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La vida en Taesongdong, la aldea en la línea de frente entre las Coreas

Cerca de 200 surcoreanos habitan y cultivan la tierra, rodeados de minas y alambradas, en la zona desmilitarizada

La entrada de Taesongdong, única población surcoreana en la zona desmilitarizada, este martes.Vídeo: CHUNG SUNG-JUN (GETTY IMAGES) / REUTERS-QUALITY
Macarena Vidal Liy

Llegar a Taesongdong no es fácil. Hay que superar un fortificado puesto de control militar, dejar atrás campos minados, rodear alambradas de espino y atravesar un muro antitanques dotado de torretas de vigilancia cada cien metros. Es necesaria una escolta especial. Las fotografías en muchos puntos están prohibidas. Bienvenidos a la Aldea de la Libertad, la única población civil surcoreana en la Zona Desmilitarizada, la franja de cuatro kilómetros de ancho que separa a las dos Coreas.

En una escuela juegan los niños. En los campos de arroz, los campesinos cuidan que las plantas crezcan adecuadamente. Una iglesia se levanta sobre una colina. En los jardines de las cuidadas casas se alinean los barriles para fermentar col y hacer kimchi, el plato típico coreano, como en cualquier otra aldea de la península. Pero Taesongdong no es como los demás pueblos. A 400 metros de la línea de demarcación militar —la que marca la frontera— se encontraría en la primera línea del frente si estallaran de nuevo las hostilidades entre los dos países.

Una enorme bandera surcoreana, a una altura de 100 metros, preside esta aldea de 207 habitantes y 49 familias. El centro cívico acoge el cine del pueblo y un refugio antiaéreo. Por sus calles montan guardia soldados del Mando de la ONU. Unos soldados que escoltan a los campesinos cuando salen a trabajar, para evitar que puedan ser secuestrados, como ocurrió en el pasado. Los 35 niños en la escuela reciben clases en inglés de los soldados aliados en uniforme, y al menos dos veces al año practican cómo llegar al refugio en caso de ataque.

En ninguna otra población de Corea del Sur se palpa aún el estado de guerra —detenido por un armisticio desde 1953, pero vivo— como aquí. Y en ninguna otra población se desea más que el actual proceso de deshielo y de negociaciones entre Pyongyang y Seúl, y entre Corea del Norte y Estados Unidos, llegue a buen puerto. Aquí es, literalmente, cuestión de vida o muerte. Los habitantes de Taesongdong seguirán con enorme atención la cumbre del próximo viernes entre los líderes de las dos Coreas, Kim Jong-un y Moon Jae-in, en Panmunjom, a un tiro de piedra de la aldea y también dentro de la DMZ.

“Hemos estado preocupados y nerviosos porque vivimos cerca de Corea del Norte, pero la atmósfera del pueblo se ha calmado antes de la cumbre, en la que puede que haya conversaciones para cambiar el armisticio” por un pacto más formal, explica el alcalde, Kim Dong-gu. “Esperemos que esta tranquilidad que ha traído el deshielo pueda continuar y hacerse permanente”.

Un deshielo que aquí ha llegado en forma de silencio. Hasta esta semana, ambos lados de la frontera emitían continuamente propaganda al otro lado a través de sus respectivos sistemas de altavoces. Desde este lunes, la música machacona ha cesado. “Antes era lo suficientemente ruidosa como para molestar, pero desde la tarde del lunes se ha callado”, confirma el alcalde. Un gesto de cara a la cumbre del viernes.

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La villa norcoreana de Gijungdong vista desde Taesungdong
La villa norcoreana de Gijungdong vista desde TaesungdongLee Jin-man (AP)

Si la batalla de la propaganda auditiva ha cesado, al menos por el momento, continúa la visual. En el otro lado de la frontera, a solo 1,8 kilómetros de distancia, la aldea de Gijeongdong está deshabitada, según los soldados del Mando Conjunto, que la han apodado como “la aldea de la Propaganda”. Allí ondea la bandera norcoreana, a una altura de 160 metros para hacer pequeña la de Taesongdong.

Vivir en la primera línea tiene sus compensaciones. Sus residentes están exentos de impuestos y de hacer el servicio militar obligatorio de 21 meses. Reciben vivienda gratuita y tierra en usufructo para cultivar gengibre o un arroz que luego se comercializará en el mercado de la vecina ciudad de Paju con una denominación de origen muy especial, “arroz de la DMZ”. La escuela del pueblo es gratuita y, cuando los niños se gradúan, pueden elegir en qué centro de enseñanza media matricularse, un raro privilegio.

Pero el día a día es complicado. Si se produce una alerta de seguridad, deben encerrarse en sus casas o el refugio, como ocurrió el pasado noviembre cuando un soldado norcoreano desertó de manera espectacular cruzando la línea de demarcación en Panmunjom. Si la alerta es más seria, son evacuados. Para recibir visitas, deben notificarlo con antelación al mando de la ONU, bajo jurisdicción se encuentran. La actividad comercial está prohibida en el pueblo: para hacer la compra hay que desplazarse a otras localidades. Y pocas juergas nocturnas: desde la medianoche hasta las ocho de la mañana se impone el toque de queda.

No todo el mundo puede vivir en esta aldea creada con el armisticio. Solo los descendientes de los habitantes originales, o las mujeres que se casen algún varón del pueblo. Si las mujeres locales quieren casarse con alguien de fuera, deben marcharse: las autoridades no quieren que algún joven pueda aprovechar el matrimonio para escapar de la mili.

La población ha ido, por lo tanto, descendiendo. Solo ocho de los alumnos de la escuela residen en el pueblo; para mantener el centro abierto, se ha permitido que puedan matricularse niños de otras localidades, atraídos por su gratuidad, un número de profesores casi igual al de estudiantes y su enseñanza de un inglés impecable.

Estos días, Corea del Sur vibra ante la perspectiva de la cumbre. Por primera vez en mucho tiempo, buena parte de la población cree que esta vez puede ser diferente y Moon y Kim pueden llegar a algún tipo de acuerdo que selle una paz definitiva entre los dos países. Según las encuestas, un 75% de la población apoya esa posibilidad. En Taesongdong, hasta los niños saben que el viernes tendrá lugar esta cumbre, afirma el director de la escuela, Jin Yong-jin. “Lo saben, y están contentos de que haya movimiento hacia la paz”, asegura.

Sobre la firma

Macarena Vidal Liy
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Previamente, trabajó en la corresponsalía del periódico en Asia, en la delegación de EFE en Pekín, cubriendo la Casa Blanca y en el Reino Unido. Siguió como enviada especial conflictos en Bosnia-Herzegovina y Oriente Medio. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid.

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