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Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Por qué Petro no para de crecer? El momento populista en Colombia

El candidato ha construido su base de votantes con segmentos de población que están más fuera que dentro del sistema

Jorge Galindo

Tiene un 29% del total del voto en primera vuelta, según el promedio de encuestas. La semana pasada, incluso, rebasó el 30% en algunos sondeos, como el de la firma Invamer (poco sospechosa de parcialidad). Ninguna le da menos de un 25%. Es Gustavo Petro: un fenómeno político como pocos se recuerdan en Colombia. Un lugar acostumbrado a que la izquierda no logre ni tan siquiera arañar el poder.

“Voto de opinión”, dirán muchos en el país andino, con un ademán despectivo con el que se da a entender que Petro no tiene maquinaria o aparato (algo cuestionable, en cualquier caso), y que por tanto las encuestas están sobreestimando a Petro. Esto es posible. Para eso existen mediciones estructurales como la que realiza la encuestadora Cifras & Conceptos. Que, con todo y sus cuestionamientos, sirve como punto de referencia adicional. Lo interesante es que en la última actualización de este pronóstico Petro ya casi alcanza a Vargas Lleras en la lucha por el segundo puesto incluso teniendo en cuenta la maquinaria.

Los mismos que agitan la mano ante las cifras son los que esperaban que su candidatura se desinflara más temprano que tarde. No pocos de sus simpatizantes eran menos optimistas de lo que permiten los datos a día de hoy. Todos se preguntan por qué Petro se mantiene, y hasta cuándo aguantará.

Base ideológica no le falta. Por un lado, ser de izquierdas en Colombia va dejando de ser un tabú: según los datos del Americas Barometer, entre 2012 y 2016 el porcentaje de colombianos que se definían a sí mismo como de izquierda pasó de un 20% a un 30%. Por otro, no hay un candidato del sí al proceso de paz: esa mitad del país que lo apoyó en el plebiscito de 2016, y que corresponde a grandes rasgos con quienes votaron por Santos en 2014, no tiene una papeleta clara que insertar en la urna este 27 de mayo.

Petro está demasiado alejado del centro de gravedad ideológico de los votantes como para cerrar un apoyo del 50% en primera vuelta. Sin embargo, es en ese campo donde pesca sus apoyos. Unos que, como ha mostrado el politólogo Yann Basset, tienen una distribución geográfica bastante marcada. Por eso a nadie debe sorprenderle que Petro se mantenga particularmente fuerte según todas las encuestas allá donde el voto por el ‘sí’ (o por Santos en 2014) triunfó: Caribe, Pacífico, Bogotá.

Gustavo Petro ha sabido aprovechar esta ventana de oportunidad gracias a un discurso que trata de ser inclusivo, pero sólo en la medida en que se contrapone al establishment. Un discurso, en definitiva, populista.

“Populismo” es un concepto en constante disputa. Sobre todo en el campo teórico. Pero si hay algo que comparten las múltiples definiciones que del término existen es su apego a la dicotomía entre “pueblo” y “élite”. Para las perspectivas académicas que pintan esta oposición en colores rosados, herederas del teórico marxista italiano Antonio Gramsci, la aspiración del populismo es ampliar la democracia para incluir a grupos que hasta ahora se mantenían alejados del proceso de toma de decisiones. Para quienes lo ven más negro, los populistas pretenden construir mayorías que sean lo suficientemente amplias como para herir al pluralismo. Ambas visiones, la positiva y la negativa, coinciden en que esa dicotomía se construye a partir de nuevas coaliciones (basadas en demandas comunes para los primeros, carentes de base más allá del discurso para los segundos). No es casual, por tanto, que Petro haya construido parte de su base de votantes con grupos entre los que la abstención es tradicionalmente alta. Segmentos de población que están más fuera que dentro del sistema. Dos ejemplos: jóvenes y personas de estrato bajo.

Como estrategia, absorber voto de la abstención es tan interesante como arriesgado. Interesante porque la puerta giratoria que hay de votar a no hacerlo suele ser más porosa que la del cambio de partido. Pero arriesgada porque, bueno, si alguien no suele votar es por algo. Son muchos los factores que influyen en la probabilidad de participación electoral de una persona determinada. Algunos son particularmente difíciles de superar: falta de tiempo, de capacidad para llegar al lugar de votación, desconfianza generalizada en el proceso, por sólo mencionar algunos. Luchar contra ellos es un trabajo arduo para una campaña. Es verdad que las encuestas se hacen sobre la base de votantes probables: en ellas se incluye preguntas filtro para descartar de la muestra precisamente a aquellas personas que no acabarán votando. Pero la barrera para decir “sí acudiré a las urnas” ante una pregunta de alguien que va a tu casa cuando estás entusiasmado con tu candidato, o interesado cuanto menos, es más baja que la de, finalmente, hacerlo llegado el día.

Sin embargo, la unión de ideólogos de izquierda, amantes del proceso de paz, votantes anti-uribistas que no sean también anti-petristas y segmentos normalmente abstencionistas podría perfectamente ser suficiente para lograr un pase a la segunda vuelta. También podría no serlo: Petro está moviéndose en una línea más delgada de lo que parece.

A partir de aquí, tiene dos opciones. Una es continuar paseando por ella, asumiendo que Colombia vive un “momento populista”, por emplear las palabras de la filósofa Chantal Mouffe, una de las ideólogas positivas del populismo: construyendo desde la izquierda, pero desdibujando fronteras ideológicas y sociales para construir una mayoría que pueda llevarle cerca de la mitad de los votos. La otra es asumir que los ejes clásicos siguen definiendo las preferencias políticas en el país. Que Petro no llega a cambiar el tablero de juego, sino que tiene que encajarse en una estructura existente. De ser así, en algún momento debería buscar un espacio más centrado. Algo que ya ha probado en algunas ocasiones: con su crítica al régimen venezolano, o asumiendo la mano dura contra el ELN en caso fuese necesario. Pero cualquier giro excesivamente brusco sería peligroso, por poco creíble ante los votantes moderados, y decepcionante para sus bases. No: Petro ya le ha apostado al momento populista. Que siga creciendo o encuentre su techo dependerá de que su apuesta sea o no certera.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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