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Smockey | Rapero burkinés y líder del movimiento que derrocó al dictador Compaoré

“África tiene que prepararse para no ser el tonto útil”

El rapero burkinés que lideró la insurrección que derrocó al dictador Blaise Compaoré en 2014 apunta que África es el próximo gran mercado mundial

José Naranjo
El cantante Serge Bambara, conocido como Smockey, en un concierto en Ouagadougou, en febrero de 2017.
El cantante Serge Bambara, conocido como Smockey, en un concierto en Ouagadougou, en febrero de 2017. ISSOUF SANOGO (AFP/Getty)

Con pantalones raídos, una chaqueta de camuflaje y su eterna gorra marrón con estrella roja con la que corona su imponente estatura, el cantante burkinés Smockey se sienta en una discreta terraza de la tradicional Santa Cruz de Tenerife. La noche anterior consiguió levantar al público de sus asientos del Auditorio de Cajacanarias, con su música y sus letras directas como derechazos a la barbilla. El rapero de 46 años que alentó la insurrección que tumbó al dictador Blaise Compaoré en 2014, la versión más exitosa de unas revueltas que se extendieron por una treintena de países africanos tras la primavera árabe, asegura que la tarea no está ni mucho menos terminada.

“La caída del antiguo régimen no era un fin en sí mismo, sino una etapa obligatoria en el camino. Llega el momento de impulsar un movimiento político que promueva un cambio real en Burkina Faso”, asegura. Serge Bambara (su verdadero nombre) y sus compañeros de Balai Citoyen (Escoba Ciudadana) se han dado cuenta de lo que llaman “los límites del control ciudadano”, por lo que han decidido dar un paso más y llevar sus propuestas a la arena política. “Queríamos elaborar un programa de reformas y elevarlo al Gobierno, pero incluso con la mejor receta del mundo, si el cocinero es malo solo hará lo que pueda”, explica. Así que toca asaltar la cocina pasando por las urnas en las presidenciales de 2020.

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Hijo de padre burkinés y madre francesa, en sus veinte años de carrera musical ha sabido conectar con las inquietudes de la juventud de su país, uno de los más pobres del mundo. Apadrinado por el rapero senegalés Didier Awadi y tras ganar numerosos premios, sus canciones de denuncia fueron el vehículo sonoro del hartazgo de decenas de miles de personas que en octubre de 2014 salieron a las calles y lograron expulsar del país a un presidente que pretendía cambiar la Constitución para seguir en el cargo. Smockey estaba ahí, al frente de las protestas, con una escoba en la mano gritando: “¡Vamos a barrerlos a todos!”. Durante el golpe de estado que intentó frenar los cambios, su estudio de grabación fue quemado por los militares. “No reivindicamos la insurrección, pero fuimos un actor clave”, opina.

Y es que en 2013 había fundado junto al también cantante y locutor radiofónico Sams’K Le Jah el movimiento Balai Citoyen, integrado por cientos de activistas (conocidos como cibals y cibelles) que se fue extendiendo como una red neuronal por ciudades, pueblos y barrios, dedicados de lleno a la sensibilización y la toma de conciencia. “Es difícil saber cuántos simpatizantes tenemos en la actualidad, miles, incluso en ciudades europeas como París o Madrid”, asegura. No es extraño verlos llevando a cabo una limpieza de calles o promoviendo una donación de sangre, pero su fuerte es la agitación, los debates de contenido político.

El presidente salido de las elecciones de 2015 ha emprendido tímidas reformas que no han dado respuesta a las enormes expectativas generadas por la insurrección. “Le dejamos respirar durante unos meses pero pronto nos dimos cuenta de que no iban a ninguna parte, así que empezamos a golpear sobre la mesa de nuevo”, asegura. Detrás de cada palabra, de cada reflexión y cada lema, entre sorbo y sorbo de café, Smockey rescata la figura de Thomas Sankara, el presidente revolucionario que cambió para siempre a Burkina Faso los cuatro años que estuvo en el poder y que hoy inspira a decenas de miles de jóvenes africanos.

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“Nuestros objetivos son sankaristas, pero sus ideas y las de otros burkineses que tuvieron una visión clara como Norbert Zongo o Ki Zerbo las traemos al mundo en que vivimos. A sus aspiraciones de integridad, de emancipación y patriotismo que se resumía en consumimos lo que producimos, producimos lo que consumimos queremos añadir un proyecto concreto de desarrollo. No se trata de comunismo, eso no quiere decir nada hoy en día, comunismo, marxismo, troskismo, socialismo, todo eso es vocabulario, capillitas. Lo importante es que los agricultores de Burkina Faso, el 80% de la población, pasen de una agricultura elemental a otra que le permita realmente vivir, que alcancemos la autosuficiencia alimentaria y controlemos la producción y la transformación”, añade.

El descrédito de unos dirigentes eternamente enredados en casos de corrupción y con demasiada tendencia a eternizarse en el poder se extiende entre una nueva generación de artistas y jóvenes africanos que, sin embargo, no reniegan de hacer política. “Que las cosas cambien es una cuestión de sentido común”, dice Smockey con una sonrisa enigmática, “el problema es que los políticos que tenemos son cualquier cosa menos gente con sentido común, son puro marketing. Por ejemplo, tenemos un montón de sol todo el año y seguimos invirtiendo en carísimas infraestructuras energéticas de gasoil. Houphouët-Boigny, en Costa de Marfil, construyó una gigantesca basílica en medio de la nada y Compaoré dos intercambiadores de tráfico donde no hay ni siquiera buenas carreteras. Es el triunfo de la idiotez, la política tendría que ser otra cosa”.

Hace dos semanas, un nuevo atentado con firma yihadista golpeó a la capital de Burkina Faso, una inestabilidad creciente que tampoco contribuye al desarrollo. “Esta nueva guerra beneficia a mucha gente salvo a las víctimas. La excusa del refuerzo de la seguridad es un medio para controlar a los pueblos, para reprimir, limitar las libertades individuales, para permitir a gobiernos mediocres continuar en el poder. Pero también permite la circulación de armas, que proliferen los tráficos ilegales como el de drogas, que se exploten los minerales en las regiones ricas del continente africano. Sabemos que EE UU fue quien creó a Bin Laden y que Francia contribuye de alguna manera a este terrorismo en el Sahel”.

Entiende que, como ha ocurrido al menos en los últimos cinco siglos, las grandes potencias no son ajenas a lo que pasa en África. “Ellas siguen sus intereses, hoy miran a África porque es el próximo gran mercado mundial, todo el mundo cae sobre el continente, los europeos, los chinos, los americanos, los marroquíes. No podemos impedir esa invasión que responde a cálculos mercantiles, de beneficios, pero lo que sí que podemos hacer es prepararnos para no ser el tonto útil. Tenemos que elegir con quién trabajar y en qué condiciones, de manera que, por una vez, seamos los que más ganemos en este juego”, apunta.

Llueve en Santa Cruz. En unas horas, Smockey y sus amigos de The Agama Band ponen rumbo a Barcelona y Madrid donde les esperan nuevas charlas y conciertos. Justo antes de levantarse, lanza un último mensaje. “No puedo pedir nada a los europeos porque de todas maneras ellos no escuchan. Somos nosotros quienes tenemos que levantarnos y hacernos fuertes. Basta de pedir y empecemos a trabajar por nosotros mismos. La única ayuda que nos vendría bien es la que nos ayude a superar la ayuda y esa nunca la tendremos, porque todas están condicionadas al control, la posibilidad de explotar los recursos de los estados e imponer un sistema, una lengua, acuerdos comerciales. El neocolonialismo está siempre detrás”, concluye.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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