La autoridad no heredada del dueño de ‘The New York Times’
A. G. Sulzberger, de 38 años, pone voz a toda la profesión al advertir al presidente a la cara que sus insultos a los periodistas pone vidas en riesgo
La primera vez que firmó en su propio periódico ni siquiera iba debajo del titular. Es un artículo del 2 de marzo de 2009 sobre una nevada en Nueva York. Está escrito por un reportero veterano fundiendo información de una docena de reporteros de local que firman todos juntos a pie de página. El último de ellos llama la atención: A. G. Sulzberger. Se llama igual que el dueño de la publicación. Igual que los últimos cuatro dueños de The New York Times.
Arthur Gregg Sulzberger, A. G., cumple este domingo 38 años y desde el pasado diciembre, ocho años después de aquel debut, es el nuevo dueño (publisher) del periódico más conocido del mundo. Es la quinta generación de la familia que compró el Times en 1896 en ocupar el puesto de máxima responsabilidad, que en ese periódico se hereda de una manera aristocrática observada con atención en el mundillo mediático de Estados Unidos.
El ascenso de este Sulzberger ha sufrido un especial escrutinio por el momento tan extraordinario en el que asumió la dirección estratégica de una empresa que David Remnick, director de The New Yorker, llama “la institución cívica más importante en manos privadas”. A. G. ascendió a la jefatura del Times con la ambición de transformarlo para la competición en la era digital y asegurar su futuro. Pero lo hizo con un presidente en la Casa Blanca, Donald Trump, obsesionado con su imagen pública desde hace décadas y adicto a hablar con la prensa de cotilleos, que ahora considera a los periodistas nada menos que “enemigos del pueblo” e insulta a diario desde hace tres años a todos los periódicos que no reconocen lo estupendo que es. Es decir, a todos los periódicos.
En esta situación llegó el pasado 20 de julio. Sulzberger acudió junto con el jefe de Opinión del Times a una reunión solicitada por Trump en la Casa Blanca. En teoría era una conversación off the record (para no publicar bajo ninguna circunstancia) sobre el periodismo en EE UU. Pero gracias a la incontinencia tuitera de Trump ahora el mundo sabe qué piensa el jefe de The New York Times sobre la extraordinaria agresividad del presidente con la prensa. Trump tuiteó el 29 de julio que habían hablado de “la gran cantidad de noticias falsas” de los medios y que se habían transformado en “enemigos del pueblo”.
Had a very good and interesting meeting at the White House with A.G. Sulzberger, Publisher of the New York Times. Spent much time talking about the vast amounts of Fake News being put out by the media & how that Fake News has morphed into phrase, “Enemy of the People.” Sad!
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) July 29, 2018
Con la confidencialidad rota por el propio Trump, Sulzberger publicó en una nota su versión de la reunión. Le dijo al presidente que “su lenguaje no solo era divisor, sino peligroso”, que “la expresión noticias falsas es incierta y dañina” y que el “lenguaje incendiario está contribuyendo a un aumento en las amenazas a periodistas y llevará a la violencia”.
Sulzberger, un personaje muy reservado que solo ha concedido una entrevista en profundidad desde que asumió la jefatura del Times (a Remnick). Pero ese día dijo lo que piensa del presidente. Se lo dijo a él, a la cara, en la Casa Blanca. Con este episodio y desde una posición de autoridad privilegiada, A. G. se ha convertido esta semana en la voz de toda la prensa que sufre, no es exageración, un nivel de violencia verbal entre una parte de la derecha estadounidense inaudito y preocupante.
Hasta ese momento, solo había reflexionado en público sobre Trump en aquella entrevista, el pasado diciembre. “Trump está en primer plano para mucha gente. Pero Trump es en realidad parte de una historia más amplia y muy importante, que es el auge del populismo global”. Esa historia, decía Sulzberger, era una de las cuatro grandes historias de nuestro tiempo. Las otras tres, en opinión del dueño del Times, son: la transformación de la economía y de nuestra vida diaria por la tecnología; la amenaza a largo plazo del cambio climático; y la conversación sobre razas y géneros, amplificada desde el movimiento MeToo.
A. G. nació heredero en la aristocracia del periodismo. Se lleva escribiendo de él como posible editor del Times desde que era pequeño. En distintos perfiles publicados sobre él, para los que nunca ha hecho declaraciones, se le describe como un periodista vocacional, interesado en aprender el oficio desde abajo. Los colegas suelen decir que nunca ha puesto su apellido por delante y es modesto sobre sus capacidades como reportero, hasta el punto de que no se veía con nivel para el Times y hubo que convencerlo para que se incorporara a la redacción. Al mismo tiempo y sin ser incompatible, otras voces lo ven como un hombre muy reservado, del que es difícil saber lo que piensa, perfectamente consciente del destino investido en su apellido y con una ambición clara desde siempre de luchar por la sucesión en el Times y llegar a la cumbre.
Repasando su carrera, Sulzberger no parece un teórico del periodismo. Tampoco un empresario con ganas de dar lecciones de rentabilidad a la prensa. Sulzberger es periodista. Su legitimidad viene de una década estudiando la profesión por dentro. A. G. estudió Ciencia Política en la Universidad de Brown. Empezó con 24 años en el Journal de Providence y luego trabajó en el Oregonian. Después, en el Times, fue reportero de local, jefe de la sección de local y después corresponsal en Kansas. Ha lidiado con corrupción local, elecciones, desastres naturales y reportajes de la vida.
El mejor reportaje de la carrera de Sulzberger, al menos en cuanto a trascendencia, fue investigar su propio periódico. En 2014, su nombre se hizo conocido de verdad cuando se filtró un informe interno que le había encargado la dirección del Times sobre la transformación digital del periódico. Sulzberger montó un equipo que prácticamente hizo un trabajo de investigación cuyas conclusiones pusieron en un informe de un centenar de páginas donde desnudaba las carencias del periódico en el mundo digital con dolorosa crudeza.
En ese momento, A. G. no tenía precisamente mucha autoridad para dar lecciones sobre periodismo digital. Su presencia en redes sociales es nula. Había hecho toda su carrera dentro de los mismos mecanismos tradicionales de edición y redacción que estaba criticando. Según varias versiones publicadas en su momento, fue la calidad del informe y su humildad en la presentación de las conclusiones lo que le ganó el respeto de los casi 1.400 compañeros a los que estaba llamando obsoletos. Ese episodio cimentó sus opciones como heredero del diario, en un momento en que estaba en duda si sería él el quinto Sulzberger o alguno de sus primos.
Aquel fue el momento de mayor autoridad y exposición pública, no sin cierta dosis de trauma y angustia, de A. G. Sulzberger. Hasta esta semana. Cuando de nuevo una filtración le ha sacado a la palestra y ha permitido al mundo saber lo que piensa el líder estratégico de The New York Times sobre la nueva amenaza de la prensa, una con la que no contaba nadie: el presidente de Estados Unidos.
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