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ESTAR SIN ESTAR
Columna
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La enmienda

Charles Dickens escribió una obra maestra, 'La canción de Navidad', que se volvió partitura obligatoria para todos los que intenten aprovechar estas fechas para pasar la página

Charles Dickens.
Charles Dickens.J.F.H.

Charles John Huffam Dickens publicó A Christmas Carol. In Prose. Being a Ghost Story of Christmas (traducida al español como La Canción de Navidad) el 19 de diciembre de 1843. Se cumplen entonces 175 años de la invención de la Navidad a la anglosajona, sin Reyes Magos con zapatitos a la puerta y sin alusión al niño monarca en el pesebre. Dickens llevaba más de un año envuelto en tribulaciones y pendencias que parecían ahogarlo no solo en deudas, sino en franca desesperación: tres libros anteriores habían caído como plomo tan solo al salir de la imprenta y las mermadas ventas orillaban a sus editores de la casa Chapman & Hall a dudar de su posible recuperación como luminaria de las letras.

En octubre del mismo año, Dickens había propuesto sacar un librito de tema navideño y la simple ocurrencia había desconcertado a sus editores, pues la celebración de Navidad había decaído en un mero pretexto para convertir un día normal en asueto (pagado) y en realidad, no se acostumbraban las grandes cenas con pavo, incienso y mirra; además, la alemana costumbre de meter un árbol en plena casa y decorarlo con velas, estrellas y esferas aún no se volvía moda.

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Para más detalles, a Dickens le preocupaba profundamente el alto nivel de podredumbre social que destilaba la neblina ominosa del capitalismo industrial, las hordas del hambre y los miles de niños que trabajaban esclavizados en telares y buhardillas, callejones de prostitución y mugre por doquier.

Seis semanas después de haber cuajado la primera línea del primer párrafo, Charles Dickens entregaba a la imprenta una joya literaria que él mismo produjo con dinero de sus ahorros (que recuperaría con creces) y se cuenta que el primer tiraje de seis ejemplares se vendió el primer día (si no es que la primera semana) que estuvo el libro en los escaparates de la noble librería Hatchard's (que sigue abierta hasta el día de hoy, cerca de Picadilly). El fenómeno de la milagrosa canción que escribió en prosa provocó sucesivas ediciones, rápidas traducciones y pocos meses después, un afán por llevar la trama al escenario de los teatros.

Un año después, el propio Dickens empezó a leer en público las páginas que hipnotizaban a todos los oyentes con una mezcla de humor y llanto, ira y esperanza, donde lejos de todo mensaje religioso se decantaba la larga noche en vela de un avaro pernicioso llamado Ebeneezer Scrooge a quien se le concede viajar por los aires del ensueño de la mano de tres fantasmas y repasar el pasado, el presente y el futuro de su propia biografía.

Al hacerlo, Scrooge —como todo el que lo lea— repasa en contrición los errores y resbalones del pretérito, para luego adquirir viva conciencia de lo que es la realidad presente que lo rodea más allá de su cerrazón y ceguera. Para feliz final, a Scrooge se le concede ver el mundo sin él, el paisaje de su propia ausencia en la muerte que han de celebrarle todos los que lo conocen… a menos que intente enmendarse, cambiar y reinventarse a sí mismo en una suerte de resurrección emocional y social, para crecer y corregir todo el Mal que había sembrado con el simple afán de intentar hacer el Bien. Lo logra… porque lo logró el propio Dickens al escribir una obra maestra que se volvió partitura obligatoria para todos los que intenten aprovechar estas fechas para pasar la página y empezar con renovada tinta el párrafo impredecible que ha de salvarnos… a todos.

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