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Estar sin estar
Columna
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La mordida

Adiós a todas las mordidas, en abono de una insólita transformación que aún no nos indica cómo engrasarán la ominosa maquinaria monumental con la que venimos más o menos funcionando desde hace siglos

Aunque poco probable, deseo que estos párrafos sean el preámbulo para despedir de una vez por todas a la Corrupción con mayúscula, enquistada en el alma de México desde tiempo inmemorial: allá cuando Cacama escatimaba en año Siete-Conejo los tributos que exprimía de sus esclavos en la vendimia de Tlaxcalaltongo y allá, cuando el propio Capitán General champurreaba el Quinto Real que enviaba puntualmente al trono y cuando los sucesivos virreyes de la Nueva España robaban unos lingotes de plata a cambio de unas licencias chuecas y así, hasta el Sol del hoy en que una inmensa mayoría busca el camino menos estorboso para realizar la verificación de sus automóviles.

¡Salve la mordida que nos libró de ir a la Delegación en casi todas las borracheras de la adolescencia! ¡Salve el billetito que te libró del examen de Estadística y las incontables propinas que dispensaste en diversos semáforos, en la morena palma de la mano del policía con el que cumpliste el ritual de una suerte de debate sobre si era preventiva la luz amarilla o alto total la luz en rojo que te pasaste olímpicamente! ¿Será que pueda sobrevivir en números negros la empresa que ha logrado evadir impuestos gracias la mordida piramidal que diseñó un contador público de Pachuca, donde todos reciben sutiles sobornos para que siempre cuadre la cuenta T? ¿Será posible que todos los puestos de callejeros, en particular los santuarios del suadero, puedan subsistir en los anales de la economía informal sin el uso de los diablitos con los que se chingan la luz del poste más cercano?

Es de suponerse que en la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte se incluya finalmente una Apología de la Corrupción, como despedida tripartita a esa anquilosada costumbre de soltar dolaritos allende la frontera para que no se enfaden los gringos por algún mínimo detalle que se sale del control de calidad y de retro, la billetiza que han soltado ellos mismos como salvoconducto para maquiladoras que utilizan materiales tóxicos o vertederos de ácido.

Adiós al corrupto canadiense que ha exprimido hasta la última gota de cobre del subsuelo potosino y bye-bye al gringuito que lamentablemente ha tenido que soltar quiénsabecuántas mordidas en Tijuana para que no le quiten su peyote y adiós a la nefanda encrucijada que han sufrido miles de jóvenes mexicanos para librarse de los colmillos de patrullas abusivas, desde los lejanos tiempos en que era pecado social echarse un faje en el Ajusco o caminar por la madrugada con un par de Caguamas bien helodias para seguir la fiesta que causó un escándalo en la vecindad porque alguien no dejaba de poner a todo volumen esa dulce melodía que hipnotizaba con el No pares, sigue-sigue hasta que se logró acallar las quejas de los vecinos con una mordida metafórica de dos cubas de Bacardi. Adiós a los señorones del diez por ciento, a los miles de políticos corruptos que se enriquecieron durante décadas con el cochupo de agarrar tajadas aleatorias en negocios trascendentales y adiós a los ecuánimes que por debajo del agua cobraban favores en forma de inserciones pagadas o publicidad pública y adiós al papi que pregunta en murmullos de qué manera se pueden arreglar los pecadillos de su junior y adiós a la señora que se las ingeniaba para pagar un dinerito invisible para que el peluquero le hiciera la pedicura en casa ya deshoras y adiós a los contratos dudosos, las licitaciones ilícitas, las cuentas borrosas, las nóminas falsas, las contribuciones inexistentes, los abonos al vacío, la inversión inalcanzable, las camisetas clonadas, los cd’s piratas, los sabores artificiales, las pelucas de plástico, las monedas de cobre, la tribu de huachicoleros, los falsos dentistas, la dentadura postiza, el tinte rojo para pelos de líder campechana y nalgona, las ligas con las que se amarraban miles de billetes sucios para un lavado instantáneo, los videos de los hoteles de Viaducto, los perros callejeros, los estacionamientos sin recibo, taxistas piratas, coyotes de ministerio público… y adiós a todas las mordidas, en abono de una insólita transformación que aún no nos indica cómo engrasarán la ominosa maquinaria monumental con la que venimos más o menos funcionando desde hace siglos.

Jorge F. Hernández

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