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ARCHIPIÉLAGO
Columna
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Todo lo que huela a izquierda (La Merced, Bogotá)

Una parte de Colombia de verdad cree que la gente protesta porque no sabe y no quiere hacer nada más

Ricardo Silva Romero

Nadie sabe en qué país vive aquí en Colombia. El miércoles pasado se hizo viral –y tendencia y meme y todo lo que pasa en esta era infernal– un video astuto en el que una mujer apurada se queja porque, por culpa de una manifestación de educadores, va dos horas tarde a una reunión que tenía en el Cine Tonalá del barrio La Merced de Bogotá. “Me demoré dos horas, ¡dos horas!, en llegar acá. ¿Por qué?: porque hay una partida de estúpidos, sí, estúpidos, que no tienen nada más productivo que hacer que ponerse a marchar en medio de la lluvia –en vez de salir a trabajar, güevón– para exigir derechos y privilegios como si el Estado tuviera que dar todo gratis…”, dice entre el ruido de la protesta, en clave de estereotipo de la clase alta bogotana, como una versión desoladora del conejo de Alicia.

Se hizo viral, como el chikunguña, el video de esa mujer indignada con los indignados: su frase “ustedes, los que me conocen, saben que yo estoy en contra de todo lo que huela a socialismo, de todo lo que huela a izquierda”, súbitamente célebre, ya ha sido oída más de un millón de veces. El actor Jacques Toukhmanian tuiteó “así hablan, así piensan, así votan”, horas después, como un llamado de alerta a los liberales que no se han enterado de que viven en un país reaccionario. Y el Cine Tonalá, que es todo lo contrario a la violencia, aclaró al día siguiente que en su vieja casa de La Merced “todos son bienvenidos aunque no comulguemos con su forma de pensar o no pensar”. Porque fue claro que una parte de Colombia, “güevón”, de verdad cree que la gente protesta porque no sabe y no quiere hacer nada más.

Cómo conseguir que los que desprecian las protestas reciban como una tragedia familiar el país en guerra de los 220.000 asesinados. Cómo lograr que los que detestan “todo lo que huela a izquierda” sepan que los muchos paros de estos días suceden en el tercer país más desigual del mundo. Cómo explicar que la protesta de los indígenas del Cauca, la minga que ha bloqueado la vía Panamericana, no es el embeleco de veinte mil vagos que no dejan trabajar, “güevón”, sino el síntoma de un país dentro del país que no quiere ser despojado ni arrasado nunca más: piden mucho –dicen los exasperados– porque gritan no al ‘fracking’, no al exterminio de los líderes sociales, no a la burla de los derechos del campesinado, no al desprecio de los acuerdos de paz, pero existen y son y van a seguir porque ya les han incumplido 1523 acuerdos.

Cómo notar, del otro lado, que hay gente tan extraviada en la derecha que piensa que Colombia es un país de izquierda: “Así hablan, así piensan, así votan”, dirán. Cómo entender a tiempo, antes de que se sigan perdiendo las elecciones con los agitadores de los fanáticos, que ni todo lo que huela a izquierda ni todo lo que huela a derecha es tan simple como eso: quien logre ir de la selfie al plano general, que en días de redes es una proeza, notará que a lado y lado de la supuesta zanja hay farsantes y dementes y demócratas y escépticos.

Repito: mi abuelo el político decía que Colombia es un archipiélago. Y en las Colombias de hoy –que quedan en un mundo que, agobiado por lo difícil que se ha vuelto mantener el poder, anda de nuevo en los pulsos de la Guerra Fría– no es fácil ser este Gobierno que, mientras crecen las movilizaciones que no han parado de crecer en los últimos diez años, insiste en el prohibicionismo, en el negacionismo, en el populismo uribista, en el saboteo ladino a un proceso de paz que no nos evitará el pasado pero que sí acabó con la resignación a la guerra y sí reavivó la repugnancia a la violencia. Este Gobierno no ha captado con qué clase de fuego está jugando. Y a todos nos conviene, “güevón”, que al fin lo capte.

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