Wikileaks, el amor usado y tirado de Donald Trump
El presidente se desmarca de la plataforma de Julian Assange, a quien en su día concedió más crédito que a los servicios de inteligencia estadounidenses
La plataforma Wikileaks nació en 2006, pero no se convirtió en un fenómeno global hasta 2010, cuando llevó a cabo la mayor filtración de documentos clasificados de la historia de Estados Unidos. Se trataba de un arsenal de cables militares y diplomáticos que destaparon miserias sobre las guerras de Afganistán e Irak, además de todo tipo de detalles inconvenientes sobre lo que los funcionarios estadounidenses pensaban o escribían del resto de líderes internacionales, desde el interés por la salud mental de Cristina Fernández de Kirchner hasta la peculiar guardia femenina de Gadafi.
Con semejantes mimbres, costaría imaginar que un candidato a la presidencia de Estados Unidos se atreviese a decir la más mínima palabra exculpatoria sobre la web de Julian Assange. Pero cuando una criatura política como Donald Trump entra en escena, todo es posible, y durante aquel 2016 en que pugnaba por llegar a la Casa Blanca, el magnate neoyorquino se deshizo en elogios: “Wikileaks, amo Wikileaks”, dijo en un mitin en Pensilvania. “Wikileaks es como un tesoro escondido”, se despachó en Michigan. “Ay, chico, me encanta leer Wikileaks”, compartió en Ohio.
La plataforma había publicado una tonelada de correos electrónicos pirateados del Partido Demócrata que habían dejado en mal lugar a Hillary Clinton y la formación, en lo que los servicios de inteligencia identificarían más tarde como una de las grandes patas de la trama rusa, la injerencia electoral de Moscú con el fin de favorecer la victoria del republicano en los comicios. Y Trump se mostraba exultante. Pero este jueves, cuando la policía británica arrestó a Julian Assange en la Embajada ecuatoriana de Londres, tras la petición de extradición por parte de Estados Unidos, el hoy presidente parecía otro. “No sé nada de Wikileaks”, respondió a la prensa.
Atrás ha quedado la época en la que bromeó pidiendo a Vladímir Putin que robase los correos de Clinton —“Rusia, si nos están oyendo, espero puedas encontrar los 30.000 emails de Hillary Clinton”— o cuando concedía más crédito a Assange que a los propios servicios de inteligencia estadounidenses. Eso ocurrió en enero de 2017, ya como presidente electo, al poner en duda la acusación de las agencias, que señalaban al Kremlin como responsable de las filtraciones, algo que Wikileaks negaba. “Julian Assange dice que ‘un chaval de 14 años podría haber hackeado a [John] Podesta [exjefe de campaña de Clinton]’. ¿Por qué tuvo tan poco cuidado el Partido Demócrata? ¡Además dijo que los rusos no le dieron la información!”, tuiteó Trump.
Las simpatías hacia el universo Wikileaks iban más allá de las barrabasadas en Twitter al calor de un mitin a las que acostumbraba el neoyorquino. Su hijo mayor, Donald júnior, intercambió mensajes privados con la plataforma en plena campaña. En aquella correspondencia, que trascendió en noviembre de 2017 en la revista The Atlantic como parte de la investigación en el Congreso de la trama rusa, la web de Assange animaba al joven a difundir las filtraciones y le aconsejaba estrategias. Además, uno de los asesores de Trump, Roger Stone, fue una de las piezas clave de la investigación de la trama por sus contactos con la plataforma.
Este tipo de aproximaciones alimentaron las sospechas sobre la posible connivencia de Trump o su círculo con el Kremlin en la injerencia electoral. El informe final del fiscal especial Robert S. Mueller, a cargo del caso, ha exonerado al presidente y este, ahora, marca todas las distancias posibles de Wikileaks. Mientras se daban los últimos compases de la investigación de Mueller, un gran jurado estaba investigando a Assange. La Justicia estadounidense lo acusa de conspiración criminal para infiltrarse en sistemas del Gobierno y de haber ayudado al entonces soldado Chelsea Manning a hackear ordenadores con información clasificada de la Administración norteamericana en 2010. Podría ser condenado a hasta cinco años de cárcel, pero los abogados de Assange temen que los cargos se amplíen y le pidan una pena de décadas. El gran filtrador vuelve a ser un enemigo de Estados Unidos.
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