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Sierra Leona vota entre una niebla de tensión

Con la segunda vuelta aplazada cinco días, el país africano entra en la nerviosa cuenta atrás del recuento electoral

Elecciones presidenciales en Sierra Leona el 31 de marzo de 2018.
Elecciones presidenciales en Sierra Leona el 31 de marzo de 2018.Gemma Parellada

Los rizos de carreteras y pistas que, como toboganes, descienden entre las colinas de Freetown para ir a caer al mar, han quedado desiertos. Las autoridades prohíben toda circulación el día de elecciones y, mientras la gente llega a los colegios a cuentagotas, sólo algunos kekes (los triciclos cubiertos asiáticos) son los únicos con derecho a transportar a ciudadanos el día que se elige presidente. Rociada de una calma escoltada por militares, la capital de Sierra Leona mira de reojo la tensión con la que se ha llegado a la segunda vuelta. 

Fatumata y los más de tres millones de sierraleoneses registrados eligen entre rojo o verde. La continuidad o el cambio. Y lo hacen bajo la intimidante presencia de los soldados armados que vigilan cada una de las estaciones de voto. El rojo es Samura Kamara, el hombre que el presidente saliente, Ernest Bai Koroma, nombró a dedo y que intenta asegurar que su partido, el Congreso de Todos los Pueblos, no pierda el poder. Pero en la primera vuelta consiguió 15.000 votos menos que su rival, el opositor Julius Maada Bio, una desventaja que, aunque leve, advierte que medio país ansía un cambio. “Tolongbo”, susurra Fatumata protegiéndose del sol bajo uno de los árboles majestuosos de una de las comunidades a pie de monte, con el dedo impregnado de tinta indicando que ya ha votado. “Tolongbo”, repite, “necesitamos que sigan los mismos, que sigan construyendo carreteras”, musita, repitiendo una y otra vez el eslogan de campaña de Kamara. Tolongbo significa “una sola dirección” en Temne, el idioma y grupo dominante del norte del país, el feudo del partido en el Gobierno.

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En tierra Mende, en cambio, en el sureste del país, el favorito es Maada Bio, un exmilitar retirado que, aunque participó en dos golpes de Estado, se ha sabido ganar la confianza de millones de sierraleoneses. “Porque pidió perdón; y porque supo entregar el poder a los civiles”, le defiende Sheku, recordando el episodio de 1996, cuando Bio capturó el poder a golpe de armas y lideró la Junta Militar durante dos meses y medio antes de cederla a un Gobierno civil. Era en plena guerra civil, el brutal conflicto de 11 años (1991-2002) que azotó a la pequeña nación del oeste de África, causando 120.000 muertos y marcando la infancia de muchos niños-soldado. 

Con poco más de siete millones de personas, este país de montes selváticos a orillas del Atlántico, sigue estando, 16 años después de la guerra, a la cola del desarrollo mundial. Según el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas es el noveno país más pobre del planeta y su riqueza mineral, de la que depende, no llega a dar beneficios a la población. La principal divisa extranjera viene de las minas, sobre todo de los diamantes, pero en un país con dos tercios de desempleados, la mayoría vive de una frágil agricultura de subsistencia y de la minería ilegal. Aunque el intercambio de diamantes por armas que dio nombre a los famosos “diamantes de sangre” se terminó poco después de la guerra (Naciones Unidas levantó la prohibición para su exportación en 2003), el contrabando sigue siendo cotidiano y la búsqueda de estas piedras preciosas, se ejecuta artesanalmente por mineros en duras condiciones. Es justamente la zona de Kono la que puede decantar la balanza del nuevo presidente. En la frontera entre los verdes y los rojos, sus votos pueden ser decisivos para el futuro.

Tras una década en el poder, Koroma ha mejorado algunas infraestructuras, pero los elevados niveles de corrupción son la crítica más repetida entre los detractores, así como la de repartir el desarrollo de forma partidista. En su feudo de Makeni es el único lugar en toda Sierra Leona donde existe el suministro de electricidad las 24 horas del día, algo que no sucede ni en la capital. 

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Con una transición lenta y una paz ahogada por las esperanzas rotas de mejora, Sierra Leona ha llegado a trompicones hasta las delicadas elecciones, con las catástrofes dejando al descubierto las vergüenzas. La epidemia del ébola sableó al país con 4.000 muertos pero, además de matar a ciudadanos y a 250 trabajadores de la salud, golpeando al sistema sanitario y dejándolo a menos que mínimos, se añadió el escándalo de corrupción. Un tercio de las donaciones al Gobierno durante los primeros seis meses de la crisis, desaparecieron. De la misma forma, otra catástrofe natural “evitable” mostraba, el año pasado, las duras consecuencias de las negligencias de alto nivel. Unas mil personas quedaron colgadas bajo el barro en agosto del año pasado en las afueras de Freetown, al desprenderse un trozo de la colina a causa de las lluvias torrenciales. Fue en una zona donde no se podía construir.

Con la segunda vuelta aplazada cinco días debido a un contencioso legal (alentado por el partido al Gobierno avistando una derrota), una tensión abierta entre la Policía y la Comisión Nacional Electoral y algunos episodios de violencia, Sierra Leona entra en la nerviosa cuenta atrás del recuento. Como Suley, que desea en voz alta “que no pase nada”, muchos sierraleoneses abrazan la prudencia hasta que salgan los resultados: no salir mucho de casa y esperar a las reacciones de los perdedores.

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