De verdad se acaba (Barrancabermeja, Santander)
Será un alivio para la Tierra el día en que se acabe esta especie
Será un alivio para la Tierra el día en que se acabe esta especie. No me imagino el mapa de Colombia triste, sino exhausto, el día en que no quede un solo colombiano vivo porque aquello del cambio climático era cierto. Digo esto, como atravesando la cortina de humo de las campañas presidenciales, porque acabo de ver las imágenes de una tragedia ambiental que empezó el 2 de marzo pero que ni siquiera ha llegado a su final: un derrame brutal de petróleo en el corregimiento de La Fortuna, en la ciudad de Barrancabermeja, se fue esparciendo por el caño Lizama y el río Sogamoso a pesar de los esfuerzos de los técnicos de Ecopetrol –la petrolera del Estado–, y han estado muriéndose los animales y las vegetaciones de las orillas, y han estado enfermándose los pescadores que se han quedado sin trabajo y los niños que no han podido volver al colegio.
Barrancabermeja, en la orilla del río Magdalena, está cumpliendo un poco más de un siglo de entregársele a los milagros y a las violencias de la explotación petrolera: hoy, con la refinería más grande y más importante de Colombia, es común que salgan más de 250 mil barriles al día desde aquella ciudad hirviendo –que alcanza los 34º grados centígrados día por día–, pero también es usual que no se recuerden las luchas sindicales que se han dado allí desde el principio, el reino que tantas veces quiso imponer el ELN de los setenta a los ochenta, el feudo sangriento que los grupos paramilitares establecieron luego de cometer 23 masacres en los noventa, el lugar en paz, lleno de valientes a pesar de todo, que ha tenido ahora que resistírseles a los embates de las bandas criminales.
Según las cifras del Instituto Humboldt, que más serio no se puede, Colombia es el segundo mapa de la Tierra en términos de biodiversidad: es el primer país en aves y orquídeas, el segundo país en plantas y anfibios y peces y el tercer país en palmas y reptiles. Ocupa el puesto 42 en el mundo de acuerdo con el ranquin de políticas ambientales que publica la Universidad de Yale todos los años. Y el acuerdo de paz con las FARC ha reducido enormemente los devastadores atentados contra la infraestructura petrolera, ha servido para dejar atrás la catastrófica fumigación con glifosato, ha frenado un poco las obras de la guerra que amenazan la Amazonía, ha dejado al Estado sin excusas para, por ejemplo, llegar a los lugares en donde se da la minería ilegal, y ha empezado a complicarles la vida a las mafias “deforestadoras”.
No sobraría, pues, que el próximo presidente de Colombia creyera en los acuerdos de paz con los ejércitos ilegales que han llenado al país de puntos ciegos. Y el candidato que puntea las encuestas, el senador Duque, suele decir que el país debe “producir conservando y conservar produciendo” –y no elude el tema ambiental–, pero es la cara amable de un partido de derecha y de ultraderecha, el eufemístico Centro Democrático, al que no sólo no le gusta nada el acuerdo que acabó con las FARC, sino que no le entusiasman mucho las causas ambientales: poco ha ayudado a la urgente prohibición del asbesto, poco se ha pronunciado sobre esta economía centrada en la explotación petrolera que de tanto en tanto deja imágenes de pesadilla como las de Barrancabermeja: una cigüeña empedrada, un leopardo desfigurado.
Cómo puede alguien votar por un partido que deje la naturaleza para después. Cómo es posible que una tragedia como esta dure 25 días. Será porque la resignación ha sido nuestra solución al desastre. Será porque estos escándalos suceden al final del noticiero. Será porque Colombia ha sido liderada por gente que la está explotando. Y los colombianos siguen siendo parte de esta especie empeñada en sorprenderse con su fin.
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