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Un túnel como medida del europeísmo

El polémico proyecto de alta velocidad entre Lyon y Turín activa un vibrante pulso de la sociedad civil en la ciudad italiana

Las siete activistas a favor del tren de alta velocidad entre Turín y Lyon, en la manifestación que organizaron en noviembre.
Las siete activistas a favor del tren de alta velocidad entre Turín y Lyon, en la manifestación que organizaron en noviembre.MARCO BERTORELLO (AFP)
Daniel Verdú

El 17 de julio de 1747, 4.800 soldados piamonteses se atrincheraron para frenar el avance de 40.000 franceses. Nadie daba un escudo por ello, especialmente su comandante, el conde Giovanni Battista Cacherano di Bricherasio, que les autorizó a salir zumbando de ahí. La respuesta, en dialecto piamontés, llegó al poco. “Dite a Turin che da si nojautri i bogioma nen”. Ese “de aquí no nos movemos” ha definido la personalidad turinesa mucho tiempo, convirtiéndose en un lema de la ciudad. Pero también habla de un cierto clima que se respira estos días en un lugar dividido que busca ejercer de contrapunto al relato general que vive el país. Una resistencia cívica aflorada en el Salón del Libro, donde su director expulsó a una editorial declaradamente fascista que publicaba un tomo de entrevistas a Matteo Salvini. Incluso en instituciones de progreso como el Museo Egipcio y, especialmente, en una gran protesta cívica que unió a sindicatos, empresarios y trabajadores en noviembre a favor del túnel de 57 kilómetros que debería unir Turín y Lyon con un tren de alta velocidad (TAV).

Tres de las siete mujeres que organizaron aquella manifestación (Roberta Castellina, Simonetta Carbone y Adele Oliveiro) repasan la prensa del día en una oficina junto al río Po. Son todas profesionales: una arquitecta, una abogada y la fundadora de una empresa de comunicación. Aquí las llaman las madamin, una manera algo despectiva —ellas le han dado la vuelta con ironía— de referirse a las mujeres casadas cuya suegra sigue con vida. Ellas creen que fue porque cabrearon a algunos. Especialmente a los seguidores del Movimiento 5 Estrellas (M5S), que gobierna la ciudad y ha hecho de la negativa a la alta velocidad una bandera. Pero sacaron a la calle a muchos más contra la parálisis del Gobierno.

Unas 30.000 personas se reunieron en la plaza Castello el pasado noviembre, una cifra altísima para una ciudad que no veía protestar a un número así de gente desde la famosa marcha de los 40.000, culmen de la huelga de los obreros de Fiat el 14 de octubre de 1980. “No somos de ningún partido, no es una cuestión ideológica. Pero la gente está cansada de que le digan no. Primero a los Juegos Olímpicos de Invierno, luego a la gran muestra de los impresionistas, también al TAV”, explica Simonetta Carbone, una de las organizadoras.

Torino, gobernada por Chiara Appendino (M5S), vive instalada en la paradoja de una ciudadanía tradicionalmente emprendedora y una administración tendente a decir “no”. La burguesía industrial, históricamente vinculada a movimientos progresistas y culturales, ha vivido con cierta amargura la llegada al Gobierno del M5S y la Liga en Italia. En parte por ello, la primera manifestación de las madamin logró reunir en la misma plaza a sindicatos, trabajadores y al sector industrial. La infraestructura, cuya finalización costaría unos 3.000 millones de euros —rescindir el contrato podría ser incluso más caro— es clave para todos ellos.

Tres de las organizadoras de la manifestación a favor de la Alta Velociad, en el despacho de una de ellas en Turín.
Tres de las organizadoras de la manifestación a favor de la Alta Velociad, en el despacho de una de ellas en Turín.Matteo Montaldo
La ciudad vivió en noviembre su mayor manifestación desde la huelga de los obreros de Fiat en 1980
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El proyecto de túnel que debería atravesar los Alpes y permitiría plantarse en París en tres horas y media lleva 30 años en la mesa de debate. Según el Observatorio sobre el impacto de la línea de alta velocidad, más de 42 millones de toneladas de mercancías pasaron entre Francia e Italia en 2016 y de estas solo un 7,7 % fueron transportadas en trenes, pero con esta nueva línea el 95 % serían trasladas por vía ferroviaria, y se reduciría en tres millones el número de camiones. El interés ciudadano y empresarial para revitalizar una excapital de la automoción, que ha evitado un final al estilo de Detroit, está fuera de dudas. Pero las cuestiones ambientales, un cierto recelo hacia las grandes obras del M5S —en Roma renunciaron a celebrar unos Juegos Olímpicos— y un enconamiento de las relaciones con Francia y el resto de Europa lo frenan.

Preocupación empresarial

Los empresarios están preocupados. El PIB per cápita de la región, en torno a los 30.000 euros, es 8.000 euros más bajo que el de Lombardía y las empresas que han tomado el liderazgo hoy tienen un peso insuficiente para enderezar la situación. La economía de Piamonte, alejada ya de la automoción o la industria siderúrgica, se apoya hoy en sectores como la confitería, representados por la pujanza de empresas como Ferrero. Pero para Giuseppe Berta, historiador experto en la industria de la zona, el problema tardará tiempo en solucionarse. “Hemos perdido los motores del pasado. Fiat, pero también todo lo que había alrededor. El año pasado fue el mejor año de la exportación en los sectores del café, el chocolate y la confitería. Es el capitalismo ligero. Y con eso no basta a una región con 4,4 millones de habitantes”.

“La gente está cansada de que le digan no”, dice una de las organizadoras

La ciudad, esa es la parte buena, está acostumbrada a reinventarse. Algunos bromean estos días con que primero les quitaron la capitalidad pese a haber unificado a Italia. Luego se marchó Fiat, el motor industrial creado por la familia Agnelli que permitió su desarrollo y cuya mano de obra terminó en Australia (se perdieron 120.000 puestos de trabajo). El año pasado, para colmo, fueron las Olimpiadas de Invierno, que el M5S se negó a coorganizar con Milán y que traían el optimista eco de aquellas celebradas en 2006. Por eso, lo poco que quedaba, como el Salón del Libro, había que pelearlo.

La feria, la más importante de Italia, pasó por un bache y Milán trató de adueñársela. Pero la propia ciudadanía y el tesón de su director, Nicola Lagioia, la recuperaron. “Turín ha sido tradicionalmente un laboratorio. En el siglo XX fue la ciudad símbolo de la economía italiana. La industria automovilística era la más significativa. Cuando eso cambió, hubo un intento de mezclar otros elementos como cultura, comida, arte… Hoy se encuentra a mitad de camino. Hay todavía una burguesía sólida y tiene los números para dar el salto”.

El Museo Egipcio de Turín.
El Museo Egipcio de Turín.Matteo Montaldo

En plena depresión, algunas empresas como la cafetera Lavazza o instituciones culturales de excelencia como el Museo Egipcio, se han convertido en sus nuevos pilares. Su presidenta, Evelina Christillin, defiende en su despacho la libertad de la institución y su vocación de apertura y progreso. A veces, incluso, les ha costado la ira de los movimientos ultra. Hace un año, su director, Christian Greco tuvo que salir a la calle para defender a la institución de un escrache basado en un bulo que estaba llevando a cabo Giorgia Meloni, líder del partido posfascista Fratelli di Italia. El vídeo, donde Greco le daba un repaso de sentido común a la ultraderechista, dio la vuelta al mundo.

El compromiso del museo, completamente autofinanciado, es pedagógico y también social. Pese a que las relaciones con Egipto son fundamentales, la sala principal está dedicada a Giulio Regeni, el estudiante asesinado en El Cairo presuntamente por los servicios secretos del país. “Para nosotros lo importante también es crear un sentido de comunidad. Nuestra tarea no termina en tener una colección extraordinaria. Vamos a las cárceles, a los hospitales, organizamos un torneo de fútbol para inmigrantes, buscamos ser actores de la comunidad ciudadana, evitamos ser elitistas y estar encerrados entre cuatro paredes. Intentamos ser lo que debería ser cualquier sitio cultural: un lugar de acogida y debate e integración. Somos esto y no cambiaremos nunca”. La ciudad, perfore o no finalmente los Alpes, deberá hacerlo para recuperar su esplendor.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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