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PENSÁNDOLO BIEN
Columna
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Cuitas de una novia desencantada

Los mexicanos polemizan sobre López Obrador como lo haría una novia frente al tipo que la corteja: ¿Me hará feliz o provocará mi desgracia?

Jorge Zepeda Patterson
López Obrador, durante una de sus ruedas de prensa.
López Obrador, durante una de sus ruedas de prensa. S. Gutierrez (EFE)

Los habitantes de este país observan al nuevo soberano con una mezcla de curiosidad, fascinación y repulsa, y debaten con vehemencia a su favor y en su contra: ¿Es López Obrador una esperanza o una amenaza para México? Las charlas de sobremesa suben de tono, las amistades se ponen a prueba y más de una incipiente relación amorosa se ha interrumpido por diferencias irreconciliables sobre la Cuarta Transformación.

Los mexicanos polemizan sobre López Obrador como lo haría una novia frente al tipo que la corteja: ¿Me hará feliz o provocará mi desgracia? ¿Hacemos bien al creer que este hombre puede sacarnos del atolladero en el que está metido el país o estamos cometiendo un suicidio colectivo al confiar los mandos del timón a un mesías desaforado?

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El problema es que en este escenario maniqueo en el que nos instalamos dejamos de lado un aspecto decisivo. ¿Cuánto de la felicidad de la novia depende de ella misma? Los empresarios, los actores políticos y económicos, las organizaciones sociales hablan del nuevo mandatario como si este fuese el cantante en la sala de conciertos y ellos un público neutro que está a la espera de ser fascinado o decepcionado. Un planteamiento absurdo, desde luego, porque en el fondo sabemos que la alegoría más realista no es la del concierto sino la de la novia.

Cuando Claudio X. González asegura, tras oír el discurso inaugural del presidente, que a este país le va a ir mal, está expresando algo más que el deseo de convertir en realidad su profecía. El augurio pesimista del influyente empresario no es una predicción neutra, sino una pulsión que pone en movimiento fuerzas que favorecen su mal augurio. La resistencia, la desinversión y eventualmente la desestabilización que pueden provocar las palabras de los líderes empresariales están a la vista. Si la novia ha decidido que será infeliz bien podrá el novio bajar el cielo y las estrellas que no arrancará una sonrisa a su pretendida.

Según las últimas encuestas el apoyo a López Obrador ronda un 80% de la población (ganó con 53% de los votos pero, como suele suceder, el triunfo otorga una luna de miel por el beneficio adicional que le extiende otro gran sector del electorado). Para desgracia del presidente en ese 80% no entra el famoso 1%, la élite más poderosa del país ni los amplios círculos que la rodea. Pueden ser minoría pero poseen un peso decisivo entre medios de comunicación y protagonistas de los escenarios financieros, políticos y sociales del país.

Es importante, desde luego, que los distintos actores sociales puedan diferir, cuestionar y criticar los actos del soberano. En un ambiente correcto eso no hará sino mejorar el desempeño del mismo. Pero todos aquellos que detentan poder deben asumir las consecuencias de sus actos. Les guste o no, la mayoría de los mexicanos eligieron a López Obrador para los próximos seis años. Y lo eligieron bajo las mismas condiciones de democracia electoral que esos empresarios y líderes sociales dijeron apoyar denodadamente. Ahora que ha resultado favorecido un candidato que no es de su preferencia (pero sí de las mayorías), resulta muy poco democrático descartar y, hay que decirlo, en la práctica boicotear, a un gobierno en su primer día en funciones.

¿Cuán radical será López Obrador? se preguntan en el barrio alto entre rabia y temores. En realidad la respuesta reside en gran medida en ellos mismos. Si el presidente enfrenta una confabulación de grupos de poder galvanizados en su contra podemos anticipar que, en efecto, tenderá a radicalizarse. Recurrirá a la calle, a las controvertidas consultas populares y tomará medidas unilaterales en la soledad de Palacio Nacional. Es decir, el peor de los escenarios. Pero a su juicio tendrá que hacerlo si es la única posibilidad de sacar adelante el mínimo de promesas que considera su deber histórico.

No obstante, nada es de eso es necesario si consigue negociar en la mesa con los poderes fácticos algunas de las reivindicaciones que le son más apreciadas. Su promesa de renegociar con los contratistas del aeropuerto o formar un consejo asesor de empresarios (entre ellos los grandes barones de los medios) revelan que él sabe que no podrá gobernar solo.

El presidente que podemos esperar no es aquél que proyectan sus declaraciones como candidato o líder opositor, que ahora asustan a los que quieren ser asustados, sino los seis años de ejercicio como alcalde de la Ciudad de México. Esa es la experiencia más próxima a la responsabilidad que ahora enfrenta. Allí están las claves. Que se convierta en un solista o en un aceptable director de orquesta depende de él, tanto como del resto de los músicos. Y, en ese sentido, todos nosotros lo somos.

@jorgezepedap

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