También se fue Groenlandia
La caja de Pandora de la UE no está en los países que se van, sino entre los que se quedan
La primera vez que una isla se fue de Europa, la salida pasó casi inadvertida. Es cierto que la población de Groenlandia es mínima, menos de 60.000 habitantes, y que esta enorme isla helada está más cerca de América que del Viejo Continente. Pero, como formaba parte de Dinamarca, entró en la entonces Comunidad Europea en 1973 a la vez que el país nórdico. Por problemas con los derechos de pesca celebró un referéndum para salir en 1982 y abandonó la CE en 1985. Entonces, como ahora con el Brexit, pese a las enormes y obvias diferencias entre los dos casos, la idea de dar marcha atrás en las cesiones de soberanía y el peso de las relaciones transatlánticas fueron factores decisivos a la hora de decidir la salida. La UE, eso sí, siguió adelante como si Groenlandia nunca hubiese estado ahí.
Con la interminable negociación del Brexit, el Reino Unido se ha convertido en uno de esos invitados incómodos que, aunque el anfitrión no pare de bostezar, sigue pidiendo gin-tonics al final de una cena. Su salida forma parte de una lógica obstruccionista que ha acompañado su presencia en las instituciones europeas desde que entró y que provocó los recelos iniciales de personajes como Charles de Gaulle. Sin embargo, el Brexit, si se produce de forma ordenada y pactada, no será un cataclismo para la UE. Tiene sentido que Londres arrastre los pies para irse, porque la ruptura ha sacado de la botella genios nacionalistas (Irlanda del Norte, Escocia) que parecían calmados y porque una parte de la población se opone. Solo después del referéndum, Londres se dio cuenta de que no había ninguna solución buena para sus intereses.
Desde ese punto de vista, el Brexit constituye un problema mucho más británico que europeo. Cuando se logre reajustar la relación, al final ocurrirá más o menos como con Groenlandia: Europa seguirá adelante... o no, pero no será por culpa de Londres. La caja de Pandora de la UE no está en los que se van, sino entre los que se quedan. La extrema derecha nacionalista ha tenido una tozuda presencia en Europa desde hace décadas y ha condicionado la agenda de muchos países, pero no había logrado moldear Estados como ha ocurrido en los últimos años. Nunca habían estado tan cerca del poder. Se trata de transformaciones que afectan al funcionamiento del Estado de derecho y, por lo tanto, desafían los principios centrales de la UE.
El camino que han tomado Hungría y Polonia, incluso Austria e Italia, pone en peligro la misma idea con la que arrancó la unidad europea: un club de democracias dispuestas a renunciar a una parte importante de su soberanía porque se respetarían, es más, se reforzarían, los derechos de sus ciudadanos. La UE necesita dar pasos importantes para reforzar al euro, para conceder mayor poder al Parlamento o para crear un ejército propio. Pero esto solo se puede hacer desde sólidos principios democráticos compartidos por todos los socios, algo que, hoy por hoy, no ocurre con todos los miembros, ni comparten todos los políticos que se sientan en el Consejo. Los demonios están en nuestro jardín.
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