabricantes de automóviles, no importa lo bajo que esté el dólar, y si no tienes fábricas de ordenadores y proveedores locales en Estados Unidos, no vas a ser capaz de competir con China.” Según Hudson, “lo que se necesita es sobre todo una infraestructura pública, vivienda asequible, educación y sanidad públicas, por eso la estrategia de Trump es pura fantasía, es como decir: ‘Si tenemos algo de jamón, podríamos tener algo de jamón y huevos, si tuviésemos algunos huevos”. El martes, Axios, entre muchos otros medios, informaba de que la Casa Blanca prevé cerrar el año con un déficit de un billón de dólares. En números arábigos: 1.000.000.000.000.
Sanders y Corbyn, en el punto de mira de los medios
Bernie Sanders y Jeremy Corbyn se pasaron buena parte de la semana esquivando los dardos de algunos medios de comunicación. En el caso del primero, se trata de un artículo de Buzzfeed que criticaba que no se reuniese con Aleksandr Solzhenitsyn durante su visita a la Unión Soviética, siendo Sanders alcalde de Burlington. Pero cuánta más atención se prestaba a las criticas, menos sentido tenían, ya fuesen las declaraciones de Sanders sobre los cambios en la URSS en los ochenta o la omisión de que otros políticos –incluyendo el presidente Gerald Ford– ya se habían negado antes a reunirse con el escritor ruso, quien, en un discurso en suelo estadounidense, defendió la guerra de Vietnam, cargó contra la política de distensión con Moscú y criticó a Hollywood y a los medios de comunicación por difundir valores liberales. “¿Por qué habría Sanders de rendir honores a todo esto?”, se preguntaba el periodista Mark Ames. “Lo mejor de esta historia”, opinaba otro usuario de Twitter, “es que si Sanders se hubiera llegado a reunir con Solzhenitsyn, exactamente la misma gente estaría preguntándose por qué un alcalde socialista y judío se reunió con un conocido antisemita y nacionalista ruso que más tarde se convirtió en partidario de Putin”. Sanders, por su parte, decidió ignorar los ataques y concentrarse en su campaña, presentando sus planes de reforma del sistema sanitario.
El Partido Laborista se ha visto inmerso en una nueva crisis, en esta ocasión por la emisión de un reportaje en el programa Panorama de la BBC en el que varios exmilitantes acusaban a la dirección laborista de obstaculizarlas investigaciones sobre antisemitismo en el partido y que fue motivo de un agrio intercambio el miércoles entre Corbyn y la primera ministra, Theresa May, en la Cámara de los Comunes y hasta de un choque entre The Guardian y su viñetista Steve Bell, a propósito de la línea editorial del diario y que le llevó a rechazar publicar una ilustración del último (finalmente aparecieron en Socialist Worker. “No se trata por supuesto de negar que se puedan descubrir focos de antisemitismo en el Partido Laborista, pero, a cualquier nivel en Inglaterra, los estudios indican que es bastante bajo en términos históricos y se encuentra muy por debajo del odio a los musulmanes y otras formas dominantes de racismo”, comenta Noam Chomsky en una entrevista a la revista Jacobin al subrayar, una vez más, que los medios, con demasiada frecuencia, equiparan las críticas a Israel con antisemitismo.
Chomsky reflexiona en la entrevista también sobre otras cuestiones, como el cambio climático o los medios de comunicación, de los que, dice, “adoptan casi de manera instintiva el marco establecido de la doctrina de Estado”, mientras “en el extremo liberal del espectro (The New York Times, The Washington Post) liman por lo común un poco las aristas, dando la impresión de independencia". Para el intelectual estadounidense, “se está convirtiendo en algo aburrido reiterar todo esto continuamente a oídos que están cerrados por la lealtad fanática a las verdades doctrinales”. Algo, añade, “que Orwell anticipó cuando argumentó cómo en una Inglaterra libre ‘las ideas impopulares pueden ser suprimidas sin el uso de la fuerza".
La elección de von der Leyen y los retos de Lagarde
Con 383 votos –nueve votos más de los necesarios, 39 votos menos que Jean-Claude Juncker en 2014–, la alemana Ursula von der Leyen fue elegida el martes, en votación secreta, presidenta de la Comisión Europea. Estos días se han publicado muchos perfiles de la exministra de Defensa, pero pocos tan afilados como el de Rafael Poch-de-Feliu en CTXT. Para el veterano periodista, “importa poco” que Von der Leyen sea mujer. “Como dice Jean-Luc Mélenchon, las mujeres, como los hombres, aplican los programas de sus partidos”, escribe, y añade que “el argumento, que valora como progreso la presencia de mujeres en las altas responsabilidades institucionales de un sistema caduco y de tendencias suicidas, carece de sentido y no tiene nada que ver con liberación.” “Los precedentes de Thatcher o Merkel están ahí”, apostilla Poch-de-Feliu.
Antes de recapitular su deslucido paso por el Ministerio de Defensa y los escándalos que rodean a la política alemana, así describe el excorresponsal de La Vanguardia a la flamante presidenta de la Comisión Europea: “Ursula von der Leyen pertenece a una gran familia burguesa alemana. Es hija de Ernst Albrecht, expresidente regional alemán. Más que por mérito propio, fueron sus excelentes conexiones familiares las que le permitieron abrirse paso en la familia conservadora alemana. No fue candidata en las elecciones europeas, ni participó en la campaña. Carece de experiencia europea y llega a la presidencia por una ambigua carambola activada por el presidente francés, Emmanuel Macron, quien por un lado logra poner a una compatriota, Christine Lagarde, al frente del BCE".
Precisamente a esta última dedica The New York Times un artículo sobre los retos a los que se enfrenta la presidenta in pectore del BCE. El rotativo neoyorquino valora positivamente su paso por el Fondo Monetario Internacional (FMI) por haberle proporcionado “la habilidad política para animar a los Gobiernos de la eurozona a arrimar el hombro si hay otra crisis". Esto, añade, “es importante porque probablemente no hay mucho más que el BCE pueda hacer si la eurozona se hunde en una recesión". “Las tasas de interés están en mínimos históricos” y “países como Alemania, que financieramente están en buena forma, podrían estimular la eurozona invirtiendo más en infraestructuras”, enumera entre otras cuestiones el periódico, que también recoge la necesidad de que “los líderes de la eurozona se pongan de acuerdo en un fondo común para asegurar los depósitos que refuerce el sistema bancario.”
Uno mira al frente, luego a la sedicente izquierda, y después a la derecha, y poco puede añadirse de otros medios. “Intenté interesarme por los debates sobre temas sociales, pero este período fue decepcionante y breve: el extremo conformismo de los participantes, la desoladora uniformidad de sus indignaciones y sus entusiasmos había llegado a tal punto que ahora podía prever sus intervenciones no solo a grandes rasgos, sino incluso en detalle, en realidad al pie de la letra, los editorialistas y los grandes testigos desfilaban como inútiles marionetas europeas, los cretinos se sucedían unos a otros, felicitándose por la pertinencia y la moralidad de sus opiniones, podría haber escrito en su lugar aquí los diálogos y acabé apagando definitivamente el televisor, si hubiera tenido fuerza para continuar todo aquello, solo habría servido para entristecerme más.” Esto, por cierto, no es un texto periodístico, sino del último libro de Houellebecq.
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