El Brexit también devora al laborismo
El partido sigue en condiciones de alcanzar la primera posición en unas hipotéticas elecciones, pero es la figura de Corbyn la que provoca más rechazo
La principal razón por la que muchos conservadores británicos se entregan alegremente al juego de despellejarse entre ellos, sin miedo a las consecuencias electorales de tal irresponsabilidad, es que cuando miran enfrente ven a Jeremy Corbyn, el líder del Partido Laborista. “Si a Theresa May se le pasara por la cabeza adelantar las elecciones, y solicitara los dos tercios del Parlamento que necesita para convocar las urnas, no creo que siquiera un centenar de diputados laboristas respaldaran esta oportunidad. La mayoría de ellos rechazan la idea de que Corbyn llegara a ser primer ministro”, explica Nick Boles, uno de los diputados tories rebeldes que ha combatido con mayor firmeza el Brexit. La salida del partido este lunes de siete diputados por estar en desacuerdo con el rumbo que ha tomado la formación con Corbyn a la cabeza, incrementa aún más la sensación de división en torno al líder.
“Marxista-leninista irredento”, “una amenaza para Reino Unido”, “un político al que le gustaría importar a este país el régimen de Venezuela”. En cada conversación con aquellos que representan las distintas facciones del Partido Conservador, el único denominador común que les garantiza cierta paz de espíritu es su convicción compartida de que los británicos no entregarían el Gobierno al actual líder de la oposición. Los sondeos les dan algo de razón, pero no toda. El laborismo sigue en condiciones, según varias encuestas, de alcanzar la primera posición en unas hipotéticas elecciones. Es la figura de Corbyn la que provoca más rechazo. Puede entenderse este sentimiento entre los votantes de derechas, que ven en él lo peor del socialismo de los años 70, radicalizado en sus viejas causas internacionalistas, obsesionado con la renacionalización de las empresas y henchido de resentimiento de clase. Es una caricatura alimentada por la prensa más reaccionaria, pero a la que el propio político de izquierdas ha contribuido al desdeñar con soberbia las acusaciones —fundadas algunas de ellas— de antisemitismo que el laborismo ha recibido en los últimos meses; al conceder el beneficio de la duda a Vladímir Putin después del intento de asesinato por envenenamiento del agente doble Skripal en suelo británico; o al expresar una tibia condena a la Venezuela de Maduro.
El principal problema para Corbyn, sin embargo, está en la ambigüedad que ha mantenido hasta ahora respecto a la cuestión más acuciante para Reino Unido de las últimas décadas: el Brexit. La inmensa mayoría de los votantes laboristas es partidaria de la permanencia en la UE, y no entiende el modo en que el jefe de la oposición esquiva constantemente la posibilidad de impulsar un nuevo referéndum. “Si analizas la raíz del problema, es simple. Somos un partido en el que la inmensa mayoría de sus afiliados y de sus diputados votó a favor de seguir en la Unión Europea. Ese era nuestro objetivo, y el referéndum de 2016 expresó justamente lo contrario. Decidir a partir de ese momento hacia donde quieres dirigirte, cuando como partido has defendido con una voz unánime una posición que ha resultado perdedora, es algo que nos ha desorientado por completo”, reflexiona para EL PAÍS sir Keir Starmer, el portavoz para el Brexit del Partido Laborista.
Con la mentalidad práctica del abogado que fue antes de entregarse a la política, Starmer ha decidido dar batalla dentro del partido sin renunciar a la lealtad a su líder. Fue gracias a su impulso que el laborismo aprobó como estrategia oficial, en el pasado congreso de Liverpool, a finales de septiembre, la opción de defender una segunda consulta a la ciudadanía si el primer objetivo, lograr un adelanto electoral, resultaba imposible. Y por eso ahora, fracasada en el Parlamento la moción de censura que Corbyn presentó contra Theresa May, Starmer ha vuelto a airear su protesta. Porque en la última carta que el líder laborista envió a la primera ministra, en la que establecía las condiciones para un teórico apoyo al acuerdo del Brexit —permanecer en la unión aduanera y mantener a Reino Unido más alineado con las reglas del Mercado Interior, entre otras cosas—, no hizo la menor mención a un segundo referéndum.
La obstinación de Corbyn en seguir adelante con el Brexit, con cualquier tipo de Brexit, responde tanto al miedo a perder el voto de aquellas circunscripciones tradicionalmente laboristas que respaldaron la salida de la UE como al propio rechazo a Bruselas que el líder político cultivó en los primeros años de su carrera. Hasta ahora ha sido capaz de resistir los golpes internos, gracias al apoyo de movimientos como Momentum o Unite, muy similares al 15M español pero con mayor capacidad de influencia en la izquierda laborista. Las reticencias a respaldar un segundo referéndum, que ambas organizaciones anhelan, pueden erosionar la figura de “Jeremy”, como se refieren al líder que ellos ayudaron a resucitar cuando nadie pensaba ya en él como una figura emergente. “El culto a la personalidad tarda un tiempo en fragmentarse. La inversión emocional que se ha hecho es tan grande que a los creyentes les cuesta admitir que han hecho el tonto, ellos y todos aquellos a los que lograron convencer”, escribe el periodista Nick Cohen. Su libro What’s Left (un juego de palabras entre Qué es lo que queda y Qué es la izquierda) supuso en su momento un serio revulsivo para una izquierda dispuesta a derribar, pero incapaz de hacerlo.
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