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Ascenso y caída de El Chapo

En el juicio contra el narco, la fiscalía ha tejido a través de los socios del Cartel de Sinaloa el relato de cómo operaba la red que dirigía Guzmán Loera

Joaquín
Joaquín Jane Rosenberg (EFE)

Una pistola con diamantes incrustados, un zoo privado, tiro al blanco con bazuca, cocaína escondida en latas de jalapeños, submarinos para transportar la droga, ejecuciones, torturas, secuestros, sobornos, hasta una escapada desnudo por un túnel con la amante. Las revelaciones en el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán han sido tan floridas como los 14 testigos estrellas que han detallado durante las última diez semanas en un tribunal en Brooklyn cómo operaba la mayor empresa de narcotráfico del mundo. Y mostró también cómo la vanidad le destruyó.

La fiscalía concluye su causa contra el sanguinario capo de la droga mexicano al cumplirse el segundo aniversario de su extradición, acusado de diez cargos penales por distribuir cientos de toneladas de narcóticos. El relato, que podría servir como base para el guion de la película que El Chapo quería producir sobre su vida, estuvo perfectamente pautado. Pero tenía como objetivo demoler la figura heroica del campesino pobre que cultivaba amapola en las sierras de Sinaloa.

Los cooperantes y las pruebas para sostener sus testimonios se fueron presentando en línea cronológica, para contar hasta el detalle más íntimo de su ascenso y su caída. Jesús El Rey Zambada abrió la primera ventana a las operaciones del cartel. El hermano de Ismael El Mayo Zambada, capo del Cartel de Sinaloa, que sigue prófugo, describió cómo construyó el imperio de la nada. Para ganar poder y protegerse, pagó sobornos a todos los niveles del gobierno mexicano.

Miguel Ángel Martínez, El Gordo, empezó como piloto y escaló en la empresa criminal hasta encargarse de gestionar las compañías tapadera que blanqueaban los beneficios de la venta de droga en Nueva York, Chicago o Los Ángeles. Describió la vida de nuevo rico de su antiguo jefe, que durante el boom de la coca tuvo aviones privados y un zoológico en su rancho en Guadalajara. También narró su primer arresto y la primera fuga, por la que se hizo célebre.

Las piezas del complejo entramado empezaron a encajar con el narco colombiano Juan Carlos Ramírez, alias Chupeta. El recuento del hombre de las mil caras fue espeluznante, como su apariencia draconiana. “Me sorprendió lo rápido que era”, dijo. Por eso el líder del cartel del Norte del Valle aceptó que le cobrara más que otros narcotraficantes. También por los arreglos que tenía para proteger los cargamentos.

El Chapo su esposa Emma Coronel, durante una vista
El Chapo su esposa Emma Coronel, durante una vistaJane Rosenberg (EFE)

La primera prueba incriminatoria emergió con Jorge Cifuentes, cabecilla de una conocida familia de narcos colombianos. Reveló que negociaron con representantes de Pemex realizar envíos de coca en sus petroleros. Avanzado su testimonio, el jurado escuchó en una llamada interceptada a Joaquín Guzmán regateando el precio de un cargamento con un representante de las FARC.

“Era muy buen negociante”, dijo su hermano Alex Cifuentes, que también subió al estrado, “trataba siempre de sacar el mayor provecho al negocio”. Dijo que conseguía el mejor precio que el resto. Llegó a ser tan próximo a Joaquín Guzmán, que comentó haber sido su brazo derecho y el izquierdo a la vez. Los declarantes coincidieron que en los momentos más críticos, se mostraba siempre seguro y tranquilo.

Esa fue la actitud que mostró El Chapo durante todo el juicio. Casi nunca miró al jurado y siguió con atención el recuento que las “ratas”, como llaman a los traidores, hicieron de su vida criminal. Muchos le mostraron gestos de respeto. El acusado tomó notas constantemente. Los declarantes, muchos de ellos en espera de sentencia, dijeron que no tenían otra opción que decir la verdad.

Así contaron que El Chapo participó en un sinfín de reuniones y gestionaba todos los aspectos de la empresa criminal: las ventas, las finanzas, el precio, la distribución, la calidad y la gestión de riesgos. Contaba con matones, pilotos, transportistas, guardaespaldas, contables, agricultores y abogados. Que El Chapo fuera arrestado por primera vez, dijo Chupeta, no cambió nada. “Todo siguió igual”, afirmó.

Entre la masa de pruebas se presentó otra llamada grabada por el mellizo Pedro Flores, su mayor distribuidor de droga en EE UU. “Era un narcotraficante real”, sentenció Vicente Zambada, “un líder como mi padre. No un mito”. Vicentillo estaba llamado a ser el heredero de una empresa en la que el consejero delegado solo cambia cuando lo arrestan o muere. Pidió permiso a El Chapo y al El Mayo para retirarse.

Llevó la empresa primando la lealtad sobre el talento. Se nutrió de gente de bajos recursos para poder explotarla

Los testimonios no solo sirvieron para explicar el complejo operativo logístico que utilizó el cartel para distribuir la droga. También mostró cómo El Chapo gestionó a sus lacayos. Llevó la empresa primando la lealtad sobre el talento. Se nutrió de gente de bajos recursos para poder explotarla. Porque a diferencia de una corporación lícita, los aires de grandeza, la traición y los errores se pagaban con la vida.

El ansia de poder llevó a El Chapo a obsesionarse por el control de las comunicaciones. Fichó a un joven ingeniero colombiano que trabajó para los Cifuentes, que le creó una sofisticada red que permitía hacer llamadas encriptadas a través de Internet. Le montó también un sistema para espiar a su propia gente, a su mujer y a sus amantes. “Era su juguete preferido”, explicó el técnico Cristian Rodríguez.

Esa obsesión fue la que acabó con el escurridizo Guzmán. El FBI tuvo acceso, gracias a Rodríguez, a los servidores del sistema y las llaves para descifrar más de un centenar de conversaciones. Fueron la prueba definitiva contra el narcotraficante. Varios son de Emma Coronel, su esposa. El juicio podría haber acabado en es momento. La humillación total llegó cuando su amante Lucero Sánchez subió al estrado y le mostró como un villano de telenovela.

Dámaso López amarró el relato, revisitando los detalles de los cooperantes que le precedieron. “Estaba muy cerca de mi compadre”, dijo, “y eso me hizo más grande en el negocio de la droga”. Pero la libertad, dijo El Licenciado, es ahora más preciada que el dinero y por eso decidió colaborar. “Estoy aquí por las cosas malas que hice para mi compadre”, admitió, “que era mi patrón”.

Por el estrado pasaron también narcos de poca monta, como Edgar Iván Galván. Y de medio pelo, como Germán Rosero, el Barbas, que contó los métodos que utilizaba el cartel para mover el efectivo desde México a Colombia. Tirso Martínez aspiró a ser socio de Joaquín Guzmán. E Isaías Valdez, un antiguo miembro del equipo de seguridad, ejecutó las órdenes para eliminar a traidores y rivales.

Las revelaciones de los cooperantes estrella se completó el relato de los agentes de la patrulla fronteriza, del FBI, la agencia antidroga y expertos. Hasta 56 testigos pasaron por el estrado. El jurado tendrá que examinar ahora estos testimonios y evidencias para determinar en su veredicto que Joaquín Guzmán era realmente el líder de la empresa criminal, como trató de demostrar la acusación.

Ese es el primer cargo al que se enfrenta el narcotraficante y el más importante. Incluye a su vez 27 violaciones separadas. A la fiscalía le bastaba con demostrar que el narcotraficante trabajaba junto con otros líderes para maximizar el beneficio y reducir riesgos. Los otros cargos están relacionados con la producción de estupefacientes, el tráfico de armas y el blanqueo de los beneficios de la droga.

Ahora la defensa debe presentar a sus testigos. Se espera que sean cuatro, a los que podría sumarse El Chapo si consideran que debe contar su historia. Sería una decisión sin precedentes en un caso de esta envergadura. Pero como dicen sus abogados, está en el banquillo por su ego. En los interrogatorios trataron de minar la credibilidad de los cooperantes y les forzaron a reconocer que El Mayo es el gran padrino.

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