“No es broma” (Carretera Panamericana)
Solo en Colombia podría hacerse una exposición itinerante de panfletos con amenazas de muerte
Yo no digo que el mundo haya sido mejor que el país, sino que solo en Colombia podría hacerse una exposición itinerante de panfletos con amenazas de muerte. Aquí han sido tan comunes esos volantes sanguinarios, compendios de este sectarismo transmitido de generación en generación, que hay quienes los guardan como vestigios de una civilización que se ha negado a serlo, como pruebas irrefutables de que en esta cultura nuestra se parte de la base de que hablar con los adversarios es perder el tiempo: mejor de una vez la muerte en esta democracia de sordos. El más reciente ultimátum lo firma una organización llamada Muerte a Enemigos de la Patria (MEP) contra los senadores de izquierda Petro, Bolívar y Avella. Y es el mismo aviso de siempre: por el bien de la patria, dicen, llevarán a cabo una “limpieza democrática” que la historia les reconocerá.
Todos estos panfletos son iguales. Arriba tienen algún escudo infernal –un crucifijo o un buitre o un par de armas cruzadas sobre el mapa de Colombia– como si la organización que lo enviara tuviera su propia papelería. Vienen unos tres párrafos escritos en mayúsculas, sin puntos ni comas, en los que se les notifica a una serie de ciudadanos que serán asesinados: “LO PEOR QUE LE HA PASADO A NUESTRO PAÍS FUE LA ESCORIA DE ASESINOS GUERRILLEROS QUE A PARTIR DE AHORA LOS ELIMINAREMOS DE NUESTRO AMADO PAÍS”, dice el de la MEP, pero cientos de pueblos del país han vivido con volantes en los que alguna banda les anuncia el fin a los defensores de derechos humanos, a los estudiantes, a los profesores, a los campesinos, a los periodistas, a los homosexuales.
Y en demasiadas ocasiones ocurre que cumplen con sus promesas sangrientas: no por nada cerca de mil colombianos se reunieron el sábado pasado, en La Haya, para denunciar ante la Corte Penal Internacional el asesinato sistemático de líderes sociales. Y uno se pregunta cómo hacen estos psicopáticos imitadores de los paramilitares, que a pesar de todo conservan la fe, para intimidar y despojar y asesinar sin hacer parte de “la escoria”. Y nota entonces que no es fácil volver de la violencia cuando los gobernantes se la pasan lanzando sus propios panfletos: “Es preferible cerrar esa carretera dos años, mejorar y cuidar la alterna que firmar acuerdos con la minga apoyada en el terrorismo”, tuiteó el expresidente Uribe ese sábado cuando el Gobierno llegó a un acuerdo con la Minga indígena que –harta de traiciones– había bloqueado la carretera Panamericana.
Y como si no bastara semejante invitación a la estigmatización, que en Colombia ha sido como ponerles una equis en la espalda a los unos y a los otros, al día siguiente el expresidente se permitió a sí mismo sumar esta moraleja perversa en su cuenta de Twitter: “Si la autoridad, serena, firme y con criterio social implica una masacre es porque del otro lado hay violencia y terror más que protesta”, redactó. Y vino un eterno minuto de silencio.
Yo no digo que el mundo sea mucho mejor que Colombia: últimamente ha sido clarísimo, me parece, que la especie humana le sobra a la naturaleza. Pero algún día habrá de hacerse una exposición de esos escalofriantes panfletos colombianos que celebraban la violencia –“No es broma”, decían, a veces, antes de amenazar, de sentenciar, de extorsionar, de desterrar– en nombre de la patria y en nombre de la Historia y en nombre de las buenas costumbres. Digo “algún día”, no digo “hoy”, ni digo “ya”, porque seguirán llegando volantes cobardes mientras siga la guerra. Y seguirá la guerra a sangre y fuego contra todo lo que no les guste y todo lo que les estorbe hasta el día en el que aquellos políticos rodeados de escoltas dejen de pronunciarles y de legitimarles la barbarie.
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