La abuela que quiere escalar el Aconcagua
A los 83 años, la maratonista Elisa Forti prepara su ascenso al pico más alto de América
Emigrar de tu país escapando de dos guerras y encontrar la tercera, tan absurda como las anteriores, en el nuevo hogar. Las marcas de la vida se amontonan en los brazos de Elisa Forti (83), madre de cinco, abuela de 11 y bisabuela de tres pero, sobre todo, atleta. El 15 de febrero buscará escalar el cerro Aconcagua, que con 6.962 metros es la cima más elevada de América. Se vale de su pasión por la naturaleza, un disciplinado entrenamiento pero, sobre todo, su experiencia como maratonista. Porque las joyas que se cuelga esta abuela no son collares, sino medallas.
La mujer nació en un pueblo cerca de Como, Italia, y luego se mudó a las afueras de Milán. Su padre, trabajador de una empresa textil que para Elisa también significó su vivienda y el lugar donde conoció a su marido, decidió no ver una nueva guerra mundial y marchó junto a su familia hacia Argentina. Pero las cosas no saldrían del todo bien: uno de los hijos de Elisa peleó en la guerra de Malvinas y fue prisionero de las tropas británicas. “Fue la simple decisión de un borracho”, resume la mujer, en alusión a Leopoldo Fortunato Galtieri, el presidente de facto que ordenó la ocupación argentina en Malvinas.
“En 1948 emigré a Buenos Aires, hace mucho, pero el acento no lo voy a perder nunca, y el italiano io lo parlo perfettamente, lo parlo, lo leggo, lo scrivo”, cuenta sentada en un sillón de su casa de Vicente López, en el extrarradio de Buenos Aires. Su pasión con el deporte la siente de chica, y así lo muestran las fotos que hay en el lugar, escalando montañas o corriendo junto a su hermano, en Italia. Ya en Argentina, aprendió a nadar en la pileta del Club River Plate, jugó al tenis en el Club Teléfonos y hoy corre en el Vial Costero que surca el Río de la Plata.
Sin embargo, su espíritu italiano del norte, donde “los caracteres son duros y trabajadores” le sigue exigiendo; y enumera todo aquello que no pudo hacer, como el ski y el buceo, este último porque “cuando abría los ojos abajo y me veía sola rodeada de agua, enseguida subía a la superficie. Pero igual probé”. De tanto intentar, ya completó cuatro cruces de los Andes, en 2013, 2015, 2016 y 2017. La prueba conocida como El cruce es una de las epopeyas del running en Argentina y se completa en tres días, donde se soportan subidas, bajadas y hasta instancias en las que hay que trepar, con etapas que van de los 25 a los 40 kilómetros cada una. “Con 73 años corrí 25 kilómetros en Tandil. A partir de ese momento nunca más dejé de correr, y muchas veces con mis nietos”, se enorgullece.
“Trepar, caminar y cruzar ríos es algo exigente, pero es muy hermoso hacerlo porque me gusta la naturaleza, yo nací en la montaña. Pero lo que te da el running es la parte social, y eso te da ganas de ir”, reconoce quien llega a completar una carrera por mes en todos los puntos del país y hasta en España, Italia y el Reino Unido. Con una vida tan ocupada pero tan saludable, Elisa no tiene tiempo para lamentarse, ni para enfermarse. Todas las mañanas completa una hora de entrenamiento pero ahora también nada, juega al tenis y hace pruebas de resistencia junto al grupo con el que viajará a los Andes.
“Yo nunca cierro la puerta a nada y pienso que te podes caer de cualquier lado, en la ciudad o en una montaña. Entonces pruebo. Si me va bien, perfecto y si no, es que no estoy a la altura y listo. No tengo miedo de hacer esta prueba pero no conozco como me va a tratar el frío pero no pienso en eso y espero estar en contacto con la naturaleza que es lo más puro y lo más bonito que hay. Uno se tiene que llevar bien con todo lo que tiene al lado porque si se pasa remembrando lo que perdió o lo que podría tener, vive amargado todo el día”, aconseja mientras se calza para volver a la calle. Es tiempo de visitar a la kinesióloga, otra de sus hijas.
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