La lucha por el Ártico de los samis de Finlandia
El cambio climático y un proyecto ferroviario que atraviesa las tierras, desafíos en las elecciones del país nórdico
En el norte de Laponia, preguntar por el número de renos que tiene una familia es como preguntar el dinero que tiene en el banco. Los samis —el único pueblo indígena en Europa, que habita las gélidas tierras del norte de Noruega, Suecia, Finlandia y parte de Rusia— viven de la naturaleza: del pastoreo de renos y de la pesca en la infinidad de lagos y fiordos que serpentean un terreno prácticamente virgen. Este ecosistema, donde habitan unos 100.000 samis (10.000 en Finlandia), afronta ahora dos amenazas mayúsculas: el calentamiento global y la construcción de un tren de alta velocidad con destino el Ártico que partirá en dos este santuario verde y blanco que hace retornar varios milenios atrás. Casi todos los políticos que se enfrentan a unos comicios decisivos este domingo han priorizado por primera vez en sus programas el futuro del planeta en lo que muchos han bautizado como "elecciones climáticas".
La construcción del tren “será catastrófica”, señala desde el salón de su casa de madera al borde de un lago helado Jarmo Pyykkö, de 53 años y asesor del pueblo sami en el uso de la tierra. A pocos kilómetros de su “barrio” —como él llama a decenas de miles de kilómetros cuadrados de pinos, nieve, agua y nada más— Anne Karhu-Angeli, de 38 años, pastorea junto a su esposo y tres hijos pequeños a cientos de renos. “Lo son todo para nosotros. Son nuestro negocio y sustento de vida”, cuenta esta pecosa mujer mientras llama a gritos a sus “chicos” para darles de comer el liquen que ellos ya no pueden pastar por sí mismos debido al calentamiento global.
“Las temperaturas extremas hacen que la nieve se derrita durante el día y el agua se congela rápidamente por las noches. El liquen [que cae de los pinos milenarios] queda bajo capas y capas de hielo y nieve y los animales no pueden comer”, explica Karhu-Angeli mientras Riggee, su inseparable perro, se reboza feliz en la nieve al calor de los primeros rayos de sol de la primavera. Sini Harkki, directora de Greenpeace en Finlandia, explica que los efectos del cambio climático se aprecian muy bien en Laponia porque las zonas cercanas a los polos son las que se están calentando más rápidamente. La de Karhu-Angeli y otras 13 cooperativas samis que practican el pastoreo de renos tradicional —basado en la absoluta libertad de los animales y la migración rotatoria a través de esas zonas de Laponia— tienen que alimentarlos de manera artificial. Son esas tierras las que atravesará la línea de tren que “nadie necesita”, según vecinos y activistas.
Mudsjävri, la cooperativa en la que Karhu-Angeli lleva casi 20 años, es una de las más grandes de esta remota zona, rica también en recursos naturales. Y el tren la partirá en dos, haciendo imposible la migración de renos en búsqueda de comida en las diferentes épocas del año. “Está previsto poner puentes [para estos animales]”, asegura Timo Lohi, director ejecutivo del Corredor Ártico y cercano al partido Centro, del hasta ahora primer ministro, Juha Sipilä. Lohi reconoce que el tren será un “obstáculo” para el pastoreo tradicional, aunque traerá beneficios económicos. Desde un punto de vista medioambiental, la infraestructura llevará actividad humana a un lugar hasta ahora intacto."Este área es el pulmón de Europa”, señaló en febrero el científico Tero Mustonen al diario británico The Guardian.
El tren de alta velocidad —está proyectado que viaje a unos 200 kilómetros por hora— conectará Rovaniemi, capital lapona, con Kirkenes (Noruega). El propósito último de Helsinki, Pekín y Bruselas es adherirlo a la red conocida como Corredor Ártico y convertirlo en la Ruta de la Seda del Hielo, en la que también entra el plan de construir un túnel que comunique Helsinki con Tallin (Estonia) bajo el mar Báltico. Así, todo el comercio que llegue a Europa por barco desde China (y viceversa) desembarcará en el puerto noruego de Kirkenes y se empezará a distribuir por toda la UE en el tren que parte literalmente en dos el alma de los samis.
El comercio entre Europa y Asia que abre la nueva ruta comercial del polo Norte resulta muy jugoso para Bruselas y posicionarse en el Ártico, donde Rusia está redescubriendo las bases militares soviéticas, no es baladí. “Es importante que Finlandia forme parte de este proyeto”, explica Antti Rinne, líder socialdemócrata. Está en pleno esprint final de una campaña electoral reñidísima aunque, según las encuestas, su partido es el mejor posicionado en los comicios al Eduskunta (Parlamento finlandés) de este domingo con un 19% de intención de voto. Pero para poder formar un Gobierno estable necesita, al menos, del apoyo de los Verdes y La Alianza de Izquierda, lo que podría significar el fin, al menos temporal, de esta megaestructura.
Kaisu Nikula, de 51 años, pertenece a la familia más antigua de Inari. Desde hace décadas regenta junto a su hermano el hotel Kultahovi y aunque reconoce que el tren puede traer beneficios económicos y más turismo, asegura que no le compensa. “Nosotros estamos muy vinculados a la naturaleza y queremos preservarla tal y como está. No es nuestro negocio”. Pyykkö, más combativo, asegura que los únicos que se beneficiarán del tren son las empresas extranjeras que inviertan los 2.900 millones de euros que va a costar su construcción, especialmente las chinas. “Finlandia quiere hacer creer que es un país que cuida a sus minorías, pero en su patio trasero hace todo lo contrario (…) Y me da la impresión de que la UE se ocupa más de los indígenas que los Gobiernos en Helsinki”, reprocha mientras guarda silencio, pensativo, mirando por la ventana de su salón.
Ayudas de la UE
“[El Gobierno de] Finlandia no está preparado para aceptar que los indígenas samis tengan los mismos derechos en cuanto al uso de su tierra. Hay que mejorar mucho”, reprocha la directora de Greenpeace en el país nórdico. En los años 50 las tres lenguas samis estaban prohibidas. Y también vestir de manera tradicional. Su religión, muy vinculada a la naturaleza, era considerada un pecado y con la Reforma, los samis fueron convertidos al cristianismo. Y ahora se siguen sintiendo vapuleados.
En el centro de Inari se alza el Sajos (Parlamento sami). Un enorme edificio de madera construido en 2012 parcialmente con fondos (2,5 millones de euros) de la Unión Europea, que también ha financiado este reportaje en una serie con motivo de los comicios a la Eurocámara que tendrán lugar el 26 de mayo. Hasta hace solo siete años, los 22 miembros que conforman el órgano que representa a los samis en Finlandia tenía que reunirse en hoteles o en casas privadas. “¡Donde podíamos!”, exclama su presidenta desde 2016, Tiina Sanila-Aikio, de 36 años.
“El hecho de que el Parlamento Europeo ayudara a construir una Cámara de representantes para nuestro pueblo es una señal de reconocimiento. De que [en Bruselas] saben que existimos”, dice Katariina Guttorm, responsable del Centro Cultural Sami, también financiado con dinero comunitario. “La UE nos ayuda a crear en nuestro idioma palabras nuevas, más técnicas. A preservar un diccionario y a desarrollar la cultura sami”, explica Guttorm desde el interior de un lavvu, una tienda de campaña que imita a la casa donde sus antepasados solían vivir hasta los años setenta. “Mis abuelos vivían así porque somos un pueblo nómada. Vivimos en cuatro países y nuestra identidad no la dicta un pasaporte”, ilustra frente al fuego que chisporrotea encima de la nieve.
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