“El único modo de salir del lío del Brexit es con otro referéndum”
Kerr, miembro de la Cámara de los Lores, confía en que los jóvenes eviten el divorcio de Reino Unido y la Unión Europea
El barón Kerr de Kinlochard (Grantown-on-Spey, Reino Unido, 76 años) es el prototipo del alto funcionario británico, lo que aquí se llama de un modo más noble un "servidor público". Trabajó en puestos diplomáticos para Margaret Thatcher o para Tony Blair, entre otros. Formó parte de la Convención Europea que redactó el Tratado de Lisboa. Se le considera el autor del artículo 50, la cláusula de retirada de la UE que nadie pensó nunca que se fuera a utilizar y que acabó invocando Theresa May después del referéndum del Brexit. John Kerr, desde su escaño independiente en la Cámara de los Lores, se ha convertido en el referente legal de los que reclaman una segunda consulta popular para sacar a Reino Unido del actual entuerto.
Pregunta. Hartazgo, desánimo y hostilidad hacia la clase política. ¿Cómo ve hoy a Reino Unido?
Respuesta. No recuerdo una situación tan volátil e impredecible en Reino Unido como la actual, en un país famoso hasta ahora por ser aburrido, estable y pragmático. Parece que hubiéramos sufrido un perturbador ataque de ideología. Creo que el país está confundido. Las encuestas sugieren que una pequeña mayoría adoptaría ahora la posición contraria a la que se adoptó en el referéndum de 2016. Los jóvenes, en su mayoría a favor de la permanencia en la UE, se han movilizado. Muchos de los mayores que votaron por la salida nos han dejado. Pero sobre todo, lo más relevante es que el principal grupo de votantes que ha cambiado de opinión está en las filas del laborismo, especialmente en el norte de Inglaterra.
P.¿Es un cambio fruto del hastío o de un mayor conocimiento de las consecuencias del Brexit?
R.Una mezcla de ambos. No es que haya datos políticos nuevos que hayan tenido efecto en el debate público. Lo interesante son los datos procedentes de las empresas que generan empleo en este país. Especialmente en aquellas comunidades donde se han visto peligrar los puestos de trabajo. Un buen ejemplo es Nissan, en Sunderland. El mayor empleador en el norte de Inglaterra después del Gobierno. La fábrica más eficaz del mundo de esa compañía. La mayoría de los vecinos, que votó a favor del Brexit, se ha dado cuenta de que el futuro de las inversiones está en duda. Y la nueva mayoría, aún pequeña, se decanta por la permanencia en la UE. Un giro muy significativo.
P.¿Y a quién culpan más? ¿A Londres o a Bruselas?
R. Para mi sorpresa, los grupos de estudio de las encuestas sugieren que los votantes no culpan de lo sucedido a una Bruselas intransigente que castigaría a Reino Unido. El ciudadano británico medio carga contra la falta de diligencia de nuestro Gobierno. Algunos arremeten contra la UE, pero la mayoría ve el error en la incompetencia británica. Hay una tercera categoría en la que me incluyo, por supuesto, que piensa que nunca debimos meternos en este lío y que aún no es tarde para cambiar de opinión.
P. ¿De verdad cree posible que se celebre un segundo referéndum?
R. Creo que hay muchas posibilidades. Yo soy parte interesada, claro. He escrito un texto legal en su defensa. He sido un servidor público toda mi vida. Ahora soy un activista que hace campaña. Es muy extraño esto de manifestarse por las calles de Londres a mi edad. Protestando y portando pancartas. Aún pienso que es muy difícil lograr el permiso político y de la opinión pública para celebrar una segunda consulta. Las posibilidades siguen estando por debajo del 50%. Pero de celebrarse, ganaría nuestra opción sin ninguna duda.
P. ¿Y de dónde le viene este optimismo?
R. Los jóvenes han sido capaces de encontrar su propia voz. Fue decepcionante que en 2016 solo participara un 40% de ellos en el referéndum. Hoy creo que acudirían a votar entre un 75% y un 80%. Lo más interesante de esta campaña es que no la lideran los políticos. Hay detrás jóvenes que representan a las asociaciones de estudiantes, a los científicos y los investigadores, a los enfermeros, a las organizaciones juveniles de los sindicatos. Es algo impresionante, controlan cosas de las que yo no tengo ni idea. Tuitean de un modo brillante, hacen pequeños documentales que se hacen virales en Internet, debaten entre ellos. Es un movimiento que, en esencia, piensa que el mundo se ha vuelto más pequeño y que lo mejor que podemos hacer es construir lazos de solidaridad con nuestros vecinos. Sienten que el Brexit ha disminuido sus oportunidades vitales y se preguntan: "¿Por qué hemos de permitir que esto ocurra?".
P. ¿No cree que los referendos los carga el diablo? Una democracia parlamentaria, dicen los conservadores, no debería echar tanta mano de ellos.
R. Yo soy firme partidario de esa línea de pensamiento. Mi héroe en filosofía política es Edmund Burke, quien escribió a sus votantes en Bristol para decirles que no le interesaba su opinión (risas), y que le habían elegido para usar su propio juicio, no para decir lo que ellos quisieran que dijera. Y que si no les gustaba cómo lo hacía, siempre podían no votarle. Pero ya en serio, nos hemos metido en este lío porque hubo un referéndum. El único modo de darle una vuelta es con otra consulta. Tendríamos una crisis constitucional muy seria si la élite metropolitana decidiera por su cuenta echar atrás lo que se votó en 2016.
P. No ayuda un Gobierno en apariencia tan débil como el de Theresa May.
R. Es una situación muy extraña. Yo trabajé para Margaret Thatcher. Si ella hubiera descubierto que media docena de sus ministros se reunían la noche antes de un consejo para acordar una posición en su contra, estos seis hombres o mujeres hubieran sido cesados esa misma noche. Normalmente, un primer ministro es muy poderoso. Tiene el poder clientelar y la capacidad de nombrar o despedir. Y el mensaje político es único. Este Gobierno es incapaz acordar un mensaje común. Es un problema complejo para el negociador europeo Michel Barnier, un hombre serio que intenta llegar a un acuerdo. ¿Tiene realmente un interlocutor válido al otro lado de la mesa?
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