El acelerón militar de la nueva Europa
La UE ha comenzado a construir una defensa común, convencida de que no puede haber una política exterior sólida sin una fuerza detrás
El momento convulso que vive Europa deriva en múltiples contradicciones. Una afecta a su seguridad, a la protección de sus ciudadanos, víctimas del creciente peso de la ultraderecha. Como consecuencia, la UE incumple sus principios y valores, como el respeto a los derechos humanos de los migrantes. Al mismo tiempo, por el contrario, registra los mayores avances de su historia en un área sensible, la Europa de la Defensa, frenada y vetada durante décadas.
En un mundo más complejo en el que las alianzas son indispensables, Europa activa por vez primera a fondo su componente militar, clave para el papel de actor global de la primera potencia económica del planeta. El nacimiento del euro fue el mayor hito hacia la unión política de la UE y la Europa de la Defensa es hoy el segundo factor determinante. De hecho, ¿qué dos elementos incluyen mayores cesiones de soberanía que la gestión común de la moneda y las armas?
Por contraposición a las grandes potencias tras la Segunda Guerra Mundial (EE UU y la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), el proyecto europeo nació como fuerza civil, como poder suave sin medios coercitivos. Tardó cuatro décadas en lanzar la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) y una más, a comienzos de este siglo y gracias al empuje de Javier Solana, en plantear la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD). No hay política exterior creíble sin una fuerza detrás.
Para entonces, la inestabilidad al Este de la Unión, el terrorismo global y las crecientes amenazas en zonas de influencia (Oriente Próximo, ribera sur del Mediterráneo, África subsahariana...) habían convertido la seguridad europea en objetivo irrenunciable. El primer hito hacia una Unión de Seguridad y Defensa fue la inclusión de una cláusula de defensa mutua en la frustrada Constitución Europea en 2005 y luego en el Tratado de Lisboa en 2009. "Si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance", dice el artículo 42.7 del tratado.
El gran salto, no obstante, ha llegado en los últimos meses. "En dos años hemos avanzado lo mismo que en las cuatro décadas anteriores", le gusta repetir a Federica Mogherini, la responsable de Exteriores y Seguridad de la UE.
A Europa no le ha quedado otro remedio, obligada por acontecimientos internos y externos. Desde el Brexit, que ha unido como nunca al resto de la UE, al desprecio de Trump al proyecto europeo e incluso a la OTAN en menor medida, pasando por la anexión de Crimea, los ataques cibernéticos, la piratería en el Índico, las guerras de Siria y Libia, el descuelgue de Washington del acuerdo nuclear con Irán o las oleadas migratorias.
No hay que más mirar el mapa para llegar a la misma conclusión que un alto funcionario del área de la Defensa: "Europa no se puede permitir dejar de reaccionar ante esos hechos". "Desde el Atlántico hasta el Mar Negro y desde el Mediterráneo al Mar Báltico, la seguridad de Europa se ha convertido en una realidad única e indivisible. Hemos de hacer todo lo posible para garantizarla", ha escrito el excomisario Michel Barnier.
La sorpresa es que la lenta Europa está pasando de las palabras a los hechos en tiempo récord, como lo demuestra la creación en noviembre de la Cooperación Estructurada Permanente (PESCO). 25 países de la UE (todos menos Reino Unido, Malta y Dinamarca) se han sumado al plan para despliegues coordinados en misiones de pacificación e interposición, humanitarias o de desarme.
A la vez, y por iniciativa de Francia para tener disponible de forma más rápida una fuerza ágil y operativa, los nueve principales países europeos (en este caso incluido Reino Unido, pero no Italia) han pactado la creación de fuerzas conjuntas para intervenciones militares urgentes. Son dos pruebas de ese acelerón para que Europa actúe "de manera autónoma", como ha señalado Mogherini en la Estrategia Global de Política Exterior y Seguridad.
Otros dos ejemplos demuestran esa carrera hacia la "independencia" militar europea. El primero es la creación en Bruselas de un centro único de mando para misiones de entrenamiento como las existentes en Mali, Somalia o República Centroafricana, así como el diseño de un verdadero cuartel general operativo para misiones ejecutivas y no ejecutivas, siempre frenado por Londres, con mayor envergadura que los existentes ahora en Alemania, Francia, Italia, España (con traspasos del Reino Unido) y Grecia.
El segundo hubiera sido impensable hace poco. Por vez primera en la historia de la Unión, la Comisión propone incluir en las perspectivas financieras un Fondo Europeo de Defensa (hasta 13.000 millones) para desarrollar equipos militares. El objetivo es llegar al 1% de ese presupuesto para que los europeos, que gastan 190.000 millones anuales en defensa, disminuyan al máximo su dependencia de la tecnología estadounidense y refuercen la Agencia Europea de la Defensa.
El camino es ya imparable, como lo han demostrado el presidente Macron y la canciller Merkel al incluir estos objetivos en su plan para el futuro de Europa suscrito el mes pasado en Meseberg: crear un Consejo de Seguridad de la UE, desarrollar "una cultura estratégica común", fabricar blindados y cazabombarderos europeos y avanzar "en una defensa más integrada que englobe todos los aspectos civiles y militares de gestión de crisis y de reacción de la UE".
Nadie previó semejante salto. Hoy, unos 5.000 europeos actúan en una quincena de misiones en el exterior, seis de ellas militares. Mañana, Europa se plantea revisar si sus operaciones deben constreñirse, como hasta ahora, a las misiones Petersberg (pacificación, rescate, prevención de conflictos o piratería, desarme...) o ampliar horizontes más arriesgados. Lo analizará antes de fin de año.
El soft power está en revisión. Como lo está el nexo transatlántico —militar y comercial— por la desconfianza que Europa tiene ante Trump, quien ha comprobado esta misma semana que, en el viejo continente, Washington ya no es un socio fiel ni un incondicional aliado. Lo que no está en revisión es la defensa de los europeos.
Por todo ello, París y Bruselas insisten en potenciar "la Europa que protege". También militarmente. Es cierto que no hay agenda oculta para sustituir a la OTAN —con quien ahora hay "compatibilidad" y cooperación en 32 áreas, no ya subordinación— y que Europa no modificará su apuesta primordial por la cooperación y el multilateralismo antes que por la confrontación, pero ese poder blando está dejando de ser, además, ingenuo.
Lo explica muy claro el presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker: "Europa es esencialmente una potencia suave, pero ni las más sólidas de esas potencias pueden funcionar a largo plazo sin algunas capacidades de defensa integradas. Una Europa que protege a sus ciudadanos es una Europa que vela por su seguridad: interior y exterior". Acaba de arrancar otra Europa: la de la Defensa. Palabras mayores.
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