El último retorno de los desaparecidos en Corea
Los familiares de los miles de estadounidenses caídos en la guerra asisten con optimismo a la entrega de restos mortales por parte de Pyongyang
Cientos de familiares rememoran a sus seres queridos fallecidos. Hablan uno a uno y en medio de un silencio imponente. Relatan sus peripecias en las últimas décadas en busca de información. “Estoy muy orgulloso de él. Nunca será olvidado”, dice uno de los congregados. Hay aplausos y muestras de afecto en la sala. Es una poderosa terapia colectiva para superar el duelo. La palabra que más se les escucha decir es closure, que en español se traduce como cierre o deseo de pasar página. Todos en este hotel a las afueras de Washington buscan eso. Están aquí con la esperanza de saber más sobre el paradero de su padre, tío, hermano… muerto en la guerra de Corea hace más de medio siglo.
El pasado 9 y 10 de agosto se celebró en Arlington (Virginia) el congreso anual del Departamento de Defensa sobre los militares desaparecidos en la guerra de Corea (1950-1953), que enfrentó al Norte comunista apoyado por la Unión Soviética y China con el Sur aliado de Estados Unidos. El contexto ha cambiado enormemente en el último año. Las incipientes conversaciones diplomáticas entre EE UU y Corea del Norte han propiciado un cauto optimismo entre los familiares de los 7.691 soldados norteamericanos que lucharon en la península coreana y cuyos restos nunca han sido devueltos.
Pyongyang entregó a finales de julio a Washington 55 cajas con presuntos restos mortales de militares estadounidenses tal como acordaron en su reunión en junio en Singapur el presidente norteamericano, Donald Trump, y el dictador norcoreano, Kim Jong-un. Las tareas de identificación pueden demorarse años. Los familiares confían en que, si prospera el incipiente deshielo entre ambos países acerca del programa nuclear de Pyongyang, el régimen de Kim acelere la entrega de cuerpos. Desde 1982, se han identificado restos de 465 militares estadounidenses.
Esmeralda García, de 70 años, tenía cuatro cuando su tío Uvaldo Muñoz Munguia, sargento del Ejército de tierra, murió por fuego enemigo el 26 de noviembre de 1951 en los alrededores de Huhang-gol, en Corea del Norte, muy cerca de la frontera con el Sur. El cadáver se cree que está en un área repleta de minas y nunca se ha encontrado. “Mi abuela nunca fue la misma cuando supo que su hijo había muerto. Para lograr pasar página, necesitas [recibir] el cuerpo”, afirma.
Si algún día fuera hallado, su tío, que era uno de los siete hermanos de su madre, sería enterrado juntos a los padres de él en Raymondville, la pequeña localidad del sureste de Texas donde nació en 1927. Allí ya tiene una placa conmemorativa. Celebrarían un funeral y una gran reunión familiar. Cerrarían un pasado que les persigue y tendrían, si quisieran, un lugar en el que conectar con la pérdida.
La madre de García, de origen mexicano como ella, murió en 2011 y desde entonces ella y una prima suya se han encargado de las gestiones para encontrar los restos del sargento, que no tuvo esposa ni hijos. García ha viajado con su hija a Arlington y ya han acordado que, si es necesario, será la primogénita la que tomará el relevo en el futuro sobre las tareas burocráticas. Como todos los asistentes al congreso, la mujer lleva una tarjeta colgada en su solapa con su nombre y el del familiar desaparecido. También ha recibido una carpeta con información sobre cómo murió su tío y tiene prevista una reunión con el coordinador de su caso. Ha acudido al congreso con un mechón de pelo de su madre, hallado en un peine en casa de su hermana, porque, según el Pentágono, puede ser determinante para tener más pruebas de ADN familiar.
García ya acudió en 2013 y 2015 a encuentros de familiares de desaparecidos en Corea, donde le tomaron muestras de saliva. Su viaje ahora es fruto en parte de la presión de su hijo, que es un acérrimo seguidor de Trump y le insistió en comprobar si Uvaldo puede estar en alguna de las 55 cajas que viajaron de Corea del Norte a Hawái. Pero eso tardará al menos varios meses en dilucidarse. La mujer cuenta irónicamente que ella votó por Hillary Clinton en 2016 y quien sabe si al final deberá darle las gracias a Trump. “Estoy realmente muy emocionada”, afirma sobre los restos entregados por Pyongyang. “Y si mi tío no es uno de ellos, estaré muy contenta por los otros familiares”.
En uno de los pasillos del hotel, cuelga un gran cartel con fotografías de soldados desaparecidos en Corea. Jeffrey Fuller lo analiza atentamente. Sus expectativas son muy distintas de las de García. Cuenta que asiste al congreso porque el Departamento de Defensa le ha pagado el billete de avión y nunca había estado en Washington. Tiene curiosidad por saber más de su padre Vern, un marino que murió en Corea en 1950 cuando él tenía menos de un año, pero ese pasado es un capítulo más que cerrado en su vida. Se define como una “oveja negra” entre el mar de familiares emocionados.
“Sinceramente, no me afectó mucho [su muerte] porque era tan pequeño. Mi madre volvió a casarse cuando yo tenía cinco años. Todo lo que recuerdo es a mi padrastro como mi padre y todo esto es como una especie de descubrimiento para mí. Solo he visto algunas fotografías antiguas. Son todos los recuerdos que tengo. No es muy emotivo para mí”, relata Fuller.
Él vivía con su madre y dos hermanas mayores en una base naval en Japón cuando su padre falleció. La familia se trasladó a EE UU y empezó una nueva vida. Mientras vivió, su madre apenas habló de su padre y no tuvo interés en recuperar sus restos. Fuller ha entregado muestras de ADN a los investigadores del Pentágono, pero también minimiza la necesidad de recibir el cuerpo: “No lo sería. Sinceramente, la ceremonia sería bonita pero en mi caso no sería importante. No es alguien que yo conocía”.
“Tenemos la mejor oportunidad en mucho tiempo”
John Byrd, director de laboratorio de la división del Pentágono responsable de identificar a soldados desaparecidos en combate, se muestra optimista por el efecto del incipiente deshielo entre Washington y Pyongyang. "Tengo la esperanza de que vamos a recibir muchos más", dice el experto que integró la delegación estadounidense que recibió en julio en Corea del Norte las 55 cajas con presuntos restos mortales. "Creo que tenemos ahora la mejor oportunidad que hemos tenido en mucho tiempo".
Byrd, que ha viajado en numerosas ocasiones a Corea del Norte desde 1996, asegura que el proceso de identificación de los restos puede llevar desde pocos meses a varios años. Las muestras humanas se han enviado a un laboratorio para analizar su ADN, mientras también se inspeccionan posibles dientes y huesos dado que el Ejército tiene un historial de datos dentales y radiografías pectorales de soldados que pueden compararse ahora con los restos recibidos.
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