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May maniobra para doblegar la resistencia interna al plan de Brexit

La primera ministra busca ganar tiempo para solucionar la cuestión de la frontera en Irlanda del Norte

Theresa May en una organización benéfica, este lunes en Londres.Vídeo: STEFAN ROUSSEAU (AFP) / REUTERS-QUALITY

Un acuerdo para que el Reino Unido abandone la Unión Europea de forma consensuada es “todavía alcanzable”, ha proclamado este lunes Theresa May en una declaración de urgencia ante los Comunes y concebida principalmente como cortafuegos frente a las intentonas de los euroescépticos de derribarle al frente del Gobierno. En un nuevo ejercicio de supervivencia, la primera ministra ha apelado veladamente tanto a los conspiradores en el seno de su propio Partido Conservador como a los negociadores de Bruselas para que le concedan más tiempo. May también afronta la resistencia de sus socios en el Ulster.

Ganar tiempo sigue siendo la estrategia de May a la hora de encarar el último y gran escollo de la negociación con la UE, el cómo evitar una frontera dura en Irlanda del Norte una vez el Brexit sea una realidad oficial el 29 de marzo del próximo año. La jefa del Gobierno de Londres ha dejado claro que ninguna componenda con Bruselas pasará por un régimen especial para el Ulster, lo que atentaría contra la unidad de la nación, pero al tiempo ha insistido en que las “frustrantes” diferencias entre ambas partes no lograrán descarrilar las opciones de un pacto final “si mantenemos la calma y la cabeza fría”.

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Sobre el papel, la comparecencia de May ha sido convocada con el objetivo de explicar la posición de su Gobierno ante la cumbre de líderes de la UE del próximo jueves, un gesto inusual cuando tal tipo de declaraciones suelen programarse a posteriori. Y, sobre todo, un día después del intento fallido de desencallar el obstáculo norirlandés para dar vía a un acuerdo definitivo sobre el tratado de salida del Reino Unido, escenificado por los negociadores de ambas partes en una cita sorpresa el domingo en Bruselas.

Frente a las optimistas expectativas que suscitó, aquel encuentro entre el ministro británico para el Brexit, Dominic Raab, y el negociador en jefe europeo, Michael Barnier, acabó dejando claro que todos los escenarios permanecen abiertos. La entente no fue posible porque May está políticamente más debilitada que nunca y no quiere aparecer como una líder que hace concesiones a Europa, aunque en realidad sí esté dispuesta. Ese es el mensaje que la primera ministra británica está transmitiendo a sus todavía socios europeos.

La llamada a la rebelión emitida aquel mismo día por David Davis (el muy influyente antecesor de Raab) en un artículo de prensa, una invitación en toda regla para derrocar a May, se ha traducido este lunes en un nuevo cónclave del sector eurófobo del Partido Conservador coincidiendo con la comparecencia de May en el Parlamento. El sector de diputados tories partidarios de un Brexit duro, entre los que figuran algunos miembros del propio Gabinete, amenazan a la primera ministra con una moción de confianza cuya tramitación casi tienen en su mano.

La jefa de las filas conservadoras en los Comunes, Andrea Leadsom, acaba de anunciar que está dispuesta a dimitir como protesta ante los planes de May de acometer un Brexit blando. Pero la cuestión crucial para la jefa de Gobierno reside en si el bloque euroescéptico de sus ministros, proclives a consumar el Brexit sin acuerdo previo con Bruselas, acabarían sumándose a la iniciativa.

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Lo que los acérrimos antieuropeos han leído en las palabras de May de este lunes es un intento de doblegarles. El llamado backstop (un plan b o literalmente traducido como “malla de protección”), al que sigue aferrándose la primera ministra, accede a una solución temporal sobre la cuestión de Irlanda del Norte que implicaría la permanencia de todo el Reino Unido en la unión aduanera europea incluso más allá del acuerdo transitorio de salida, fijado en el 31 de diciembre de 2020. En la visión de sus antagonistas, encabezados por su exministro y rival por el liderazgo, Boris Johnson, esa solución implicaría acatar las reglas de la UE sin tener derecho a voto, además de frustrar la capacidad del Reino Unido de firmar pactos comerciales con terceras partes.

En el marco negociador, el desencuentro con la UE reside en que Londres quiere poner una fecha concreta a ese estatus transitorio que coincidiría con la consecución de un acuerdo comercial definitivo entre ambas partes. Bruselas defiende en cambio mantenerlo hasta que algún tipo de solución (quizá tecnológica) permita eludir una frontera dura en Irlanda del Norte, cuyas consecuencias podrían malograr los acuerdos de paz en una provincia a la que, en otro caso, regresarían los puestos y garitas de control fronterizo de antaño.

Al lado de los negociadores europeos se ha alineado la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, reclamando una extensión del periodo de transición del Brexit para evitar “daños mayores” a la economía británica. En una línea más disímil de lo que parecería a primera vista, su rival política en la autonomía y estrella en ciernes del Partido Conservador, Ruth Davidson, ha advertido de que cualquier acuerdo deberá eludir un régimen especial para Irlanda del Norte. Davidson es partidaria de un Brexit lo más blando posible, pero no puede aceptar una excepción norirlandesa que tendría implicaciones entre quienes demandan un segundo referéndum sobre la independencia de Escocia.

Theresa May navega entre muchas aguas, y todavía está por ver si sobrevive a la travesía. Pero sus colegas de Bruselas habrán tomado nota de al menos un mensaje subliminal en la declaración de esta tarde en los Comunes: su plan de Chequers, o la versión blanda del Brexit, sigue impertérrito en su agenda. Lo que reclama su patrocinadora —aunque parezca tan casi imposible concedérselo— es más tiempo.

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