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La frontera donde termina Europa

Italia refuerza los controles en los Alpes tras las incursiones ilegales de la Gendarmería francesa para dejar allí migrantes africanos

La policía italiana identifica a varios migrantes que intentan cruzar a Francia desde Claviere.
La policía italiana identifica a varios migrantes que intentan cruzar a Francia desde Claviere.MARCO BERTORELLO (AFP)
Daniel Verdú

Un autobús de línea francés espera a los pasajeros del último tren de Turín en la estación de Oulx, en los Alpes Piamonteses. Suben en silencio 11 africanos con una pequeña mochila cada uno. Al cabo de 15 minutos bajarán en Claviere, último pueblo de Italia antes de llegar a Francia: 1.800 metros de altura y seis grados menos. Desde ahí se adentrarán en los bosques helados del valle de Susa para cruzar a través de la montaña hasta el otro lado. A la mayoría, como a Koné, que aguarda resignado en una caravana desvencijada de la Cruz Roja, los caza la policía francesa y los devuelve en caliente. A menudo, con amenazas de abrir fuego. Él lleva ya cuatro de esas. Normal en esta frontera europea donde, según Amnistía Internacional, se violan sistemáticamente los derechos de los migrantes, incluso los de los menores, que tratan de atravesarla. La semana pasada explotó un conflicto diplomático que ha vuelto a levantar las fronteras entre ambos países.

Una furgoneta blanca de la Gendarmería francesa con agentes armados cruzó a Italia y abandonó en una zona boscosa a dos migrantes africanos. Luego se dieron la vuelta y regresaron al lado francés. La policía italiana hizo las comprobaciones, fotografió la matrícula y mandó la documentación a la fiscalía de Turín. No había duda. Violaron los acuerdos internacionales para la readmisión y expulsión de inmigrantes, que obligan a avisar a la comisaría de la zona y a acompañar a los inmigrantes al puesto de frontera. Francia tuvo que admitir el “error”. Munición de primera para el ministro del Interior, Matteo Salvini, que acusa a Emmanuel Macron de ser un monumental hipócrita en el asunto migratorio.

Un migrante camina por una de las calles de Claviere.
Un migrante camina por una de las calles de Claviere.MARCO BERTORELLO (AFP)

Francia siguió a lo suyo. Pocos días después volvió a suceder. De modo que Italia envió el sábado pasado decenas de efectivos hasta Claviere para proteger el límite entre ambos países, restaurar de facto la frontera —como ya hizo Francia en Ventimiglia— y escenificar un choque entre países. En las tres calles de este pequeño pueblo de esquiadores se concentra un conflicto ideológico que agrieta el viejo sueño europeo.

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El autobús arranca y serpentea por la carretera de 12 kilómetros que atraviesa el valle hasta alcanzar Claviere, un pueblo de 200 habitantes donde nadie imaginó que en lugar de esquiadores verían a centenares de negros atravesando la nieve de la pista de esquí de fondo en sandalias y pantalón corto. Koné no se sube. No es que le dé miedo, ha visto de todo. Salió de Costa de Marfil hace dos años y medio. Cruzó África, se quedó atrapado en Libia y luego pasó una temporada en un centro de acogida de Sicilia. Pero está cansado, el camino es duro, masculla en francés. “Empieza a hacer frío y es mejor cruzar de noche”, señala.

Claviere es la herida por la que sangra el conflicto que mantienen la Italia de Salvini y la Francia de Macron, que ya ha devuelto a unos 45.000 migrantes desde enero por la costa y los Alpes. Un lugar sembrado en temporada baja de apartamentos vacíos y hoteles rústicos con las ventanas tapiadas. En el bar Turín espera un grupo de nueve personas. Vienen de India, Afganistán, Nigeria, Gambia. Ahmed Sabir y Della acaban de ser devueltos en caliente y empiezan a perder la esperanza en esta puerta a la “verdadera Europa”. Tienen hambre y frío. El dueño del bar les invita a unos bocadillos. “Les dije que nos dejasen pasar, solo queremos trabajar y tener una vida. Nuestra familia está en Francia, necesitamos salir de aquí”.

Los que vuelven, muchas veces de madrugada, no tienen un lugar donde refugiarse o secar la ropa mojada. El alcalde de Claviere, Franco Capra, cree que la solución sería poner una caravana de la Cruz Roja que operase 24 horas. “Pero un centro fijo no sería una buena idea”, señala. Ningún vecino lo quiere. El alcalde calcula que ahora hay unas 15 devoluciones al día.

El Ministerio del Interior sospecha que el anterior Gobierno permitió estas prácticas durante años. También con menores. Pero Salvini asegura que no existe “ningún acuerdo bilateral entre ambos países escrito u oficial que permita este tipo de operaciones”. “No aceptamos que sean devueltos a Italia los extracomunitarios detenidos en territorio francés sin que nuestras fuerzas del orden puedan verificar su identidad. El viento ha cambiado”.

Pero el viento es igual de frío que el año pasado. Y el alcalde de Oulx, Paolo de Marchis, ha construido una red solidaria en la zona para ayudarles. “Ahora ya van más equipados, pero el año pasado intentaban cruzar por la nieve con pantalones cortos y sandalias”, explica mientras saluda uno a uno a los chicos que esperan a que anochezca para tomar el sendero de la pista de esquí de fondo y volver a perderse entre los bosques donde se consume el viejo sueño de una Europa sin fronteras.

Un largo historial de incursiones en suelo italiano

Los episodios de la semana pasada en Claviere no son nuevos. Todos en esta zona tienen anécdotas que ilustran una praxis habiutal, como señala el ministro del Interior, Matteo Salvini. Un periodista de La Stampa recuerda cómo la policía francesa le pidió en una ocasión la documentación en suelo italiano. "Como si estuviéramos en Francia. No se la entregué, claro".

En Bardonecchia cinco policías franceses armados entraron sin la autorización de Italia en un centro de atención a inmigrantes gestionado por una ONG para pedir una prueba antidroga a un hombre nigeriano. El Gobierno italiano en funciones lo calificó entonces como “acto grave, completamente fuera del marco de colaboración entre Estados fronterizos” y llamó a consultas al embajador francés para aclarar lo ocurrido.

El alcalde de Oulx, Paolo de Marchis, también asegura que sucede desde hace tiempo. “Ha habido otros episodios antes de ese, claro. Nos lo han contado los migrantes y otros los hemos visto. Es frecuente, ha sucedido desde hace mucho tiempo”.

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona pero aprendió el oficio en la sección de Madrid de EL PAÍS. Pasó por Cultura y Reportajes, cubrió atentados islamistas en Francia y la catástrofe de Fukushima. Fue corresponsal siete años en Italia y el Vaticano, donde vio caer cinco gobiernos y convivir a dos papas. Corresponsal en París. Los martes firma una columna en Deportes

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