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PENSÁNDOLO BIEN
Columna
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40 días y 40 noches

Las primeras 40 jornadas del Gobierno mexicano de López Obrador han sido más de noches que de días, más de reprobación que de aprobación

Jorge Zepeda Patterson
Cientos de personas hacen cola en una gasolinera en Guadalajara, este martes.
Cientos de personas hacen cola en una gasolinera en Guadalajara, este martes.Ivan Villanueva (EFE)

En la tradición judía y en general en la Biblia el lapso de 40 días con sus noches suele relacionarse con un período de prueba, de desafío. Las primeras 40 jornadas del Gobierno encabezado por Andrés Manuel López Obrador, que ayer se cumplieron, han sido más de noches que de días, más de reprobación que de aprobación.

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Y quizá no podía ser de otra manera. Las medidas a favor de la distribución del ingreso y de los pobres apenas comienzan a instrumentarse y sus efectos tomarán un buen rato en dejarse sentir. Las que no han tardado en provocar tsunamis, en cambio, son todas aquellas que afectan diversos intereses creados. La reducción de salarios en los altos niveles de la esfera pública, por ejemplo. Su inmediata aplicación ha generado la indignación de un segmento poderoso con amplia influencia en los medios de comunicación, además de una resistencia organizada entre jueces y ministros del poder judicial. La cancelación del ambicioso proyecto de un nuevo aeropuerto, iniciado por el anterior Gobierno y con un avance superior al 30%, provocó mucho más que cólera y frustración en el sector privado.

Pero hasta ahora la molestia activa se había limitado a estos segmentos específicos. Para los ciudadanos de a pie el inicio del nuevo Gobierno había constituido un tema de conversación, acalorado y apasionante sin duda, pero sin relación aún con la vida cotidiana.

Eso cambió hace unos días con el desabasto de gasolinas que millones han padecido en una porción importante del territorio. Habitantes de Guadalajara, Morelia y varias ciudades del Bajío han visto alteradas sus rutinas y en más de una se vieron obligados a suspender clases en las escuelas por el cierre de la mayoría de los expendios de gasolina. Los pocos lugares abiertos afrontaron colas de varios cientos de autos y racionaron la entrega a cada vehículo.

En otras regiones, que no han padecido desabasto alguno, las compras de pánico provocaron una escasez inducida. La crisis del suministro ha sido el resultado de la campaña que el Gobierno ha emprendido en contra de los llamados huachicoleros, saqueadores profesionales de los ductos de Pemex. El robo había adquirido una escala industrial y las bandas venían operando con una violencia cada vez más frecuente y brutal. López Obrador decidió hacer de este el primer frente de batalla en contra del crimen organizado. Pemex canceló la operación en varios ductos para realizar auditorías y reparaciones y ofreció entregar el combustible a través de camiones cisterna a las ciudades afectadas. Obviamente algo falló en el operativo.

El desaguisado se ha convertido en el primer gran desencuentro del nuevo Gobierno con muchos de sus votantes. Algunos anticipábamos que algunos grupos empresariales radicalizados podrían provocar desabastos simulados para generar malestar; nunca previmos que el propio Gobierno fuese a generarlos.

A favor de López Obrador habría que reconocer el valor para afrontar a un poder salvaje que operaba con absoluta impunidad en Gobiernos anteriores. Las autoridades estiman que el daño económico asciende a unos 3.000 millones de dólares anuales. Con un operativo adecuado y una buena estrategia de comunicación, el público podría haber aceptado algunas molestias menores y temporales en el suministro, a cambio de erradicar un mal mayor. Pero ambos, operativo y estrategia de comunicación, han sido desastrosos. La misma secretaria de Energía, Rocío Nahle, ha reconocido que se cometieron errores en la logística aplicada. Ante la irritación generalizada, el presidente atizó el fuego: “¿Cuánto tiempo nos puede llevar? Va a depender, a ver quién se cansa primero, los que se roban el combustible o nosotros”. El problema es que se cansaron mucho antes los ciudadanos.

En algunos sitios se experimentaron ya brotes de violencia entre consumidores desesperados. E incluso quienes aplauden el combate al cáncer que representan los huachicoleros, asumen que el Gobierno afrontó el problema sin el conocimiento y planificación necesarios. Misma crítica, paradójicamente, que se hizo hace 12 años a Felipe Calderón en sus primeros días de Gobierno cuando comenzó la guerra contra los capos de los cárteles a tontas y a locas.

Todavía es temprano para saber en qué terminará esta crisis. Aún no se descarta que López Obrador alcance una victoria importante. Si su Gobierno logra resolver el desabasto en cuestión de horas o pocos días y si la investigación termina con un golpe significativo y visible contra las bandas y una serie de detenciones entre altos funcionarios de Pemex (quiénes están involucrados, dijo el presidente), la crisis podría devenir en un activo político para los siguientes meses. Por el contrario, en caso de agravarse, se convertirá en el fin de la luna de miel que mantiene con muchos ciudadanos que votaron por él.

@jorgezepedap

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