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El Vaticano encuentra huesos que podrían ser de Emanuela Orlandi

La fiscalía de Roma investiga si los restos, hallados en dependencias de la Santa Sede, pertenecen a la niña desaparecida hace 35 años y cuyo secuestro salpicó a la Mafia y los servicios secretos

Manifestación ante el Vaticano para pedir justicia en el caso Orlandi en 2012. ANDREW MEDICHINI AP / REUTERS
Daniel Verdú

Cuando todas las exhumaciones de las que se hablaba este martes en los pasillos del Vaticano llevaban el nombre de Francisco Franco, un macabro hallazgo bajo tierra puso los pelos de punta a toda Italia. La Santa Sede comunicó pasadas las diez que el lunes por la tarde había encontrado huesos humanos en la reforma de su nunciatura apostólica en Roma. El mismo escalofrío recorrió la espina dorsal de todos los italianos, que pensaron a la vez en la misma persona. La fiscalía de Roma, dirigida por el experto en Mafia Giuseppe Pignatone, le puso nombre y anunció que está investigando si se trata de los restos de Emanuela Orlandi, la niña que desapareció hace 35 años y cuyo secuestro salpicó al Vaticano, la Mafia, los servicios secretos y la Logia P2.

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El caso Orlandi es la estrella polar de la galaxia de crímenes sin resolver en Italia. Lo tiene todo e implicó en su momento a la mayoría de grandes poderes del país. La niña desapareció el 22 de junio de 1983 sobre las siete de la tarde, cuando salía de su clase de flauta, en un edificio pegado a la basílica de San Apolinar, junto a la romana plaza Navona. Tenía 15 años, era hija de un funcionario del Vaticano que trabajaba directamente con el Papa y siempre se pensó que su secuestro podía haberse utilizado para presionar a la Santa Sede por los secretos que amasaba el padre.

La policía investiga ahora la edad y el sexo de los huesos. Pero los primeros resultados de los análisis apuntan ya a que se trataría de dos cadáveres distintos de mujeres. Luego se cruzarán con su ADN y con el de Mirella Gregori, otra chica de 15 años que desapareció aquel año sin dejar rastro y cuya historia se cruzó en algunos puntos. Pero Orlandi, de quien hasta Ali Agca, el turco que intentó asesinar al Juan Pablo II, aseguró tener información —sostuvo públicamente que fue secuestrada para lograr su excarcelación como moneda de cambio—, formó un remolino de podredumbre en el desagüe de la cloaca italiana que terminó implicando a la jerarquía vaticana, a los servicios secretos y, como no, a la Mafia. Nadie logró jamás dar con ella o una pista realmente convincente. Pero cada cierto tiempo, alguien ha asegurado saber dónde se encontraba.

La última vez sonó así en el programa Chi l’ha visto, una especie de Quién sabe dónde que se emitía en la Rai:

—Para saber más sobre Emanuela, mirad en la tumba de De Pedis y averiguad el favor que le hizo al cardenal Poletti.

[Enrico] De Pedis era Renatino, el conocido capo de la banda de la Magliana. Lo más parecido que tuvo Roma a una mafia. Y aquel gánster decidió hacer un pequeño donativo (450.000 euros) para que le enterrasen en la cripta de una pequeña basílica. Era el templo, casualmente, que lindaba con la escuela de música donde se perdió el rastro de la pequeña Orlandi.

La familia de la desaparecida, cuyo hermano siempre ha mantenido la esperanza de encontrarla con vida, redobló la presión y al cabo de unos años, el 14 de mayo de 2012, rodeada de un fabuloso circo mediático, la policía científica abrió un sarcófago de mármol en busca de la chica. Estaba Renatino, eso ya lo sabían. Había logrado que le enterrasen en un lugar reservado a cardenales. Y también centenares de huesos de cadáveres que se remontaban a una fosa del siglo XVIII y que tuvieron que archivar uno a uno en 400 cajas durante varios días. Pero de la niña Orlandi, como había insinuado aquella misteriosa voz que algunos corrieron a relacionar con el poderoso cardenal y expresidente del Banco Vaticano, Paul Marcinkus, nunca hubo ni rastro.

Cartel con el que la familia de Orlandi empapeló toda Roma cuando la niña desapareció.
Cartel con el que la familia de Orlandi empapeló toda Roma cuando la niña desapareció.

La acusación más directa fue de Sabrina Minardi, la novia de Renatino. Delante de un juez sostuvo que la muchacha fue secuestrada y asesinada por De Pedis cumpliendo órdenes de Marcinkus, porque su padre, Ercule, funcionario de la prefectura de la Casa Pontificia, había tenido en sus manos documentos comprometedores para el Vaticano que había visto sin querer. Supuestamente, Renatino se lo había contado a Minardi puesto hasta arriba de cocaína. Poco tiempo después, el 2 de febrero de 1990, sus propios socios de la banda lo acribillaron a balazos a plena luz del día en la Via del Pellegrino, en el centro de Roma. Renatino se llevó los secretos a la tumba (la de la basílica, por cierto).

Pero no terminó ahí. Hace justo un año, Emiliano Fittipaldi, un mediático periodista envuelto en casos de investigación vaticanos y autor de varios libros sobre la Santa Sede, publicó el hallazgo de un documento obtenido en una caja fuerte del Vaticano. Cinco páginas fechadas en marzo de 1988, bajo el título Informe sumario sobre los gastos sostenidos por el Estado de la Ciudad del Vaticano para las actividades relativas a la ciudadana Emanuela Orlandi (Roma, 14 de enero de 1968). Es decir, una suerte de recibo del dinero que la Santa Sede habría empleado de sus fondos reservados para mantener a Orlandi alejada de los focos para siempre. Habrían sido 500.000 millones de liras para sufragar las relaciones con la prensa que seguía el caso, gastos por visitas ginecológicas… viajes que el entonces jefe de los gendarmes vaticanos, Camillo Cibin, habría hecho a Londres con el médico personal del Papa Juan Pablo II, Renato Buzzonetti.

Un relato surrealista que el Vaticano, a través de su portavoz, desmintió y lo calificó de “ridículo”. Pero el caso Orlandi lo aguanta todo. La nunciatura apostólica donde se han encontrado los huesos es el lugar donde trabajó monseñor Vergari, el único prelado que fue investigado en este caso. Un cura al que, casualmente, el capo Renatino (el presunto secuestrador de la niña) conoció en la cárcel y que recibió el donativo de 450.000 euros por aceptar que su cadáver fuese enterrado en la basílica de San Apolinar. Pero todo en alrededor del caso Orlandi parece siempre una casualidad.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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