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Tribuna
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No me tutees (Universidad del Norte, Barranquilla)

El liberal Iván Duque promete retrocesos que hasta hace poco habría criticado

Ricardo Silva Romero

Si uno no es colombiano, que algo es algo aquí en la Tierra, lo más probable es que –libre de traumas e intereses– salga del segundo debate presidencial pensando que no es común que haya cinco candidatos tan hábiles como estos: De la Calle, Duque, Fajardo, Petro y Vargas. Son las 12:10 p.m. del jueves 5 de abril en la Universidad del Norte de Barranquilla. Se ha notado ya, luego de dos horas de respuestas, que los colombianos tenemos siempre el alma en vilo, pero que ninguno de los cinco aspirantes tiene cara de demente agazapado –pobre mundo este– que llegará al poder a prenderle fuego a otra sociedad en suspenso. Y entonces, cuando se les da a los presidenciables la oportunidad de hacerse preguntas entre ellos, De la Calle tutea a Duque y Duque se enardece como si se sintiera irrespetado.

Si uno no es colombiano, no entiende qué diablos pasa: por qué un tuteo es tan grave. El exvicepresidente liberal Humberto De la Calle, de 71, le dice al senador uribista Iván Duque, de 41, “mi estimado Iván, yo quiero hacerte una pregunta sin ánimo polémico: ¿por qué no me defines cuál es la idea que tú tienes de los derechos de las personas?, ¿tú realmente quieres acabar con la Corte…?”. Y suena como un viejo sabio de Manzanares, Caldas, preocupado por un eventual regreso al poder de las ideas retardatarias, pero se ve que a Duque, que debe estar harto de que lo pinten como un muchacho inexperto –el títere de la derecha que lidera el expresidente Uribe–, le suena a falta de respeto: “gracias por la tuteada –responde en bogotano exacerbado e irónico–, y lo que te quiero decir es lo siguiente: yo respeto la Constitución, y la Constitución que ayudaste a construir tiene un artículo, que es el artículo 42, que tiene tu definición de familia de cuando fuiste ministro de Gobierno de tu constituyente de tu gobierno...”.

Se pone peor. Duque argumenta con claridad y matiza su idea de reducir las cinco cortes colombianas a una sola, pero luego, soberbio, poseído por otro Duque, acusa a De la Calle, el exnegociador de paz que sirvió al milagro de desmontar las FARC, de haber incumplido la promesa –incumplida, en verdad, por el Congreso– de que los líderes de la guerrilla no serían congresistas sin haberle dado al país “justicia, verdad y reparación”: Duque va de “Humberto, a veces tienes mala memoria” a “no nos vuelvas a engañar, querido Humberto”, y las críticas ya no le suenan legítimas sino simplemente infames, y el tuteo mordaz ya no le suena a nobleza herida sino a esa vieja manía tan colombiana –tan de sociedad articulada por el clasismo– de concederse su propia importancia: le suena a “ no sabes quién soy yo…”.

Es claro que, ahora que encarna a la derecha, el liberal Duque promete retrocesos que hasta hace poco habría criticado: si llega a ser presidente –ha dicho– modificará los acuerdos de paz con las FARC, romperá las negociaciones con el ELN y echará para atrás el matrimonio LGTBI, por ejemplo. Pero ojalá su falso tuteo del debate no sea una advertencia, sino otro lapsus de un hombre bueno cansado de la ferocidad de la campaña: si uno es colombiano, que esto de nacer es una rifa, seguro recuerda con horror cómo fue contaminándose y trastornándose y envileciéndose hace cuatro años el candidato con fama de buen tipo que en ese entonces encarnaba la derecha uribista: una mañana, después de un debate intranquilo en el que por fin produjo miedo, amaneció sin voz y sin reversa.

Ojalá que Duque conserve sus riendas porque aún faltan siete semanas para las elecciones. Y aquí la gente se va chiflando a fuerza de ser menospreciada, extraña los días en los que los domados trataban de “usted” y es capaz de convertir cualquier “tú” en cuestión de honor.

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