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Una monarquía para el Japón del siglo XXI, el reto de Naruhito

El hasta ahora príncipe heredero ha expresado su intención de seguir el ejemplo de su padre

Macarena Vidal Liy
Retransmisión televisiva de la ceremonia de ascensión al trono de Naruhito.
Retransmisión televisiva de la ceremonia de ascensión al trono de Naruhito.K. MAYAMA (EFE)

“Mantener el talante del anterior emperador”. El hasta ahora príncipe Naruhito, que este miércoles hereda el trono de Japón en una ceremonia repleta de rituales sintoístas, ha asegurado ya que seguir el ejemplo de su padre, Akihito, será una de sus prioridades durante su era, “Reiwa” o “Bella Armonía”. Pero tras los días y meses de festejos -la celebración oficial de su ascenso al trono, a la que estarán invitados representantes de todo el mundo, no llegará hasta octubre-, el que será el 126 emperador de Japón tendrá que afrontar un desafío nada fácil: el de adecuar su papel al Japón del siglo XXI.

Nacido en 1960, será el primer emperador llegado al mundo después de la II Guerra Mundial. Si la era de Akihito se caracterizó por constantes pasos para curar las heridas que dejó en Asia la intervención japonesa durante la contienda, la suya afronta ahora otros desafíos. El legado bélico va quedando cada vez más atrás.

Cuando su padre llegó al trono hace treinta años, Japón se encontraba en la cúspide de su poderío económico. Hoy el país, aunque la tercera economía del mundo, arrastra décadas de estancamiento. Naruhito tendrá que determinar cómo inspirar a un Japón envejecido y más conservador, resignado a invertir en robótica y abrirse -aunque de modo aún muy incipiente- a la inmigración como soluciones para suplir a las generaciones de mayor edad. El incipiente jefe de Estado también tendrá que ayudar a perfilar el papel en el mundo de un país cada vez más diverso, de vibrante cultura y enorme soft power, que oscila entre el pacifismo de su padre y el nacionalismo del primer ministro, Shinzo Abe.

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Es posible que entre sus prioridades entren la defensa del medioambiente, uno de sus grandes intereses, e insuflar optimismo a unas generaciones más jóvenes que hoy por hoy se sienten poco representadas en la vida política nipona.

En declaraciones a lo largo de los últimos meses, Naruhito ha expresado su voluntad de “cumplir mis funciones como símbolo del Estado y la unidad del pueblo, y siempre estar del lado de la gente”. También ha declarado su interés en contribuir a “mitigar los desastres naturales”.

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Una cosa no cambiará: su influencia tendrá que ejercerla por la vía moral, y su discurso tendrá que ser muy sopesado. La Constitución no le permite ningún tipo de papel político y le veta tomar decisiones que puedan afectar la vida del país.

Su visión es más cosmopolita que la de generaciones previas. Tras cursar estudios de Historia en la Universidad Gakushuin, se convirtió en el primer heredero al trono que estudiaba en el extranjero al mudarse a la Universidad de Oxford durante dos años. Ávido historiador, escribió allí un estudio sobre el transporte en el río Támesis en el siglo XVIII, en una época en la que aprendió a usar una tarjeta de crédito o a lavarse su propia ropa, y que llegó a describir como “la más feliz” de su vida.

Sus estudios y los viajes que ya ha completado como representante de su país le han dado un aire cosmopolita. A esa imagen ha contribuido también su esposa, la futura emperatriz Masako, formada también en prestigiosas universidades extranjeras y que -tras seis años de negativas- renunció a una brillante carrera como diplomática para casarse con su marido en 1993.

Salirse del protocolo

Ambos sorprendieron también al pueblo japonés al salirse del estricto protocolo para admitir el impacto de la presión para engendrar un heredero varón -las mujeres no pueden heredar el trono del Crisantemo con las leyes actuales- y los problemas de Masako para salir de una grave depresión inducida por la rígida vida palaciega y la falta de descendencia masculina. La pareja real tiene una hija única, Aiko, nacida en 2001.

Precisamente, la era Reiwa puede ser la que introduzca un cambio en la ley sálica nipona, para permitir que las mujeres también puedan heredar el trono. Una modificación a la que se oponen los conservadores, pero que los ciudadanos apoyan cada vez más, según las encuestas. Ya estuvo a punto de ponerse en marcha en los primeros años de este siglo: ante las dificultades de la pareja principesca para concebir un varón que garantizara la sucesión en la siguiente generación, el entonces primer ministro Junichiro Koizumi anunció que plantearía al Parlamento una reforma de las leyes. Aunque el nacimiento en 2006 del pequeño Hisahito, hijo del hermano menor del nuevo emperador, Akishino, garantizó la sucesión y aparcó el debate.

Pero está por ver que, sin una necesidad imperiosa a la vista, pueda reunirse la suficiente voluntad política como para acometer una reforma de tal calado.

Mientras tanto, el nuevo emperador tendrá que debutar pronto en sus funciones como anfitrión de otros jefes de Estado: a finales de este mes ya recibirá la visita del presidente estadounidense, Donald Trump. En junio saludará a los líderes participantes en la reunión del G20, que este año se desarrollará en la ciudad de Osaka, al sur de Tokio.

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Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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